L’Alternativa, Festival de Cinema Independent de Barcelona (y III). Viajantes, revolucionarios y musas rebeldes
Los Festivales de cine sumergen a todo aquel que los vive de pleno en un estado onírico, casi irreal, al margen de nuestra habitual cotidianidad. Durante varios días, a veces una semana o incluso más, dicho espectador pasa frente a la gran pantalla una gran cantidad de horas al día, devorando con atención y energía variables (esto no se puede evitar) dosis ingentes de cine de las más diversas procedencias y temáticas. Renunciando incluso a parte de su vida para dejarse llevar por el impulso cinéfago. Intentando cuadrar horarios imposibles, corriendo de unas sesiones a otras, haciendo colas cada dos horas, modificando los planes al dejarse influir por el boca a boca. Sí, algunos llegamos a hacer estas cosas. Por supuesto, se trata de una oportunidad única, pero no hay que olvidar que a veces es necesario un poco de distancia para poder asimilar todo aquello que se ha visto y comprobar cuáles de aquellas películas acaban dejando un poso más perdurable en nuestras retinas y nuestra memoria. ¿La pátina de legitimidad que a veces da el paso del tiempo? Puede ser.
Del 16 al 22 de Noviembre y gracias a L’Alternativa, tuvimos la oportunidad de ver muchas de esas películas que a menudo se quedan fuera de los circuitos comerciales: cortometrajes, mediometrajes y largometrajes. Muchos de ellos, óperas primas. Otros, realizados por directores habituales de este tipo de contextos. Algunos sobrevivirán al inexorable paso del tiempo y otros verán como su presencia se desvanece, muchas veces por razones injustas. Sea como fuere, pasamos a realizar una breve recopilación de las impresiones que nos generaron algunos de estos filmes.
Observar las calles de otra manera. Sus ritmos, sus rutinas, sus repeticiones y variaciones. Buscar esa sinfonía inconsciente creada de modo simultáneo por cientos, miles, millones de personas; esa que ya buscó Dziga Vértov hace casi noventa años en El Hombre de la Cámara (1929). Viajar hasta Rusia, hasta Nueva York, hasta Estambul. Establecer con dichas ciudades un diálogo sin palabras y estructurarlo en quince capítulos, a modo de videodiario documental. Estas son, grosso modo, las intenciones de Jem Cohen con Counting (2015), su nuevo largometraje tras su más narrativa y cercana al terreno de la ficción Museum Hours (2012).
Un vídeo diario es también la propuesta de Eloy Domínguez Serén, que con Ingen ko på isen (No Cows on the Ice, 2015) narra su propia experiencia como gallego emigrado a Suecia. Nuevo habitat, nuevo idioma, nuevo empleo, nuevo contexto, nuevas relaciones. Una reflexión indirecta sobre la crisis, sobre la precaria situación por la que atraviesa España. Una voz en off que sólo aparece cuando el idioma ajeno se va dejando dominar, poco a poco; como un animal salvaje que apacigua su ferocidad de modo progresivo ante aquel que le dedica el suficiente tiempo.
Ya sea mediante el documental o la ficción, las reflexiones críticas sobre el contexto social, político y económico han sido también una constante en la programación del festival. En Nakangami na Guangzhou (Stranded in Cantón, Måns Månsson, 2014) descubrimos algunas inesperadas consecuencias del capitalismo y la globalización en la sociedad contemporánea. Sabemos que los países opresores (esos que se consideran pertenecientes a lo que se suele llamar primer mundo) son los que explotan a los oprimidos. Que a menudo y por desgracia no hay medias tintas ni matices de gris, sino blancos y negros bastante definidos. Que las multinacionales tienen el aumento de beneficios como único fin y el resto importa bien poco. Que para estas, los sueldos miserables y las condiciones de trabajo infrahumanas de sus trabajadores son ínfimos daños colaterales, los huevos que hay que romper para hacer la tortilla, el pequeño sacrificio que han de hacer unos cuantos millones de personas para que unos pocos, los elegidos, los emprendedores, los privilegiados, acaben siendo portada de muchas revistas. Hombres del año que, para limpiar su conciencia, donan de vez en cuando unos cuántos millones a esos países que han estado a su servicio bajo coacción. Conocemos los hechos de modo superficial, sí, pero olvidamos a todas las personas que hay detrás. Nos cuesta darles una identidad, transformarlos en individuos. Vemos las noticias y nos resulta difícil empatizar ante la avalancha de injusticias. O demasiado fácil, no lo sé. Stranded in Cantón habla de todo esto desde el punto de vista de Lebrun, precario emprendedor que ha viajado desde el Congo hasta la lejana Cantón para comprar camisetas baratas y venderlas durante la campaña presidencial de su país. Política, economía, inmigración y capitalismo: proliferación de temas espinosos en una película con buenas intenciones que ve diluída su efectividad por una puesta en escena un tanto impersonal.
Construída estrictamente mediante material de archivo, la película de Jean-Gabriel Périot Une Jeunesse Allemande (2015), descubre aspectos de la RAF (Rote Armee Fraktion) poco conocidos para el público. Se trata de un puzzle compuesto de numerosas piezas, desde entrevistas a miembros de la organización como Ulrike Meinhof, Horst Mahler, Holger Meins, Gudrun Ensslin o Andreas Baader, pasando por fragmentos de noticiarios o incluso programas de televisión de la época. Un ejemplo de la disidencia activista de la Alemania de los 70 más visceral que encuentra numerosos ecos y concomitancias en la convulsa sociedad contemporánea. Dando por supuesto que resulta necesaria una revolución… ¿a qué precio y bajo qué condiciones?
Uno de los filmes más esperados (al menos, debido a la polémica que le precedía) fue The Sky Trembles and the Earth is Afraid and the Two Eyes Are Not Brothers (2015), película de título imposible que Ben Rivers (el cual ya mostró Two years at Sea tres años atrás en este mismo Festival) toma prestado de una narración del escritor Paul Bowles. El filme ubica la acción en el desierto marroquí y pone en el punto de mira al director Oliver Laxe, que dirige allí otra película (Las Mimosas). Aparentemente. Al menos, hasta que sucede algo. Hasta que un giro inesperado de los acontecimientos provoca una violenta grieta en los mecanismos de asimilación del espectador. Una experiencia tal vez un tanto incómoda, pero difícilmente olvidable.
Y si el filme de Rivers propone una mise en abyme que pervierte el género documental, Jose Luís Guerín realiza un ejercicio de algún modo paralelo con La academia de las musas (2015), película que el propio director define como “una experiencia pedagógica”. En ella, el profesor Raffaele Pinto (profesor de filología tanto en la película como en la vida real), se enfrenta a los cuestionamientos por parte de esposa y alumnas de su intención de regenerar el mundo a través de la poesía y del papel “activo” de las musas. Un divertimento lingüístico que reflexiona con ironía sobre el poder de la palabra y que, aunque resulta ágil y de agradable visionado, peca de una intencionalidad algo difusa y un cierto ensimismamiento.
Nos gustaría haber podido hablar de muchas otras cosas. Nos gustaría haber podido hablar de la master class del documentalista Hubert Sauper, del simposio titulado “¿En qué (no) se está convirtiendo el cine?”, del Palmarés o del trabajo realizado por los laboratorios colectivos independientes. De todo aquello que hace que un festival de cine sea un festival de cine y no una mera proyección de películas. Nos quedamos, pues, con las ganas de todo esto se repita el año que viene. Nuevas programaciones, nuevas actividades y nuevas películas. Nuevos encuentros. Nadando a contracorriente y conservando, eso sí, las mismas energías de la edición anterior.