Casa Asia Film Week 2015. Pequeño catálogo de voces no tan distantes

Entre el 11 y el 15 de noviembre tuvo lugar en los Cinemes Girona de Barcelona la tercera edición de la Casa Asia Film Week. Se acabaron proyectando 50 filmes producidos durante los últimos 3 años, agrupados en otras tantas secciones (Oficial a concurso, Panorama y Especial) y procedentes de una veintena de países.

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Os propongo aquí un recorrido transversal y convenientemente sesgado (uno ve lo que puede y a partir de ahí se monta su propia cosmogonía) por las filmografías recientes de Tailandia, Corea, Japón, China o Nueva Zelanda. ¿Os venís de viaje?

1-. Tailandia: siempre de entre los muertos

En Tailandia los crímenes pueden no ser otra cosa que recuerdos de vidas pasadas, le suenen o no al tío Boonmee. Quizás se deba a ese sesgo autoral que tiene para nosotros el cine del país –venga… ¿conocéis a muchos más directores de aquellas latitudes a excepción del Apichatpong Weerasethakul de Tropical Malady?-, pero lo cierto es que cuando una cámara se adentra en la espesura selvática… ya nos tememos lo peor. Sombras y fuga. Libertad y silencio.

En Vanishing Point (Jakrawal Nithamrong, 2015) hay vidas truncadas, hechos truculentos que reverberan, traumas resultado de llamadas telefónicas, infidelidades o perversas iniciaciones al sexo a través del que practican los demás. Cintas filmadas a hurtadillas, puticlubs convertidos en monumentos locales y monjes budistas que ayudan a aceptar y pasar página. Se presiente el asesinato de una chica, la búsqueda de un débil mental como chivo expiatorio, el olvido que les reservamos a nuestros antepasados. Y esa continua imposibilidad de decir qué ocurre y qué no ocurre en tiempo presente, en el pasado o… o en la cabeza del protagonista.

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Sí, lo tiene todo para ser odiada. Pero armoniza misterio y malestar, escenas elongadas hasta el ridículo y ramalazos lynchianos acompañados por una banda sonora que parece sacada de Under the Skin. Súmense a eso destellos de esa Tailandia nocturna sublimada por el oficio de Nicolas Winding Refn en Only God Forgives y tendremos… otro hermoso acertijo oriental.

La dupla de películas tailandesas ha sido de lo mejorcito del festival. Como en Vanishing Point teníamos desdoblamientos y transmigración de almas, The Blue Hour (Anucha Boonyawatana, 2015) no quiso a ser menos: el drama de dos adolescentes homosexuales deviene juego de espejos, con aparición incluida de espíritus raptores y esa continua duda (al menos desde el punto de vista del espectador occidental) de en qué plano de la existencia nos hallamos. ¿Entre los vivos o entre los muertos?

Ambas cintas podrían funcionar como películas de terror, empeñada esta última en explorar espacios abandonados o incluir un polémico nuevo punto de encuentro para citas románticas: un vertedero. Son películas de atardeceres, de oscuridades subyugantes, de vivos que no saben si todavía lo siguen siendo.

2.- Nueva Zelanda: negras juegan y ganan

Este año sí estuvo representada Nueva Zelanda en el Casa Asia Film Week. Nos entregó The Black Horse (James Napier Robertson, 2014), un filme con muchos frentes abiertos (quizás demasiados). En The Black Horse hay enfermedad mental, pandilleros a lo Hijos de la anarquía versión isleña y un gran torneo final donde lo que en realidad está en juego es el futuro del sobrino de esa “mente maravillosa” en proceso de reconstrucción.

Vayamos por partes. Génesis es un adulto medicado ya de por vida, un Bobby Fischer al que le pudo la presión recién comenzada su andadura como ajedrecista con proyección. El tablero ha sido su tabla de salvación y su lastre: a él le debe su gloria pasajera y su recaída.

Sus continuas entradas y salidas en instituciones mentales se ven interrumpidas por una posibilidad de escape que en realidad no es otra cosa que ultimátum médico: intentar volver a la temible normalidad bajo la tutela de su hermano. Sólo que este resulta no ser ningún angelito: metido desde adolescente en bandas, es este y no otro el futuro que pretende dejarle en herencia a su único hijo, un chaval a punto de cumplir los 15 años. En definitiva: dejarlo a merced de las malas compañías de papá.

