Si te dicen que caí

Hombre Bala (Anuska Ariztimuño, 2025)

Confiesa, el que esto escribe, que el primer título para este texto era “Perdiendo el norte” o “Desnortado”, pero no por lo que se nos explica en este documental sino por el cómo lo hace. Empecemos por el principio: una serie de imágenes en super 8 de un Mikel Erentxun aún bebé, luego de pequeño, luego algo más mayor pero aún niño…y, de repente, él en la actualidad, que nos confiesa que quiere conocerse de verdad a través de este documental.

No sabemos cuánta verdad es necesaria para Mikel Erentxun en este proceso filmado de autoconocimiento, pero lo cierto es que lo narrado en este documental no nos descubre gran cosa, ni de su persona, ni de su trayectoria profesional. Cierto es que, a estas alturas, nos hemos acostumbrado a los retratos revisionistas (e impresionistas) hechos a golpe de material de archivo y/o de apariciones de celebridades que loan sin ningún tipo de matiz ni tacha a la persona en cuestión objeto del documental. Y el caso que nos ocupa, no obstante, también tiene algo de eso. Pero ese algo es tan poco y está tan difuminado en el ya de por sí desdibujado desarrollo argumental, que no sólo sabe a poco, sino que no sirve para dotar a la narración de consistencia.

Sintomáticamente y empezando por su título, que no hace referencia a nada sustancial, ni literal ni simbólicamente, de lo que se nos explica. Es, en realidad, una anécdota (y muy cogida por los pelos): en un momento del film, Erentxun se encuentra en el local de ensayo con los músicos de su banda de acompañamiento actual y, fugazmente, vemos un cartel de su tercer disco en solitario Acróbatas, grabado en… 1998 (¡¡¡!!!). Acróbatas, los equilibrios de una vida convertida en una función… y entonces, ¿por qué Hombre bala? En ningún momento se nos explica ni siquiera se nos da a entender. Quizás, viniendo de una familia acomodada de Donosti y al acabar convertido en una estrella del rock estatal podríamos aceptar “Bala perdida”, pero a Erentxun tampoco le pega el malditismo de otros contemporáneos y paisanos suyos. La de Duncan Dhu no es la historia de un grupo que pudo ser y no fue. Con sus luces y sus sombras, claro, pero es una historia de éxitos y reconocimiento en la industria. Quizás se trate de la fugacidad con la que se desarrolló todo (o al menos esa es la sensación que tienen Mikel y sus ex-compañeros Juan Ramón Viles y Diego Vasallo) y les sobrevino el éxito, el cambio de estilo musical (nunca debieron abandonar el rockabilly), el nuevo éxito y su separación repentina para arrancar carreras en solitario, hasta su reencuentro y giras conmemorativas.


La narración arranca, de facto, con el propio rodaje del documental y Mikel Erentxun decidiendo someterse a una operación de rodilla de la que viene resintiéndose en los últimos tiempos y que necesita superar para afrontar la gira del 40 aniversario de Duncan Dhu. ¿Se nos adentrará en este proceso de recuperación y, en paralelo, Erentxun nos hará partícipes de su estado emocional? Pues no. El tema se resuelve en dos secuencias.


Aparecen sus hermanas y claro, empieza el relato retrospectivo del Mikel niño: el único entre hermanas, el ojito derecho de sus padres, su debilidad por acaparar miradas, las vacaciones de agosto en el palacete que alquilaba su familia, sus veranos en Londres y en tierras escocesas…Ah, de acuerdo, de aquí sacó su obsesión por el imaginario anglosajón que dio lugar al debut de los Duncan y aquí empieza en el documental la parte dedicada a sus raíces culturales, a sus referencias, a sus fuentes de inspiración primigenia… y de aquí se nos conducirá a todo lo demás… Pues tampoco. Algunas filmaciones en super 8 (de gran valor, eso sí) de un Mikel moviendo las caderas imitando a Elvis y cuatro pinceladas de sus filias, pero nada de adentrarse en el bosque que oculta el manantial del que bebió el mito.

Aparece, entonces, en una conversación íntima con Juan Ramón Viles, el primer batería de Duncan Dhu. Más tarde lo hará con Diego Vasallo, contrabajista y compositor de prácticamente todos los éxitos de la banda donostiarra. Lo harán también las consabidas celebridades que son, a la vez, compañeros de profesión y amigos. Pero una fugaz y puntual aparición de cada una basta. La austeridad de presencias se extiende a su entorno profesional. También a su familia. Entre medias dos secuencias en compañía, cada uno por separado, con su hijo e hija adolescentes (quizás sus momentos más emotivos y naturales). Algún otro momento del proceso de grabación de su último disco en solitario en el estudio de Paco Loco (sin duda, su humor, de lo mejor del documental). Y poco más. Y digo “poco más” porque tanto la historia de Duncan Dhu como la figura de Mikel Erentxun y su legendario carisma, daban para mucho más.

Sin hilación narrativa ni unidad estética, la sensación, al acabar el documental, es que se nos han dado muchas pinceladas en varios sitios y de varios ámbitos, pero no hemos visto ningún cuadro. Tan sólo unos extraños fotogramas arty, que aparecen fugazmente en algunos momentos del documental y que sirven de separación entre secuencias. Otro elemento más que aparece sin explicación, sin sentido alguno, en este documental en el que la figura de Erentxun acaba siendo una mera excusa, un vehículo. Quizás, sí, convertido injustamente en hombre bala para atraer espectadores a la función.

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