Noah Baumbach: el eterno adolescente hipster
Este año se han estrenado en España las dos últimas películas del director neoyorquino Noah Baumbach, el responsable de aquella delicia absoluta titulada Frances Ha (2013).
A un ritmo de producción woodyallenesco, su mundillo de poseros, artistillas, jóvenes que quieren aparentar madurez, viejos que quieren pasar por jóvenes y niños bien buscándose a sí mismos ha terminado por desplegarse ante nuestros ojos en toda su (discutible) grandeza, dejándonos sensaciones contrapuestas. Porque por más que nos podamos sentir identificados con algunos de los conflictos que atraviesan sus protagonistas, tampoco se nos escapa esa laxitud, esa sobreactuación –en su mero rol de habitantes de la gran ciudad- a la que los empuja, para qué negarlo… el puro y simple aburrimiento.
Mientras seamos jóvenes (2014) comienza y acaba con niño. Con dos niños que no son los de la pareja formada por Naomi Watts y Ben Stiller, pero que parecen estar detrás del conflicto (de la crisis existencial, esas cosas que la gente tenía antes de substituirlas por el mucho más vulgar “bajón”) que ambos manifiestan haciéndose pasar por lo que ya no son (¿jóvenes?). El uno sirve de prólogo esperanzador, de fantasía pastoral tras la que se atrincheran muchos matrimonios que abrazan el martirio como corolario al final de la pasión. Y el otro enano, jugueteando con un smartphone en la terminal de un aeropuerto, hace de epílogo terrorífico a lo que les puede acabar ocurriendo a nuestros futuros papás: final abierto más propio de una película de terror por entregas. “¿Y si…?”
Entre medias veremos a nuestros dos cuarentones (acomodados, embarcados en proyectos “personales” que se dilatan indefinidamente en el tiempo sin temor alguno a no poder pagar el alquiler del mes) trabar conocimiento con una pareja de veinteañeros que parecen simbolizar casi todos los sueños a los que el tiempo les obligó a renunciar. Gente dinámica (no podría ser menos, a su edad), que han convertido en fetiches culturales algunos productos abyectos que ellos pudieron “disfrutar” de adolescentes. Entre el homenaje y la mofa, unos se complementan a los otros en un matrimonio de conveniencia: el joven documentalista quiere aprovecharse de los contactos del profesor incapaz de terminar su película y la pareja marginada socialmente (toda su generación se ha inmolado en el ejercicio de la maternidad) ve en ellos una posibilidad de escape, de reivindicación.
El problema es que Baumbach, en este caso, es el cuarentón. Y no disimula de qué lado están sus simpatías, convirtiendo al alumno trepa en una fraudulenta muestra de esa generación digital que parece grabarlo todo sin miedo al ridículo o la renuncia a la privacidad. Ese nuevo impulso creador que parece embargar a ambos se queda así en canto de cisne, antes de que opten por la adopción –ya que no pueden tener hijos- y se incorporen a la disciplina de grupo. Los jóvenes son jóvenes, los puretas son puretas. La moraleja de Mientras seamos jóvenes nos suena algo carca, como si alguien que no tiene el dudoso placer de conocernos nos gritase al oído que maduremos de una puta vez. Tú primero, Noah, tú primero.
Mistress America (2015) vuelve a ser otra carta de amor a Greta Gerwig, coautora del filme en todos los sentidos. El conflicto generacional se plantea ahora entre dos futuras hermanas, merced a un segundo matrimonio de papá y mamá. La una es una treinteañera con la sensación de haber perdido el tren del éxito (¿?), la otra, una universitaria recién estrenada que trata de encajar en su nuevo entorno. Y como casi siempre, un tercer protagonista: Nueva York, con descenso incluido de escalera a los Norma Desmond de Greta en Times Square e infinidad de esquinas donde comer, mirar y ser visto.
Alocada y fresca, Mistress America (el titulo de una posible serie de TV con una protagonista con doble vida: funcionaria del gobierno durante el día, superheroína de noche) vuelve a ser un catálogo de frustraciones de la clase media-alta, empeñada en una autorrealización que se materializa a través de una casa de diseño y un club de lectura para amigas preñadas. Brooke, la última romántica, busca tener algo suyo, un último refugio en forma de restaurante coqueto ideal para un público bohemio. Para ello necesitará financiación, pedirle dinero a esa gente rica cuyo trato no suele incomodarla… excepto cuando se trata de pedirles dinero, justamente. El plan para alcanzar el éxito se revela inocente y naif: sólo un ex bondadoso (y adinerado) la salvará del presentido desastre.
Entre medias, el despertar a la vida de otra adolescente, deslumbrada (enamorada) de esa chica-terremoto que se arriesga, cae y vuelve a levantarse. Y esa sensación, otra vez, de estar viendo a demasiada gente “fantástica” hasta arriba de Prozac, tan propia del cine de Noah Baumbach. Actores haciendo de gente normal que se comportan como actores. Una gran representación que a veces resulta gozosa –como ese canto vital y triste que fue Frances Ha-, pero que en estas dos últimas cintas acaba teniendo un revés algo irritante.
El mundo feliz de Mientras seamos jóvenes y Mistress America está poblado por gente que se arriesga de boquilla, porque la red está tendida permanentemente bajo sus pies. Sus ansias de trascendencia son más bien huecas, preocupados como están en lanzar tweets ingeniosos a su media docena de seguidores, aplicar el filtro más resultón a sus fotos de Instagram o modificar su estado de Facebook antes siquiera de saber si tienen o no una relación con alguien. Mientras tanto, eso sí, aseguran que “andan en ello”, que pronto deslumbrarán al mundo con un proyecto empresarial poco original u otro cansino documental donde lo único importante parece ser “el proceso”… y no el irremediable aburrimiento que provocará en sus espectadores.
Aunque todo lo anterior pueda sonar cruel, lo cierto es que Baumbach se muestra excesivamente misericorde con ellos. Sus tragicomedias no esconden cierta admiración por esos burgueses que juegan a directores de cine o a emprendedoras estresadas… embobado por “la belleza del gesto”, por así decirlo.
Y es esa visión condescendiente la que impide que sus frescos contemporáneos acaben siendo sátiras memorables.