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Podéis imaginarlo, porque el cine ya nos ha deparado media docena de indomables Will Huntings en las últimas dos décadas. Nuestro genio atolondrado potenciará talentos hasta entonces desconocidos (los de su nuevo ahijado y los de un puñado de chicos de barrio sin grandes expectativas vitales, víctimas todos de un entorno implacable) y tendrá que enfrentarse definitivamente a las limitaciones que le impone su trastorno.

Quizás lo más interesante de la muy entrañable The Black Horse sea su lectura en clave mitológica. Porque toda la historia se halla trufada de referencias a los dioses y héroes locales. Un panteón aborigen con mitos de creación, luchas titánicas y ritos de paso. Es así como esta disputa entre hermanos deviene algo más, hundiendo sus raíces en ese “génesis” a la neozelandesa. Aprenderemos quién pescó la tierra, quienes fueron sus primeros pobladores y qué batallas son las que merecen ser libradas. No es poco.

3.- El código coreano: ni abortes ni trafiques con seres humanos

Vimos tres de las cuatro películas made in Corea del Sur. Empezamos con Haemoo (Niebla) (Sung-bo Shim, 2014), ópera prima de su director.

El thriller a la coreana llevada muchas temporadas dándonos alegrías. Y Niebla, sobre el papel, lo tenía todo para continuar la racha. La tripulación de un atrotinado barco pesquero se ve empujada por las circunstancias (una de tantas crisis económicas, traspiés capitalista que aspira a justificarlo todo) a dedicarse al contrabando de seres humanos. Pero el primer viaje quizás acabe siendo el último: un cargamento inesperadamente multitudinario, una inspección sorpresa, un banco de niebla…

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A finales del siglo pasado fueron muchos los chinos que se vieron obligados a emigrar clandestinamente y probar fortuna en la más saneada de las dos Coreas. Pero por aquél entonces las cosas tampoco pintaban demasiado bien en este otro gigante asiático; tal es así que nuestra media docena de pescadores en mala racha decidirán secundar al capitán en su aventura amoral.

Por si no tuviésemos suficientes elementos para sostener el drama, resulta que el pasaje incluye a un par de mujeres que exasperarán la libido de los susodichos. Entre eso y que el capitán se convierte en un asesino en serie bichero en mano… adiós a cualquier atisbo de verosimilitud.

El drama de la inmigración apenas aguanta como excusa una hora: el barco está llamado a convertirse en un auténtico pasaje del terror con carreras cuchillo en mano, arranques de humanidad y súbitos desquiciamientos. Ni la cuidada factura técnica logra disimular la ausencia de pulso narrativo y el histerismo actoral.

El desafuero acaba también conspirando en contra de Madonna (Shin Su-Won, 2014). El punto de arranque es estimulante: nuestra protagonista es cuidadora en el ala más VIP de un ya de por sí muy exclusivo hospital. Toda la película transcurre entre dos planos contundentes, formalmente deudores del mejor Kim Ki-duk: una mujer adentrándose con una maleta en la orilla de un lago, para ver acto seguido como esta se hunde con el llanto de un bebé de fondo.

La responsable de esta barbaridad se identificará años después con otra madre desafortunada a la que no se le da la oportunidad de abortar; por preñada que esté ha sido elegida para un transplante de órganos de dudosa legalidad, ayudando así a alargarle la vida a un ex–político (sobra decir que corrupto). El mayor interesado en prolongar su estado vegetativo es su hijo, rentista a perpetuidad mientras el corazón de su progenitor siga latiendo.

Inquieta la limpieza quirúrgica de ese retiro hospitalario para ricachones. La sospechosa belleza de todas las asistentas. El modo como los privilegiados fuerzan leyes y voluntades, con la turbia figura de un hijo al que le sospechamos cultivador de vicios inimaginables. Aquí había otra película, malévola y cronenbergiana.

Pero no. Con estructura de encuesta, nuestra heroína deberá de investigar quién es el padre de la criatura, quién queda ahí fuera que le importe lo más mínimo la suerte de esta mujer empujada a la marginación. Y mientras ella busca… los que vamos perdiendo el interés somos nosotros.

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Hay otros que siguen a lo suyo, por los que no pasa el tiempo. Tal es el caso del Hong Sang-Soo de Hill of Freedom (2014), con nueva variación sobre un único tema: él, sus amores platónicos, las borracheras, los cambios de humor que conllevan y lo volubles que acaban resultando nuestros objetivos vitales.

