‘Twin Peaks’ T3. Partes I a IV: La Logia Negra invade el orbe (II)

[Sí, el siguiente texto contiene información relevante relacionada con el devenir de la tercera temporada de’ Twin Peaks’. Leerlo implica asumir el destripe de la misma]
No, David Lynch tampoco nos lo va a poner fácil esta vez. Nada suyo resulta sencillo desde Mulholland Drive (2001), ciertamente. Narrativa abierta y exigente, forma deslumbrante e hipnótica. En esta Twin Peaks, ninguna pista: ni tan siquiera poniéndoles títulos a los episodios. 18 cortes, 18 partes de un todo imbricado y fascinante. ¿Estáis preparados?
Una imagen borrosa, casi una aberración cromática. Poco a poco se va aclarando y descubrimos el rostro avejentado de Laura Palmer, apenas visible entre la bruma que rodea los árboles de la región.
La cascada la vemos ahora desde lo alto, a vista de pájaro. En la nueva intro de la serie, somos una gota más de esa masa espumosa que se precipita desde las alturas. El dosel de agua se transmuta en cortina, en cortina roja. El resto es el motivo geométrico del suelo en ese escenario que tan bien conocemos; una línea quebradiza, picos infinitos que oscilan bajo nuestros pies.
La tercera y última temporada de Twin Peaks es un juego de espejos, una caja de resonancia de todo el cine rodado hasta la fecha por David Lynch. Enciclopedia perversa donde algunos de sus actores fetiche (Harry Dean Stanton, Laura Dern, Naomi Watts o, por supuesto, Kyle MacLachlan) se pasean defendiendo sus personajes de ficción y, de alguna manera, también algunas de sus creaciones previas. Incluso hay algo de ellos mismos, de la persona transmutada en actor.
Pero no nos meteremos en esta celada de ecos infinitos. Trataremos de acotar el terreno de juego a lo que estrictamente nos muestra David Lynch. Ya habrá tiempo para las divagaciones al final de la exposición.
Como en otras ocasiones me ha funcionado con este autor, aquí vuelvo a hacer lo mismo: limitarme a poner por escrito lo que veo. A desgranar la trama de cada capítulo, sí, e ir compartiendo “descoloque” con el lector. Lo ideal sería utilizar lo que sigue como guía de lectura, como repaso post-visionado del episodio. Se presupone que uno ha visto anteriormente las dos primeras temporadas y se halla familiarizado con sus personajes. Es un texto vivo: se admiten (¡se ruegan!) opiniones encontradas, matizaciones, correcciones y cualquier apostilla que tengáis a bien hacer.
Allá vamos.
Parte I. Bob por todas partes
La solitaria chimenea que coronaba la desafortunada serrería nos saluda, tras un plano aéreo que nos acerca una vez más a aquella geografía maldita. Volvemos a entrar en el instituto, a recorrer los pasillos desiertos, a ver a aquella chica que cruzó el patio a la carrera al conocer la noticia de que Laura Palmer había aparecido envuelta en plástico de embalar y con los labios amoratados.
El prólogo de este primer episodio ya nos pone sobre una de las pistas de la serie: el sonido (es el propio David Lynch el que se pone al frente del sound department, así lo atestiguan los créditos). El gigantón acostumbrado a enumerar los misterios de tres en tres (rollo Fátima) nos deja aquí un nuevo intríngulis:
– Hay que recordar un número: el 430.
– Dos nombres: Richard y Linda.
– Y un dicho: “dos pájaros de un tiro”.
Los elementos duales, tan queridos por David, nos ayudarán –o nos terminarán por perder definitivamente- por este nuevo sendero. Continúan las referencias oscuras: alguien a quién Dale Cooper conoció “está en nuestra casa” aunque ahora las cosas “no pueden decirse en voz alta”.
No será el único personaje agorero de este primer capítulo. Margaret, la señora Leño, les pedirá a los que fuesen antiguos compañeros de investigación junto al agente Cooper que estén bien atentos “a su legado”, porque allí encontrarán “algo que está perdido”.
El doctor Jacoby, una especie de hippie irrecuperable tras un mal viaje con el LSD, vive ahora bajo los árboles, donde parece que algo o alguien lo observe. Lejos quedan aquellos días en los que compartía terapia y secretos con Laura Palmer.
Los hermanos más depravados de la comarca continúan regentando el hotel (el Gran Norte), bastante venido a menos. El uno sigue con sus delirios de grandeza, el otro con su obsesión por la comida y las sustancias alucinógenas.
El mal –o su sempiterna manifestación- se ha dispersado por todo el país. Ya no es monopolio de Twin Peaks: su presencia se hará notar en la Gran Manzana y en Buckhorn, Dakota del Norte.
En Nueva York asistimos a un extraño experimento en el que se trata de materializar –e inmortalizar- la aparición de un sentimiento (¿o de un ser?). Si el miedo o la ansiedad era lo que hacía que se manifestase Bob, aquí será la excitación de dos jóvenes lo que aliente a la bestia. O lo que quiera que sea eso que vemos fugazmente, confinado dentro de una caja de cristal rodeada de cámaras.
