‘De naturaleza violenta’, de Chris Nash. Slow slasher
Casi un siglo y cuarto de cine nos ha ofrecido, en los últimos cincuenta años, incontables oportunidades de ver cómo un sinnúmero de jóvenes eran acuchillados, destripados, degollados o cortados a pedacitos por vengadores humanos, psicópatas, mutantes, zombis o entidades sobrenaturales. Por citar sólo las más (re)conocidas, en obras que van desde las algo olvidadas pero memorables Navidades negras (Black christmas/Silent night, evil night, B. Clark, 1974) o La matanza de Texas (The Texas chain saw massacre, T. Hooper, 1974) a las obras de Argento, los Halloween de Carpenter, el Freddy Krueger de Elm Street, el Jason de Viernes 13 y las infinitas explotation de éstas y muchas otras hemos visto como adolescentes calenturientos (y mayormente idiotas) eran finalizados sin contemplaciones y con mucha delectación (por parte del asesino y por parte del espectador).
Hay un público de este género de paso durante la adolescencia que abandona los visionados al considerarse adulto. Otros, más fieles, siguen gozando de las explosiones de sangre que los slasher (como se denomina el género basado en la exhibición de asesinatos sangrientos), en formas más puras o en sus variantes, permiten deleitar. Algunos autores han ejercido su maestría con variaciones sobre el tema (Posesión infernal, The Evil dead, S. Raimi, 1981) o han desarrollado ejercicios metacinematográficos alabando el género a la vez que lo desarrollaban (La cabaña en el bosque, Cabin in the Woods, D. Goddard, 1981).
Chris Nash desarrolla el género de una forma tan efectiva como asombrosa en De naturaleza violenta. Tenemos, sí, el grupo de jóvenes acampados en el bosque. Hay, en algunos de ellos, el punto calenturiento (actualizado también en género) y, por ende, enfrentamiento y disputas entre unos y otros. Y hay, cómo no, un ente que vuelve de ultratumba para acabar con todo humano que se cruza en su camino. Sin embargo, Nash elabora su obra aportando tres innovaciones destacables.
Hay, en primer lugar, en De naturaleza violenta, un cambio radical en el punto de vista. La cinta arranca con las voces en off de los jóvenes que, andando por el bosque, encuentran un viejo talismán (junto a una tumba, cómo no) que toman consigo. Sin cambiar el plano, no tardaremos en ver cómo surge una entidad del inframundo y empieza a seguirles. A partir de ese momento y, prácticamente hasta los últimos quince minutos, la cámara seguirá las incansables andanzas del asesino, apareciendo sus víctimas en pantalla sólo en el momento en que el asesino las alcanza. No hay justificación ética en ello. Sin embargo, a nivel estético, invierte la situación a la que estamos habituados, puesto que no hay sustos, la tensión es limitada, sino, completamente al contrario, una suspensión del clima de terror. Tanto más porque, y ésta sería la segunda apuesta de Nash, el asesino no corre o se lanza tras sus víctimas sino que deambula parsimoniosa pero implacablemente tras cada una de ellas, alcanzándolas siempre en una situación límite en la que no podrán huir, por pillarles desprevenidos o por infravalorar sus habilidades (evidenciando, claro está, su propia estupidez). Es esta errancia a través de los bosques, día y noche, sin cesar, la que da la sensación de encontrarnos frente a un slow slasher sin sustos visuales ni sonoros sino mostrándonos la evolución y final inevitable de unas víctimas que están en el lugar equivocado (y que crean el momento equivocado). Por contraste, Nash presenta los asesinatos en una evolución incremental, que van del off en el primer caso, a una visión distante en el segundo y, posteriormente, a una serie de asesinatos tan inventivos en algún caso como visualmente muy gores.
Más allá de la originalidad de la estructura narrativa, la opción se justifica plenamente en las secuencias finales cuando la cámara deja de seguir a la criatura para hacerlo tras la final girl que, aterrorizada y herida, corre incesantemente buscando la salida del bosque fatal. Con ella, tras 70 minutos de ritmo suave junto al asesino, el espectador queda sumido en una tensión absoluta esperando el ataque del monstruo. Taquicardizados, llegaremos a un aparente punto muerto. Allí dónde Nash nos quería tener. Allí dónde aplaudir su habilidad en renovar el género del slasher.