Más allá del esquematismo repetitivo y simplón de En otro país, Hill of Freedom –como siempre, más sencilla que el mecanismo de un botijo- devuelve al cine de Sang-Soo sus aires primigenios de casualidad (¿o es causalidad?) y búsqueda. Una carta releída de manera desordenada sirve de pretexto para contárnoslo todo de una manera tan caótica como estimulante.

4.- ¿Y Japón? La familia bien, gracias

La flota nipona sigue demostrando versatilidad, contundencia y variedad allende los mares. Vimos cuatro propuestas y hubo de todo y para todos: radicalidad, ensayo, historicismo y mucho aware.

Empezando de menos a más, The Light Shines Only There (Mipo Oh, 2014) es el relato de un hombre traumatizado que baja de las montañas al mar. Allí tiene un feliz encuentro con una familia desestructurada a lo Killer Joe: padre obseso sexual necesitado de pajuelas, hijo delincuente con ganas de reinserción e hija tirando más bien a puta.

Historia de redención con aires a lo París, Texas, muy de manual sobre “cómo escribir un guión cinematográfico”. En otras palabras: esquemática, pero convencida de su trascendencia. A su favor, la indudable entrega de su trío protagonista.

Sharing (Makoto Shinozaki, 2014) es una de las numerosas películas-terapia de grupo con las que la sociedad nipona trata de recuperarse del desastre de Fukushima (o como bien matiza una de sus protagonistas: del desaguisado provocado por la empresa Daiichi).

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Lo que ha pasado puede volver a ocurrir. Y lo que ocurrió… era también previsible. De hecho, la profesora de psicología que lidera un trabajo de investigación al respecto descubre que tiene premoniciones, al igual que otros testimonios que aseguran haber entrevisto en sueños la catástrofe. Todo el filme se constituye así en inmensa advertencia sobre los errores del pasado, tan propensos a ser repetidos.

El desequilibrio se produce al tratar de alternar esta línea principal con los ensayos de una obra de teatro que también aborda el trauma colectivo. Un todo demasiado engolado –para que nadie se lo llame, son los propios actores los primeros en tachar el homenaje de “pretencioso”-, máxime cuando se compagina con los despertares terroríficos de nuestra visionaria.

Miss Hokusai (Keiichi Hara, 2015) resultó ser un anime delicioso, una fantasía plagada de divagaciones alrededor de la hija del afamado maestro del ukiyo-e, Katsushika Hokusai. Aunque el vínculo sanguíneo sea aquí casi anecdótico; Hara ilustra los temas favoritos del mundo flotante: las cortesanas, los actores de kabuki, reminiscencias de las escuelas de pintura chinas… anécdotas que sirven para ilustrar lugares icónicos de este género: barrios rojos, puentes, meandros del río Sumida y conciliábulos de artistas y diletantes que recuerdan a las novelas de Natsume Soseki, mucho antes de la época de Bochan.

El mundo de Kanako (Tetsuya Nakashima, 2014) es la peli que Tarantino lleva años queriendo volver a hacer. El directos de las espídicas Kamikaze Girls (2004) o Confessions (2010) demuestra que tiene todo el derecho a aspirar a completar la tríada que formaría junto a Sion Sono y Takashi Miike: perversión, venganza ciega, rutinas y chorretones de sangre. Gran espectáculo cafre.

A simple vista Kanako es otra adolescente que disfruta de las contradicciones y prerrogativas de su generación. Admirada por sus atormentados compañeros de estudios, pocos saben lo consciente que es de sus encantos y del embrujo que suscita entre sus colegas (de uno y otro sexo). Proxeneta, buscona, killer… un dechado de virtudes que sorprenderán hasta a su atribulado padre, un policía violento en horas bajas.

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Homenajes a Seijun Suzuki (desde los mismísimos títulos de crédito), descoque desinhibido donde cabe de todo (anime, fragmentación narrativa, fiesta loca)… la última película de Tetsuya Nakashima es un festín cinéfilo que recuerda a la trilogía vengativa de Park Chan-wook. Imprescindible.

5.- Documentales: el peso del pasado

La tradición choca continuamente con la modernidad en China. Las enseñanzas de Confucio siguen bien vivas, aunque cada vez resulten menos compaginables con unos “nuevos-viejos tiempos” en los que es el propio gobierno el que aboga por acabar con gran parte del patrimonio cultural del país. ¡Más cemento, es la paz!

