D’A 2020. Alteraciones de la realidad
Un festival como el D’A no solo es una invitación al descubrimiento de miradas atrevidas, es una verdadera cueva del tesoro de sueños y obsesiones. En este caso me he centrado en tres películas que, cada una a su modo, desafía las reglas de la realidad. Todas las podéis ver estos días en Filmin en la edición online del D’A Film Festival.
Habitación 212 (Christophe Honoré, 2019)
Comedia protagonizada por Chiara Mastroianni y Benjamin Biolay, proyectada en la sección de Un certain Regard del Festival de Cannes de 2019, donde Mastroianni obtuvo el premio a la mejor interpretación. Maria Mortemart y Richard Warrimer llevan 20 años de matrimonio, y en todo este tiempo ella ha tenido una larga sucesión de amantes.
Cuando él lo descubre, ella se va de casa y se hospeda en el hotel que tienen delante de casa. No deja de ser curioso que la película esté protagonizada por dos actores que estuvieron casados en la vida real y que se divorciaron al cabo de un par de años.
En esa habitación empieza una serie de encuentros que desafían la lógica del tiempo y el espacio, sin perder el tono de comedieta de enredos ni una puesta en escena totalmente teatral.
El resultado es una cinta tan simpática y liviana como sus protagonistas. Aunque decae un poco hacia el final y acaso no llegue a satisfacer las expectativas de un cierre in crescendo, es una película bella y fascinante. Ideal para románticos y amantes de los juegos narrativos.
The Twentieth Century (Matthew Rankin, 2019)
No pasa tan a menudo que descubres una película que te permite recomendarla diciendo: “Esto es lo más raro que he visto en muchísimo tiempo”. Y cuando ello ocurre, pones el marcador a cero y sigues viviendo esperando la próxima marcianada.
Pues bien, la película que me ha hecho reset en el cerebro estos días es el primer largometraje del director experimental Matthew Rankin.
A nivel de trama, la película describe de forma ficcionalizada el ascenso al poder del antiguo primer ministro canadiense William Lyon Mackenzie King, siguiendo las obsesiones y excentricidades registradas en el diario del propio político.
En palabras de su director, “es como una historia subconsciente de Canadá”, y trata “temas relacionados con la falsedad del nacionalismo, y cómo usamos el poder para alentar lo mejor y lo peor y las versiones más comprometidas de nosotros mismos”.
Estamos ante una historia de amor y ambición donde no faltan profecías, aspiraciones de gobernar un dominio y un esperpéntico catálogo de visiones.
Ya desde el principio, nos sorprende como un ejercicio de surrealismo agudo, con un tratamiento visual muy creativo que parece un cruce entre Michel Gondry y Monthy Python, y momentos indescriptibles dignos de György Pálfi.
Situaciones absurdas, fetichismos extravagantes, diálogos exagerados, estética kitsch, sexualidad repulsiva y un tono propio de una distopía bañada en ácido. Todo en ello en un singular anti-biopic que causará pesadillas a cualquier historiador. En resumen, imperdible.
My Mexican Bretzel (Núria Giménez, 2019)
Cierro esta tríada de alteraciones de la realidad con una creación absolutamente fascinante. Y no hay palabra más precisa que creación.
La película empieza con unas secuencias en blanco y negro de pilotos de la Segunda Guerra Mundial sobrevolando las montañas de Suiza. Estas imágenes van acompañados de unos subtítulos, presentados como extractos del diario de Vivian Barrett. Vivian habla de sí misma y de su marido, León, que era piloto pero sufrió un accidente y tuvo que dejar de volar.
Poco a poco, vamos entrando en la glamurosa vida de la pareja a través de sus numerosos viajes, sus proyectos empresariales y su vida sentimental. Las entradas de diario incluyen citas fascinantes de un supuesto gurú indio, Paravadin Kanvar Kharjappali.
Lo fascinante es que las imágenes son en realidad vídeos caseros de Frank A. Lorang, abuelo de la directora. Cuando Lorang murió, Nuria Giménez encontró en su sótano unas cincuenta bobinas, con los años y los contenidos meticulosamente etiquetados. Tras un tiempo estudiándolas, la directora decidió utilizarlas para su proyecto de creación.
La cinta de Núria Giménez es un artefacto que poco tiene que ver con las normas de la ficción cinematográfica o del documental. Ni siquiera las del falso documental. Es una creación poética en la que las imágenes cobran un sentido propio gracias a la edición y a la incorporación de subtítulos.
My Mexican bretzel no solo es un juego de falseamiento de la verdad. Es un ejercicio conmovedor de evocación poética, más cercana a la literatura que al cine. Cómo le hubiera gustado verla a Roberto Bolaño.