La importancia de llamarse Ernesto y la gilipollez de llamarse Eric (César Martínez Herrada, 2023). La persona y el personaje
En Pete Doherty: Stranger on my own skin (Katia De Vidas, 2023) descubríamos, como suele suceder en este tipo de propuestas, a la persona que se esconde detrás del personaje. Lo que un servidor no se esperaba (o, por lo menos, debo admitir, en el caso que nos ocupa no sospechaba en absoluto) es presenciar el movimiento contrario. Esto es lo que ocurre en La importancia de llamarse Ernesto y la gilipollez de llamarse Eric, en la que el ya experto realizador madrileño César Martínez nos regala el retrato nada velado de un tipo llamado Ernesto (que se hace llamar Eric) empeñado en caer bien y ser gracioso a toda costa. No se puede obviar que en ocasiones lo consiga, eso sí, a base de ocurrencias (algunas de ellas realmente marcianas) que no parecen tener fin.
Pero vayamos por partes. ¿Quién es el tal Eric? Para alguien que no sea fan de Los Planetas y que descubra al susodicho por primera vez, el tal Eric Jiménez es conocido, al menos a nivel estatal, por ser el batería de la citada banda granadina, icono de los 90 y del rock independiente patrio,desde su tercer disco (Una semana en el motor de un autobús, considerado por crítica y público el mejor trabajo del grupo). Claro, alguien que toca un instrumento normalmente relegado al fondo del escenario y, en este caso, además, ensombrecido por el enorme carisma de su cantante y guitarrista, Jota, es un volcán que desea entrar en erupción…y en este documental lo consigue.
Pero no es esta la historia de un héroe no reconocido ni de un talento frustrado por no haber conseguido el éxito a pesar de sus innumerables acometidas, no. Aquí nos encontramos, nuevamente (ya lo era, en cierta manera, Pete Doherty), con un niño (ahora ya de casi 60 años) sin padre, sin infancia y deseoso de recibir atención. Pero a diferencia de aquél, no hay, en este documental, lamento y dolor. César Martínez se cuida muy mucho de ofrecernos un retrato ligero, con sus luces y sus sombras, pero embadurnado de humor en prácticamente cada plano y sin apenas conflictos en la narración, y retrata, con una naturalidad sorprendente (incluso llegando al costumbrismo) la dura infancia del protagonista. Cualquiera diría, por tanto, que el protagonista del documental es como es por todo lo que pasó y que gracias a eso ha llegado a ser quien es, se llame Ernesto o Eric y haber nacido y vivido en Granada. Y probablemente así sea.
Es esta, ciertamente, una postura de entereza, que se diferencia de las omnipresentes mitificaciones en figuras del rock and roll que frecuentemente se hacen fuera (y dentro, por mímesis) del estado español. Y cierto es que, mostrado de esta manera, el relato gana fuerza por su valor de honestidad. Pero no se puede pasar por alto, también, que en sus constantes apariciones de showman, el personaje (Eric) acaba comiéndose a la persona (Ernesto). Porque la historia es, prácticamente, la de siempre: el niño con infancia difícil que crece antes de tiempo pasando largas horas en la calle, que frecuenta todo tipo de personajes (mayores que él, casi siempre) en todo tipo de lugares (Granada y sus misteriosas cuevas son el mejor caldo de cultivo para iniciarse en todo tipo de experiencias prohibidas) y que, por aquellas cosas de la casuística vital, descubre desde muy pequeño y de forma totalmente impulsiva, instintiva, animal, que aporrear una batería es lo que le mantiene al margen de (o lo acerca sinuosamente a) peligros reales.
Y, efectivamente, el documental de César Martínez tiene todos los ingredientes e incluso bien combinados para saborear la receta anterior: testimonios variopintos (que van desde familiares y amigos a compañeros y excompañeros de todos los grupos en los que ha participado); imágenes de archivo de gran valor documental (desde su familia e infancia a actos institucionales y políticos, pasando por conciertos y ensayos, algunos de ellos, verdaderamente impagables); o, sin ir más lejos, grabaciones mucho más recientes hechas directamente para el documental, pero de un oportunismo envidiable. A todos estos ingredientes, no obstante, hay que sumarle uno que, no obstante, se encuentra en exceso: el propio protagonista y su ya citado humor imperativo. Y si bien esto no llega a desvirtuar la historia hasta el punto de cuestionar su verosimilitud, si que es cierto que los reiterados insertos en montaje de gags absurdos y sin sentido (que cada cuál valore el nivel de humor según sus exigencias) del protagonista, no acaban de hacer de este un retrato a su persona, sino más bien a su personaje. Seguramente Eric (o Ernesto) Jiménez se sienta cómodo así: no tomándose en serio a sí mismo. Y quizás el título de este documental haga justicia a su talante.
Ni que decir tiene que aquí se nos descubre a un portento en la ejecución de la batería, que lo es porque supo sobrevivir y superar sus limitaciones familiares y sociales a base de afirmación, resistencia y humor. Probablemente ese sea el verdadero mensaje de la película: en la vida hay que ser fuerte pero a la vez relajado, como el golpeo de baquetas en un redoble. Pero si en lugar del batería de un grupo que ha conseguido un éxito rotundo a nivel estatal (y parcialmente internacional), se tratara de cualquier otro batería con menos fama, estaríamos hablando de otra cosa.