¿Quién mira a quién? ¿Cuál es el verdadero objeto de este experimento? ¿Acaso no será el supuesto observador el realmente observado?
En Buckhorn la cosa es menos sutil. Un cadáver que en realidad son dos: la cabeza de la bibliotecaria y el cuerpo de vaya usted a saber quién. Y un culpable excesivamente evidente, que ha sembrado el escenario del crimen con su indecoroso ADN. Un profesor de instituto que no parece recordar nada de lo acontecido, aunque guarde en el maletero de su coche pruebas más que evidentes de su pasatiempo criminal. En las traseras, el encargado del mantenimiento de la finca parece estar implicado en algún tipo de trapicheo…
Y luego está el agente Cooper, por supuesto. O su reverso tenebroso (‘Cooper oscuro’ lo llamaremos a partir de ahora). Un Cooper que ahora gasta Mercedes último modelo, aires pendencieros y estilazo macarra. Lo vemos moverse entre el lumpen local, enrolando en su peligrosa cruzada a dos víctimas propiciatorias, Darya y Ray.
Epílogo: el gigante, sentado en la sala de espera, escucha los sonidos –aparentemente inconexos- que emanan de un gramófono.
Parte II. Mi doble desbocado y yo
Conoceremos aquí el drama del agente Cooper, desaparecido sin dejar rastro tras su supuesto retorno de la logia oscura (recuérdese aquél plano Alicia en el país de las maravillas con el que acababa la serie clásica: Dale (re)conociendo a Bob al otro lado del espejo). Pues bien… resulta que allí sigue. Esperando. ¿El qué?
El tema del doppelgänger reaparece con fuerza. El Cooper dislocado tiene dos frentes abiertos: su yo chungo está por Buckhorn, haciendo barrabasadas. Su yo benigno, acumulando encuentros vintage en la sala de espera. El Cooper malo, en definitiva, ejerce como Bob en esta tercera temporada. Sus atribuciones, por lo tanto, serán similares a las del Bob original: quienes lo vean estarán coqueteando con el crimen, el pavor o el desencanto.
En Buckhorn ha hecho una nueva adepta: la mujer del director de instituto (que estaba manteniendo una aventura con alguien próximo a la policía local) y que parece evidente que anda interesada en deshacerse de su marido, para quién el crimen únicamente ocurrió “en sus sueños”. Su desesperación aumenta al mismo ritmo que nuestra perplejidad: lo vemos abatido en su celda, mientras un travelling por el calabazo nos lleva hasta un cubículo colindante donde un personaje ennegrecido (¿carbonizado?) se desmaterializa ante nuestros ojos. La mujer será felicitada por su “conocimiento de la naturaleza humana” antes de ser asesinada por el Cooper oscuro.
El Cooper oscuro descubre también una conspiración contra su persona, teniendo como brazos ejecutores a sus dos supuestos lacayos. Ni que decir tiene que ambos pagarán cara su osadía, sin que sepamos muy bien si han logrado su objetivo: obtener cierta información de vital importancia para el Cooper oscuro y que obra en poder de la secretaria de William Hastings, nombre del profesor de instituto falsamente acusado. Algo que también tiene que ver con la reciente manipulación de su vehículo, sembrado de pruebas incriminatorias.
Mientras tanto, Cooper aguarda. Con la cortina roja a sus espaldas conocerá a una especia de árbol chuchurrido (pero con conciencia: lo llamaremos ‘la Rama’ desde este momento) que parece hacer las veces de enano en esta entrega (recuérdense las palabras del susodicho hace 25 años: “cuándo vuelvas a verme ya no seré yo”). En este purgatorio atemporal, vivos y muertos parecen aguardar el retorno de su doppelgänger, única posibilidad, al parecer, de abandonar la logia negra. El manco vendedor de zapatos (Mike, que le advierte de que no va a tener muy claro –ni Dale ni el espectador- si esto es pasado o futuro), Laura Palmer (que “está muerta pero aún vive”) o el padre de esta última, que le pide que “la busque” (¿acaso está todavía viva?).
El Cooper que aguarda, el Cooper retenido es tachado de “inexistente” por la Rama –así, será, por lo menos, hasta que acuda a la cita en la logia negra su otro 50%-. Su amoral alter ego acaba en la caja de cristal del experimento de Nueva York, lo cuál nos lleva a pensar que fue él –o alguna de sus manifestaciones- quién mató a los dos jóvenes en el primer episodio.
Mientras tanto, Hawk (el policía indio) aguarda junto a los doce sicomoros, el lugar donde desapareció por primera vez el agente Cooper. Recibe un consejo críptico de la señora Leño, al otro lado del teléfono (sí, en esta temporada ya existen los móviles): “las estrellas giran y el tiempo se muestra a sí mismo”.
En Las Vegas, algo maligno también ocurre. Referencias a un puesto “que ahora es de ella”, mucho dinero que cambiará de manos y tratos con gente muy poco recomendable. Poco más podemos sacar en claro de la conversación entre jefe y empleado consternado.
Por último, volvemos al Roadhouse. En él aparece James (sí, aquél alelado que iba en moto y que conquistó el corazón de Laura Palmer –vale, a medias-, Donna Hayward y cierta ricachona con la que se topó en un bar de carretera).