En este panorama cambiante todavía persisten instituciones añejas, instauradas siglos ha por los habitantes de regiones más o menos inhóspitas. The Ancestral Hall (Li Xiaojiang y Yang Xiaojun, 2015) nos habla de una de ellas: una sala levantada con el único propósito de honrar a los antepasados.

Si alguna vez llega la democracia a esta superpotencia, nacerá en lugares como este. Espacios donde se debate (sí, a veces sobre trivialidades), se grita, se celebra… y se hacen planes. Los mayores son consultados y respetados, aunque el potencial de la institución sea aprovechado por algunos nuevos ricos, sabedores de hallarse en el centro mismo del poder local.

Y en mitad de este tenso pulso entre tradición y modernidad, el peregrinaje de una madre que desea que el nombre de su hijo sea celebrado en el salón de los ancestros, que se recuerde para siempre su sacrificio en la guerra. ¿Logrará ablandar sus corazones? ¿Quién fija los merecimientos que uno ha de tener para ser honrado por la posteridad?

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Imaginaos ahora cómo sería vivir en Singapur, un país con el clima de las islas Canarias. Apenas cinco millones de habitantes, amontonados en menos de 700 kilómetros cuadrados. Medio siglo ya desde que se independizase del Reino Unido (siendo parte de Malasia) y gobernado desde entonces por el mismo partido político (el todopoderoso People’s Action Party). Un mar de paz, tranquilidad y…

¿Y algo más? ¿Aspiran sus habitantes a algo más que no sea disfrutar a puerta cerrada de su envidiable –y mancomunado- mundo feliz? Esa es la pregunta que se hace 03-Flats (Lei Yuan Bin, 2015), paseándonos por los buques insignia del desarrollacionismo del país. Sí, el utópico derecho a la vivienda es una realidad en Singapur. Pero… ¿hasta qué punto son libres sus habitantes? ¿Hasta qué punto se hallan “realizados”? ¿Es envidiable esta dictadura del bienestar?

El gran problema del filme es que concluye sin que uno logre saber si sus directores pretenden hacer una sutil crítica –de tan sutil, habría que sacar la lupa- o tan solo se dedican a hacer una apología de los logros gubernamentales, trufando el metraje de las soflamas paridas por el régimen.

6.- Sinsabores y sinsentidos: cajón desastre

Me gustaría conocer la opinión de Rithy Panh sobre Before the Fall (Ian White, 2014). Porque lo que le ha hecho el director Ian White al séptimo arte es comparable a lo que le hizo Pol Pot al pueblo camboyano.

Definir Before the Fall como despropósito sería harto generoso. Un thriller situado en Phnom Penh en los días previos a su caída en manos de los jemeres rojos. Y un triángulo amoroso de los que no se olvidan, compuesto por un americano que se cree Bogart regentando el Rick’s Cafe de Casablanca pero que habla como un personaje de Tarantino (mucho ‘fuck’ y mucha ‘shit’), un fotógrafo francés que se las da de Robert Capa y una habitual de la canción ligera que lo único que quiere es abandonar el ye-ye y emigrar bien lejos. Con su hermanito, a poder ser.

Que si, que todos hemos visto Los gritos del silencio y sabemos cómo acabó la cosa. No, no es para tomárselo a cachondeo, diréis. Pero es que estamos ante la comedia (accidental) del año: tiroteos con acompañamiento morriconeano, peleas que homenajean (sin quererlo) al cine de explotación turco y hasta partidas de póker contrapunteadas con sopetones musicales a lo cuña de Gran Hermano. De verlo para creerlo.

La filipina Sonata (Peque Gallaga y Lore Reyes, 2013) comienza apuntando maneras. Podría haber sido un drama de enclaustramiento metafísico a lo O convento. O un melo con burgueses vacíos al estilo Sofía Coppola. Pero la fantasía de contención se viene abajo rápidamente, dejando paso a otra película de superación con niño ejerciendo de reconstituyente.

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Una diva de la ópera se queda sin voz. Así, de repente. Ni los médicos suizos logran el milagro de recomponer sus cuerdas vocales. Total, que como la mujer viene de familia bien, decide macerar su derrota en la antigua hacienda familiar, flirteando con el desastre y el colapso mental.

En su ayuda acude una secretaria fiel con su hijo, criado en la capital. Para su adaptación campestre contará con el concurso de un alegre muchachote local, tercera o cuarta generación de estos siervos de la gleba versión filipina.

