Visto en el D’A 2015 (V): palabras, algo de sabiduría y Benidorm

En un festival de cine uno siempre ve demasiadas películas. Tantas, que acaba frivolizando sobre el estado del mundo, elaborando teorías en las que terminen encajando todas, una detrás de otra, como si los filmes fuesen las migas de pan que marcasen un camino. No, nada tiene sentido. Pero aún así resulta legítimo tratar de encontrarlo, ¿no?

La sapienza, La princesa de Francia y Sueñan los androides, las tres vistas en el marco del Festival Internacional de Cine de Autor de Barcelona (D’A), las tres plagadas de personajes perdidos, extrañados o directamente alienados. Sus directores son un neoyorquino nacionalizado francés, educado en el clasicismo y capaz de reclutarnos para el más demodé de los viajes: el espiritual, en plena dictadura de lo banal. Y un bonaerense arrebatado por el espíritu –y la letra- de las obras del bardo inmortal. Ah, y también hay un vasco perdido en la Costa Blanca y que nos ofrece un menú a base de sol, playa, sangría, Philip K. Dick y esperpento.

la_sapienza

Dos arquitectos en pos de verdades mayúsculas. El veterano ejerce de desencantado, mientras el joven todavía cree en templos alrededor de los cuales construir ciudades enteras. Metáforas bien conocidas: la luz pugnando por abrirse paso entre las tinieblas (no sólo del conocimiento, también del alma). El éxito y la fama (esa faceta ‘berniniana’, de tutela Papal, de mecenas generoso capaz de cubrir nuestras necesidades materiales) versus el artista talentoso consciente de sus propias posibilidades (Francesco Borromini). El viaje a Italia ya no es sólo una etapa obligada del Grand Tour, sino una necesidad de reencontrar la propia vocación coleccionando fachadas barrocas y confrontando las propias ideas con las de alguien al que le queda todo por aprender. El conocimiento –o quizás la verdadera sabiduría- sólo surge del contraste, de la comparación entre nuestro sistema de valores –incluidos los estéticos, cómo no- y los de alguien a quién ni siquiera consideramos un par. La intuición y el amor en pugna con la escolástica y el ejercicio funcionarial de una labor supuestamente creativa.

La sapienza se mueve en el territorio de las ideas. Tan inabarcable en sí mismo que el director evita distraer al espectador con despliegue actoral alguno. Su premisa de partida forzosamente nos remite a Robert Bresson: los protagonistas van a decir cosas tremendas y profundas, sin relación alguna con su edad y experiencia. Los más jóvenes parecen los más sabios; los más viejos, los más inexpertos, encerrados en el bucle sin fin de unos sistemas de valores inmutables que llevan décadas sin revisar. El trauma se cura a través del sacrificio y el arte, en cualquier caso, puede ayudar a aceptar este hecho.

En La princesa de Francia prima el diálogo, pero sin pretensiones socráticas. No, aquí nadie busca la verdad. Se suceden los escarceos amorosos y los encuentros entre jóvenes, cubriéndose prácticamente todas las combinaciones posibles. Los trabajos de amor perdidos de Piñeiro son fieles al espíritu de la obra de Shakespeare, continuando su relectura contemporánea.

a2483b89b614569fc46f8a4814a6a3f6

Si en La sapienza el director nos quiere más atentos al qué se dice que a quién lo dice, Piñeiro nos empuja a una representación centrípeta en la que tenemos la impresión, como una de las protagonistas, de acabar de entrar con la obra empezada. Apabulla tanta velocidad y deslumbran puntualmente escenas maravillosas (el arranque con el partido de fútbol donde paulatinamente todos los jugadores van cambiando de equipo, esa reivindicación a contracorriente de las formas del neoclasicismo en pleno museo, la repetición de situaciones sin que varíe en exceso el resultado final). Sin embargo, el regreso de Víctor a Buenos Aires –no tanto con la intención de volver a ilusionar a su antigua compañía de teatro como de retomar viejos/nuevos amores-, nos deja descolocados, quizás porque su autor de por sentado que volveremos a verla para regocijarnos con su innegable brillantez formal.

Por último, Ion de Sosa nos propone en Sueñan los androides un camino que no remite a formas literarias más que en el título. Apenas cuatro o cinco diálogos que distan mucho de querer ser reveladores, integrados en un conjunto deslavazado que maneja mitología cañí de casa de la tía Eufrasia con mucha menos fortuna que Uranes (Chema García Ibarra, 2013). ¿Un humano de vacaciones ‘extreme’ en una ciudad mediterránea sólo habitada por androides? ¿La alicantina ciudad de los rascacielos convertida en el escenario de una Almas de metal (Michael Crichton, 1973) donde liberar instintos básicos?

Mediado el siglo, Benidorm seguirá siendo un no-lugar colonizado por jubilados, aunque ya no sabemos si ellos mismos dejaron hace mucho tiempo de ser humanos. Autómatas o de carne y hueso, su actividad futura no difiere de la actual, integrados en un paisaje de sofisticación low cost: los neones conviven con las urbanizaciones pendientes de entrega de las afueras, los pisos vacíos con las salas de baile donde el patetismo tiene su propia coreografía.

cazando-replicantes-por-las-calles-de-benidorm-978-body-image-1418997369

Constructores de mundos que olvidaron que no se pueden levantar hospitales sin ventanas, Casanovas que lo mismo se enamoran de una que de todas, Blade runners que sólo quieren llevarse a casa ovejas (tanto da si son eléctricas). Utopía y desencanto: la de la ciudad de vacaciones, la del proyecto de una urbe sostenible que choca con los recortes presupuestarios habituales, la del que quiere hacer llegar los clásicos a través de la radio, al intemporal estilo de Orson Welles. Pasado (La sapienza), presente (La princesa de Francia) y futuro improbable (Sueñan los androides) en esta edición del D’A 2015 que ha contado en su recta final con dos filmes sensacionales: The Forbidden Room (Guy Maddin, 2015) y P’tit Quinquin (Bruno Dumont, 2014).

Pero esa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión. En un par de días, para ser exactos.

You may also like