Érase una vez la cultura

Barcelona, Oporto. Una biblioteca, una librería. Dos extrañas formas de morir de éxito.

En principio, dos templos dedicados al saber… convertidos, por circunstancias de la época (llámalo capitalismo exacerbado, llámalo estupidez colectiva y vértigo ágrafo) en ‘no lugares’, estabularios rebañiles, mecas de peregrinación instagramera. Su uso original es ya lo de menos, pervertida su función primigenia (recogimiento, silencio y esa soledad imprescindible para asimilar cualquier tipo de conocimiento).

Un equipamiento reciente en el barrio de Sant Martí de la capital catalana ganó este mismo año el premio a “la mejor biblioteca pública de 2023”. Un prestigioso premio internacional que provocó la venida de una incesante marea humana emperrada en inmortalizar el muy fotogénico edificio. Los usuarios naturales de la misma (los vecinos y estudiantes del lugar, se entiende) se acaban viendo importunados por quienes acceden a sus dependencias con la única intención de pasearse por el local, buscar el ángulo más dramático para sus fotografías, quién sabe si hasta hacerse un selfie junto a esos extraños objetos rectangulares (libros, imbécil, libros).

Un continente al que se le substrae el contenido. Diréis que constituye todo un clásico museístico (la hazaña arquitectónica que eclipsa las obras que alberga), pero en este caso es doblemente doloso: se trata de un edificio público en el que se puede acceder a la cultura de manera gratuita. Y eso -la cultura- pasa así a ser lo de menos. La “institución cuya finalidad consiste en la adquisición, conservación, estudio y exposición de libros y documentos” -si la RAE no engaña- queda convertida en escaparate, en lugar de tránsito, en local de moda con fecha de caducidad. Alguien -pensarán los más ingenuos- quizás se aficione a la lectura a raíz de la visita, descubriendo que cerca de su casa también puede hacerse con esos objetos cuyo catálogo solo le interesa si lo oferta Amazon (la García Márquez cuenta con un fondo de 50.000 libros. Cualquiera de ellos puede pedirse desde las otras (tres docenas) de bibliotecas de Barcelona y tenerlo a tu disposición prácticamente al día siguiente. Sin coste alguno. Los últimos estertores del Estado del bienestar).

Dejadme proseguir con mi deriva pureta, con mi insípido intento de denunciar la banalización de estos tiempos tuyos y míos. Nos vamos al país vecino, concretamente a Oporto, la segunda ciudad del país, en pleno proceso de masificación turística y gentrificación forzosa.

En las calles del barrio de Vitória se halla la librería Lello, considerada de manera reiterada -hasta por nuestro Enrique Vila-Matas- como “la librería más bonita del mundo”. Adiós. La cagamos.

Súmese a eso que la buena de J.K. Rowling vivió dos años en la ciudad (trabajando como profesora de inglés) y que para la multitud de fanáticos del universo Harry Potter su disposición evoca poderosamente a la distribución interior del Hogwarts descrito por la escritora (Ahora sí que no hay remedio. ¡Esto es el fin!).

El efecto llamada, de diez años a esta parte, ha sido demoledor. La Lello -podéis creedme, ahora paso a describir mi reciente incursión en la misma- ya es cualquier cosa menos una librería. Y no porque el edificio neogótico que la alberga no sea notable, sino porque la estupidez humana no conoce fronteras.

Si vais a Oporto y queréis comprar un libro -comprar, he dicho comprar, sí- bajo ningún concepto debéis de visitar ese tugurio con ínfulas, convertido en trampa mortal para turistas. Creo que no nos hacemos cargo de las cifras: un espacio de no más de 1500 metros cuadrados recibe un millón de visitantes cada año. Entre 3000 y 4000 visitantes al día. ¿Seguís pensando en pasar una agradable tarde hojeando títulos entre sus estanterías?

A esto hay que sumarle una torticera estrategia de explotación por parte de sus actuales propietarios. Con la excusa de las siempre costosas e inevitables reformas a acometer, entrar en la Librería Lello e Irmão, Lda. -su actual denominación empresarial- tiene un precio. En 2015 costaba cuatro euros. En 2018, cinco. En 2023, ocho euros. Como lo oís: el mero hecho de traspasar su umbral para hacerse la foto al pie de la escalinata.

Ah, no estoy siendo justo: “cuéntalo todo, hombre”. De acuerdo: esa cantidad se descuenta del libro que compres, lo que vendría a ser el equivalente hípster a la “consumición obligatoria”. Y a eso voy: al catálogo de libros ofertado en sus anaqueles por la librería Lello.

Primera aclaración -y no es baladí-: los 8 euros te dan derecho a la adquisición de uno de los libros allí expuestos (modalidad silver, sí, como visitar los parques temáticos). Si quieres tener prioridad en la entrada y reservar un libro del catálogo… 15,90 euros y serás gold.

Pongamos que crees que vas a tener suerte (“¡cómo voy a salir de una librería sin comprarme un libro! Me pillo la entrada económica”). Craso error, compañero.

A la Lello se va a hacerle fotos-acapara-“me gustas” a la pareja y a comprar libros solo en el caso de que seas de los que adquieren dos al año (el de Sant Jordi -por obligación- y el presente). Nadie a quien le guste la literatura encontrará el más mínimo placer en abrirse paso a codazos por un camarote de los Marx lleno de españoles histéricos, asiáticos, dependientes abrumados, adolescentes con capas oscuras y enanos aporreando estantes con varitas de pega. El infierno musical de El Bosco era esto: entrar en un lugar con libros y no poder ni acercarse a los susodichos.

Pero pongamos que lo logras. En noviembre de 2023 -fecha de mi luctuosa visita- el principal criterio de ordenación de los mismos era todo un insulto a la inteligencia y al pensamiento crítico: haber obtenido un Nobel de Literatura o ser candidato (perpetuo) al premio. Además, incluían un par de mausoleos temáticos: el uno dedicado a El principito (no pararán hasta que no quede ni un ser humano sin haberlo leído y creerse mejor persona) y el otro al ínclito de José Saramago, el más tostónico de los escritores lusos.

Los títulos se encuentran editados en varios idiomas, pero aquí viene otra de las trampas: la mayoría de ediciones son de editoriales cuqui-pijas, de esas de a 25-30 euros el volumen. Olvidaos de libros de bolsillo o, como mucho, unos libros autoeditados por la Lello que no valen ni el papel en el que están impresos (mala letra, escasa calidad en la encuadernación). Os va a dar igual: no encontraréis nada por menos de 15 euros, un curioso caso de inflación en la celulosa con el que, supongo, esperan costearse este edificio y, a este paso, cuantas franquicias tengan a bien abrir por el mundo mundial.

Sí, salí sin un libro bajo el brazo. A 200 metros, en la plaza Guilherme Gomes Fernandes, tenéis una excelente librería de segunda mano: Modo de Ler, por si queréis resarciros. A mi espalda dejaba prietas filas de visitantes ordenados por fracción horaria (16:30h, 17:00h, 17:30h…), oligofrénicos blandiendo libros del mago en ciernes y tripeiros (así se conocen a los habitantes de Oporto) plañendo en modo oral recitativo (un fado a la Lello ya, por favor).

Si en el Medievo cualquier acontecimiento más o menos inexplicable servía para profetizar el fin de los tiempos, en pleno siglo XXI la biblioteca Gabriel García Márquez o la librería Lello nos convencen de que la extinción bien podría haber comenzado tiempo ha y de la manera más mendaz: convirtiendo el hecho cultural en sinónimo de cultura… de masas.

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