Y ahí se pierde el pulso definitivamente. Personaje taciturno y ensimismado rescatado del abismo por un tratamiento a base de ingenuidad, pureza y sensibilidad por pervertir. Otro Intocable sobresaturado de buenas intenciones. Aunque en un último giro lacrimógeno los directores deciden convocar a la parca, el más socorrido (y operístico) de los finales. ¿Acaso no era sacrificable esta Callas de baratillo que asigna aleatoriamente personajes del repertorio interpretado a criados y sirvientes? A Sonata le asusta su propia oscuridad y sólo la convoca tras el naufragio argumental, sacándose de la chistera un epílogo tremebundo. Decepcionante.

En este mismo registro (el de la decepción y la mediocridad) se mueve la china ATA (Chakme Rinpoche, 2014). Una muestra de autoritis aguda sólo apta para adictos a la poesía hueca. Hay un niño ciego que juega al ping pong, un maestro algo charlatán que lo entrena, una madre que quiere demostrarse a sí misma no se sabe muy bien el qué… ah, y una desaparición. Y no sigo, porque a partir de aquí la cosa se desmelena tanto que uno, para calificarla, podría acabar cayendo en la crueldad verbal.

7.- ¿Allí? Pues más o menos igual que aquí

A veces a uno le da por pensar que en todos los lugares las cosas son más o menos iguales. Que el exotismo ya no existe, que el folclore ha muerto. Que quizás esté viendo las mismas series que un tipo de mi edad de… Kazajstán, por decir algo (país presente en esta edición con tres películas, por cierto).

Todo ha sido substituido por una sensación (global) de frustración. De frustración por no tener lo mismo que el del portal de enfrente, por no haber organizado la boda más memorable de la comarca, por no poder luchar contra los molinos de viento de una justicia que ya nunca es ciega.

De bodas precisamente trata Walnut Tree (Yerlan Nurmukhambetov, 2015). Una petición de mano demasiado espontánea, incompatible con los usos y costumbres del lugar. ¿Qué hacer? Pues solicitar los servicios de un profesional (un casamentero), contratar a las grandes atracciones del lugar y… y liarla parda. Ramalazos surrealistas en un Kazajstán que parece detenido en el tiempo, una España de postguerra con carreteras por asfaltar, coches que se desplazan a empujones y tradiciones que perduran porque todavía nadie se ha decidido a alzar la voz.

Night Shift (Niké Karimi, 2015) habla de la crisis del capitalismo a la iraní. Y nuevamente uno entiende perfectamente a qué se refiere, porque las hipotecas, los trabajos perdidos y la cuesta abajo de la clase media… nos suenan.

Nuestro merodeador nocturno parece tener problemas de dinero, deudas que lo están empujando a lo que su mujer intuye como un fatal callejón sin salida. Todo por haber estirado más el brazo que la manga: la vida en un barrio bien de Teherán tiene también mucho de postureo, de reafirmación frente al vecino de enfrente.

El contable convertido en eliminador de roedores, trabajo de descastados. Niké Karimi nos invita a ver la caída del ídolo masculino desde el punto de vista de una mujer que renunció a casi todo por él. La explicación a su extraño comportamiento (siempre irascible, siempre cansado) no es la temible infidelidad. No, es mucho más sencilla: ya no entra dinero en casa. El castillo de naipes se viene abajo a cámara lenta y la felicidad se demuestra una entelequia social (en tanto y cuánto sólo la reivindicamos frente a los demás, ya sean familia o unos perfectos desconocidos con los que compartimos ascensor).

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Por último, la frustración (versión india) de luchar –de patalear, más bien- contra todo aquello que nos supera. En Court (Chaitanya Tamhane, 2014), un poeta del pueblo descubrirá en sus carnes los límites de la libertad de expresión. Aunque ese no es el tema: lo de menos será el pulso del Estado contra otro Larry Flynt.

No, la estupenda Court nos ahorra la escenificación, el drama inherente a toda peli de juicios. Los alegatos sentidos de los abogados defensores, los argumentos sibilinos de la acusación. De hecho, la víctima del atropello legal no es ni tan siquiera el protagonista.

Chaitanya Tamhane (que ganó el año pasado con este filme el premio a la mejor película india) nos cuenta en realidad el día a día de los encargados de impartir justicia. Y descubrimos así que el abnegado defensor es más bien un niño de papá. Que la acusación corre a cargo de una profesional a la que también le toca hacer de ama de casa cuando cuelga la toga. Que el juez, sin ir más lejos, es un tipo supersticioso que cree en la numerología.

