Oscars 2018: sin propósito de enmienda

La ceremonia de los Oscars 2018 ha terminado lapidada por la actualidad, víctima de la coyuntura y de las mejores intensiones. Porque aunque sobren razones para la indignación, su carácter de escaparate de la doble moral (tribuna ideal para lanzar discursos motivacionales o altamente emotivos pero sin ninguna repercusión práctica) logra lo que a priori parece imposible: banalizar temas capitales para el desarrollo igualitario de la sociedad.

Así que me perdonaréis, pero esta plaga de premios “temáticos” –nominamos a pocos negros, pasamos totalmente de las mujeres, etc, etc- le ha venido de perlas a una Industria que lleva dos décadas sin afrontar el verdadero problema de fondo: la preocupante mediocridad de sus productos. Cualquiera que sea la raza o el género de los responsables.

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El plantel de nueve nominadas a mejor película de este año es un ejemplo más de este pulso esquizoide de Hollywood consigo mismo. Les gustaría vivir en un mundo en el que los periódicos independientes pudiesen poner en jaque a los presidentes mediocres (Los archivos del Pentágono). Recrear las gloriosas hazañas de los tiempos pasados, siempre mejores por contar con un enemigo claro (Dunkerque, El instante más oscuro). Idealizar el primer amor, heterosexualizando cualquier forma de rechazo (Call Me By Your Name). Convertir en instrumento de venganza a los miembros más execrables de su propia sociedad (Tres anuncios en las afueras). Creer en monstruos buenos y hombres malos, todos claramente identificables (La forma del agua). Mirar hacia atrás sin ira y convencerse de que en algún punto decidimos algo por nosotros mismos (Lady Bird). Satirizar a costa de la barrera invisible (Déjame salir). O amar a quien no nos conviene como condición básica de nuestra excepcionalidad (El hilo invisible).

El trío de favoritas de este año lo conforman Tres anuncios en las afueras, La forma del agua y Dunkerque. Un thriller expeditivo que en realidad querría ser una tragedia griega, un fantástico que vuelve a caer en el pecado de querer serie clase B con demasiado dinero de por medio y una recreación –metrónomo incluido- de ese prólogo a la batalla de Inglaterra.

Tres anuncios en las afueras partiría como favorita, precisamente por ser ese punto medio, ese mal menor entre el reconocimiento imposible a lo sublime –encarnado este año por El hilo invisible– y el temor a que lo mediocre entre en la historia de unos premios sobrecargados en los últimos 25 años de naderías con ínfulas (me refiero al “cuento” de Guillermo del Toro, La forma del agua).

Y también porque cuenta con un rol femenino potente y reivindicable, aunque a uno le sepa a feminización de los peores tópicos del macho-vengador norteamericano. No, Frances McDormand no es exactamente una Charles Bronson en pleno día de furia, pero su cruzada nihilista contra el silencio y el olvido tampoco representa ninguna novedad temática, por mucho que contenga pasajes brillantes: el sheriff con enfermedad terminal que se marca un legado epistolar con estilazo Hemingway, el palurdo racista y su “diplomático” modo de lidiar con los problemas o ese clímax fuera de campo tan de agradecer.

Peor juicio nos merece la Lady Bird de Greta Gerwig: el indie norteamericano presenta cada temporada docena y media de películas que logran transmitir lo que la directora de Sacramento apenas insinúa. ¿Qué a qué me refiero? A frescura, originalidad, honestidad, amargura y, a pesar de todo… mucha, mucha esperanza. La suya es una peliculita tan agradable como olvidable, una anécdota sublimada con la que resulta difícil empatizar, quizás porque se dedica tocar de refilón demasiados temas importantes. La hemos visto actuar en filmes mucho más notables, que no confundían la falta de pretensiones con la deriva argumental.

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¿Qué acaba haciendo Hollywood con lo que no le gusta? Pues una película de género, claro. Déjame salir –simpática en su perversidad, toda una contradicción- convierte a los líderes del nuevo y modernizado KKK en peripuestos vecinos de barrio pijo, con hija-anzuelo dedicada al reclutamiento de protovíctimas. Su cruzada es la cruzada por antonomasia de la ultraderecha norteamericana: convertir en alguien “inteligible” –blanco, por supuesto- a cualquier miembro de su pretendida “comunidad” multicultural.

Los archivos del Pentágono –como Todos los hombres del presidente, como Los tres días del cóndor– está filmada por un creyente. Steven Spielberg –incomprensiblemente, sin nominación como mejor director- entrega una película de una solidez apabullante, lo que la convierte en más extraordinaria si cabe en el panorama cinematográfico actual. El suyo es en realidad un grito agónico, un lamento desesperado en mitad de la oscuridad de una legislatura que se nos antoja interminable.

Dunkerque también tiene sus opciones. Sería una solución salomónica: la película de Nolan cumple con las expectativas cinéfilas, proporcionando un gran espectáculo orgullosamente artesanal. En su contra, lo que puede decirse de casi todas las películas de su director: está tan pendiente del ritmo interno de las imágenes que se olvida de regalarnos personajes inmortales.

Llegaríamos así a La forma del agua, esa “Amélie con monstruos”, como certeramente la ha bautizado una amiga pérfida. Del Toro vuelve a perpetrar su cuento de Navidad romanticón e indigesto, sobretodo si la comparamos con la original El laberinto del fauno. Aquí no falta de nada: protagonista mudita y humanitaria, amiga negra, vecino homosexual, malote autoritario y falócrata, rusos, gatitos y… y un monstruo, claro. Que parece malo, pero es bueno. Y tú y yo lo sabemos. Desde el principio.

En definitiva: una acumulación de tópicos con innecesarios homenajes cinéfilos, un recauchutado de demasiadas cosas con pasión acuosa interespecies incluida. ¿50 escamas de Grey?

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Nos despedimos recordando lo mejor, casi guardando un minuto de silencio por ella. El imposible triunfo de El hilo invisible sería el de calidad y la excelencia. Pero… ¿cuántas veces hemos visto ignorar fragantemente obras maestras? La película de Paul Thomas Anderson es hermosa, profunda, rica en matices y abierta a interpretaciones. ¿A costa de quienes pudieron cultivar algunos el status de genios? ¿Por qué amamos a quién amamos? ¿Cómo juzgar lo aparentemente bizarro cuando todos hemos tenido algo de eso en nuestras vidas?

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