¿Qué es lo que no termina de funcionar en ‘Blade Runner 2049’?
Hace 35 años Ridley Scott entregaba, en los comienzos de su carrera, la que devendría clásico incontrovertible de la ciencia ficción. Se tituló Blade Runner, tenía un referente literario de altura (un relato corto del entonces todavía por revalorizar Philip K. Dick) y nos contaba el drama de un policía especializado en la eliminación de unas formas de inteligencia artificial dolorosamente autoconscientes. Unos androides –los Nexus 6- que habían decidido abandonar su condición gregaria de sirvientes a perpetuidad de la humanidad para retornar de las colonias exteriores en pos de respuestas.
La película, en su momento, fue bastante incomprendida. Neones, lluvia permanente, antorchas de combustión y existencialismo: una agobiante distopía (se desarrollaba en la Los Ángeles de 2019) con urbes inhabitables y máquinas que desarrollaban un abanico de sentimientos más humanos que los de los propios hombres.
Su acierto primordial –que no logró desvirtuar ni el propio director, demasiado amigo de los remontajes y los final cuts fenicios- consistió en regalarnos un escenario tan caótico y cochambroso como subyugante: la propia Tierra en un futuro cercano. Pero sobretodo, fue lo suficientemente hábil como para no responder la pregunta fundamental relativa a la propia naturaleza de este ejecutor desapasionado. ¿Era Deckard, a su vez, también un replicante?
Así que toca preguntarnos lo que resulta evidente para cualquier cinéfilo: ¿qué es lo que falla en esta esmerada versión dirigida por Denis Villeneuve? ¿Dónde se hacen más evidentes las diferencias de tono e intención? ¿Por qué no termina de despegar un producto en el que se daba cita tanto talento del mainstream? ¿Por qué se empecina Hollywood en jugar al doctor Frankenstein con sus cimas más inopinadas y perdurables? Aquí va el inevitable decálogo:
1.- … y nada más comenzar, se acabó la magia. Los blade runners son replicantes. Punto. De acuerdo, no hacía falta ser un genio para presuponerlo al final de la original, pero esta secuela no hubiese hecho mal en conservar el misterio, en prolongarlo y jugar con esa dichosa ambigüedad, paradigma de la ciencia ficción contemporánea. Porque las fronteras entre nacido / fabricado se diluyen y una cinta de anticipación debería de haber explicado mejor qué es lo que hace en 2049 tan evidente la condición de replicante, más allá de un mero número de serie estampado en el globo ocular.
2.- Cómo convertir una historia sobre la desesperación y la inevitabilidad del ocaso en… ¿un romance con nuestra inteligencia artificial de sobremesa? Sí, en Blade Runner había historia de amor, poco estridente aunque fundamental en la resolución de la historia. Era sutil y perfilaba la posibilidad del amor entre humanos artificiales y humanos pretendidamente humanos. Aquí se convierte en una aplicación menos sofisticada incluso que la de Her (2013) (y eso que en esta última Spike Jonze se lo jugaba todo al audio).
3.- Los replicantes (nihilistas, punkarras, desesperados) son ahora una clase oprimida en lucha por su liberación definitiva. Y, abundando en esta glorificación del revivido, reivindican su derecho a tener alma y hasta cuentan con una Elegida. Una Elegida que ha sido concebida al más puro estilo mesiánico, sin que nadie nos aclare cómo se las apañó Tyrell Corporation para introducir este caballo de Troya evolutivo.
4.- Ryan Gosling, en realidad, es lo más parecido al Harrison Ford de principios de los 80. Jovenzuelo, convencido de sus aptitudes, convocado una y otra vez por sus colegas de profesión; en la cresta de la ola, vamos. Pero aún siendo los dos actores bastante justitos –digámoslo cuanto antes- hay una cosa que Gosling no termina de tener –y este papel, a todas luces, lo requería-: carisma. La atonía de su actuación no aporta credibilidad a un conflicto interior que requiere más de dos o tres registros faciales.
5.- Por muy alta que pongan la música, lo evidente no se convierte en sorpresa. Los dos o tres momentos verdaderamente álgidos de la historia vienen remachados por un uso histérico del sonido, restándole espontaneidad a los supuestos hallazgos (el sueño implantado que quizás no sea tal y el “descubrimiento” de quién es la hija de Deckard).
6.- La substituta en el monopolio replicante (Wallace Corporation) cuenta con un CEO megalómano que parece estar dispuesto a regalarles a estos últimos la supremacía como especie (¿por qué?). Si el diseñador de los Nexus-6 tenía un innegable complejo de Dios, a este le mueve una maldad indefinida, más en la onda de un villano de película de Batman que del mad doctor que esperábamos encontrarnos.
7.- El eslabón perdido de esta neo-humanidad mixta… ¿qué es exactamente? ¿Una humana nacida de la coyunda de dos replicantes? Es tan evidente la necesidad de dejar arcos narrativos abiertos para próximas entregas, que se le substraen al espectador explicaciones fundamentales para empatizar con los nuevos personajes.
8.- El clímax en la azotea, era el clímax en la azotea. Con o sin monólogo de Rutger Hauer, con o sin cartel anunciador de multinacional nipona. En 2049, la muerte en diferido de nuestro replicante (con esa nieve que parece estar de moda como recurrente marco para el amor y para la muerte) acaece tras el protocolario duelo al pie de la represa, con posibilidad de ahogamiento del único personaje que nos importa algo: Deckard. Lágrimas en la lluvia, copos de nieve sobre la gabardina. Numerosos planos que se hablan, que recuerdan a. Y que sin embargo, no son.
9.- A cada cuál lo suyo: existen innegables aciertos a la altura de la original. Un vehículo policial equipado con dron, una tierra yerma donde la madera posee un valor equiparable al de las piedras preciosas, un hospicio que proporciona una ilimitada mano de obra esclava, una ciudad del juego afectada por la detonación de alguna clase de dispositivo nuclear (muy Akira, sí) y nuevas formas de intercambio emocional sin contar, necesariamente, con un interlocutor real. Quizás, demasiados destellos de genialidad. ¿No hubiese sido más práctico –y más honesto- acotar el ámbito de la propuesta?
10.- En definitiva: la suma de las partes no hace el todo. Puedes tener un guión bastante solvente, a un director de fotografía brillante, un compositor en un momento de forma dorado, un diseño de producción abrumador y hasta un director de cine notable. Por separado, todos los ingredientes justos y necesarios. Pero juntos y revueltos, un conjunto mal articulado de set pieces con un ritmo pesado y una obsesión impostada por contagiar esa épica de la decadencia.