La última –y magistral- escena de Court nos muestra precisamente a ese juez siesteando. Los juicios se han aplazado por vacaciones y la justicia (¡él!) se despierta amodorrada y… y reparte bofetones aleatoriamente, a la primera persona que se cruza en su camino. Nuestro artista represaliado, nos tememos, morirá entre rejas y sin que a nadie parezca importarle lo más mínimo el sentido último de la palabra justicia.

8.- Conclusiones, premios y altercados varios

Ha sido esta una edición notable, con cuatro películas para el recuerdo: la salvaje Kawaki (The World of Kanako), la honesta Miss Hokusai, la misteriosa Vanishing Point y la extraordinaria Court.

En lo que se refiere a los premios, el galardón principal de la sección Oficial fue para Haemoo (Niebla). Poet on a Business Trip se consideró la mejor dirigida (Ju AnQui) y el mejor guión fue para Vanishing Point. En Panorama arrasó A tale of love (película y guión) y la mejor dirección fue para Hong Sang-Soo por Hill of Freedom. El jurado joven repartió entre A few cubic meters of love, Miss Hokusai y Court, respectivamente, los galardones a mejor película, dirección y guión. El público, por su parte, se quedó con Margarita with a straw.

Para acabar, nos toca hablar del Cristo que se montó antes siquiera de arrancar esta edición del CAFW. Porque no se puede decir que la controversia fuese gratuita o estéril: muy al contrario. Se trató de una polémica muy interesante que debería de dar pie a un debate (profundo y serio, no a golpe de comunicado) sobre… ¿la necesidad o no de ofertar cultura cinematográfica a cualquier precio?

Os pongo en antecedentes. Los organizadores del festival solicitaron la colaboración de traductores audiovisuales para subtitular así el conjunto de películas que conformaban la programación del festival. El pago sería en especias: con el abono anual de los Cinemes Girona. El caso es que la Asociación Profesional de Traductores e Intérpretes de Catalunya salió en defensa de sus representados, alegando un tufillo a precariedad y poniendo en duda que el presupuesto del festival no diese para pagar dicho servicio (en metálico, por supuesto).

¿Quién es el bueno, quién es el malo? ¡El Diablo me libre de terciar en este asunto! Sólo puedo hablar como espectador, como opinador eternamente amateur. De los que, por cierto, lleva veinte años colgando gratuitamente sus escritos –maquetados por él mismo- en sitios web unas veces patrocinados y otras no. (Todavía no se ha puesto en contacto conmigo la Asociación Catalana de Críticos y Escritores Cinematográficos solicitándome que deponga mi actitud).

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Las películas (excepto un par, por razones técnicas o logísticas) se pudieron proyectar. Las que tan sólo se exhibieron con subtitulado en inglés tuvieron menos público (doy fe de ello). Y ha sido una pena. Por otro lado, no hace falta ser un economista muy avezado: nadie se va a hacer rico organizando festivales de este tipo. Pocos, de hecho, pueden hacer otra cosa que ganarse la vida. O hipotecársela.

Los Cinemes Girona podrían dar masters en precariedad. Su propia supervivencia es un milagro colectivo, en base a unos abonos lanzados cada verano como forma desesperada de financiación. 3.600 personas los compran. 3.600 personas deciden que ese cine siga abierto (un año más, cuanto menos). Ellos no son el enemigo. Son la resistencia.

Sé que mi enfoque es eminentemente egoísta. Pero como apasionado del continente asiático, quiero seguir viendo las películas que se hacen allí. Esta ciudad no se puede permitir volver a perder otro festival especializado (sí, pienso otra vez en el mitificado y extinto Festival de Cine Asiático de Barcelona (BAFF)). Y si para ello tenemos que arrimar el hombro e invocar las veces que haga falta a la muy prostituida “cultura” y su aciaga circunstancia… sea. Aunque todos estemos hartos de hacer virtud de la necesidad.

Si se quieren evitar susceptibilidades, de cara a próximas ediciones Casa Asia Film Week lo tiene fácil: auditar cuentas. Demostrar que el voluntariado –ese que tienen hasta festivales de clase A- no es una estrategia para maximizar el beneficio empresarial. Es, tan solo, una forma poco original de supervivencia.

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