Epílogo: vemos concluir la actuación musical en el Roadhouse, el Shadow del grupo Chromatics. Una canción que llama a ser arrastrado por las sombras… una última vez. Porque no vamos a dejar esta ciudad, atrapados en este extraño sueño.
“Shadow, take me down
Shadow, take me down with you
For the last time
For the last time
For the last time
For the last time
You’re in the water
I’m standing on the shore
Still thinking that I hear your voice
Can you hear me?
Can you hear me?
Can you hear me?
Can you hear me?
For the last time
For the last time
For the last time
For the last time
At night I’m driving in your car
Pretending that we’ll leave this town
We’re watching all the street lights fade
And now you’re just a stranger’s dream
I took your picture from the frame
And now you’re nothing like you seem
Your shadow fell like last night’s rain
For the last time
For the last time
For the last time
For the last time”
Parte III. Escape de la logia negra
Pocos capítulos como el presente dejan bien a las claras que, en esta tercera temporada, Lynch (y sus obsesiones) son las que mandan. Una auténtica locura en la que veremos al agente Cooper volver de entre los muertos (o de entre los que aguardan, sin que todavía sepamos muy bien el qué), materializándose en el cuerpo de un tal Doogie.
Para ello, en su caída al vacío desde la sala de espera, deberá de pasar por una especie de purgatorio con laguna Estigia incluida. Un espacio fascinante donde se encontrará con una mujer (carente del sentido de la vista) que le pedirá que permanezca en silencio mientras una presencia amenazante trata de penetrar en la estancia. Acto seguido le instará a acompañarla a la azotea a través de una trampilla, emergiendo ambos junto a una estructura acampanada con vistas a la mismísima Vía Láctea. Su cicerone se inmolará y Cooper tendrá tiempo de ver a sus pies el rostro del mayor Garland Briggs, aquél tipo eternamente vestido de militar y empeñado en aconsejar a su hijo Bobby sobre lo humano y sobre lo divino. Su rostro, difuminado sobre el mar de estrellas, musita dos palabras: “rosa azul”.
Cooper regresa a la sala de luz cálida, donde una mujer vestida como la anterior –pero esta vez sí, con ojos- aguarda a que su reloj marque una hora concreta (las 02:53h). En ese preciso instante se ilumina un flexo junto a un mecanismo numerado con el número 3 (anteriormente a su ascensión hasta la cúpula el agente se había detenido frente a uno numerado con el 15). “Cuando llegues allí ya estarás allí”, señala su inquietante compañera, metiéndole prisa porque al parecer se acerca “su madre”.
A través de este artefacto culminará su descenso a la Tierra, apareciendo a través de… de los orificios de una toma de corriente. Por el camino perderá los zapatos, aterrizando en la moqueta de una casita unifamiliar de una urbanización bastante desabrida: Rancho Rosa.
Se trata del picadero al que ha sido conducido Doogie, un tipo pelín putero que está siendo buscado por unos maleantes que se la tienen jurada. Paralelamente, el Cooper oscuro -que no ha acudido a la llamada de la logia- tiene un accidente de tráfico en ese mismo instante (2:53h). A resultas del mismo expulsa un fluido pestilente y tóxico que quizás tenga algo que ver con su retorcido espíritu.
El trueque ha tenido lugar. Doogie –que, como todo aspirante a acceder a la logia negra, tiene que haber tenido contacto con el Mal o alguna de sus manifestaciones- a cambio de Dale Cooper. Un personaje “fabricado” –así lo califica el manco que lo aguarda al otro lado del telón-, indispensable para que alguien alcance su “objetivo” (¿?). Tras una deflagración, quedará reducido a un anillo y una bola de acero dorada.
En su nuevo-viejo mundo, al agente Cooper no le va muy bien. La prostituta con la que se había citado trata de ayudarlo al observar evidentes síntomas de desorientación. Rebuscando en su bolsillo da con la llave de su habitación en el hotel Gran Norte de Twin Peaks (la 315, y recuérdese el juego anterior con el 3 y el 15). Se ve obligada a llevarle en coche a su casa –no encuentra las llaves del suyo propio-, ínterin aprovechado por sus perseguidores para adosarle un dispositivo explosivo a los bajos de su vehículo (con matrícula personalizada DUGE LV). De todo ello es testigo un chaval que vive en el chalet de enfrente, habitado también por una madre yonqui totalmente ida, que no cesa de gritar en voz alta una cifra: “¡119!”.
De vuelta a la comisaría de Twin Peaks, Hawk, Andy y Lucy tratan de encontrar qué objeto perteneciente al “legado” del indio falta de entre las pruebas del caso original de Laura Palmer. Lucy confiesa que ella se comió un conejito de chocolate y que quizás esa sea la clave.
El agente Cooper / Doogie es devuelto al casino donde fue “captado” por la meretriz negra (Silver Mustang). Allí se dedica a repetir como un autómata algunos de los gestos (el frotado de la moneda antes de introducirla en la tronera, acompañado del ritual “Holaaaaaa!”) que ve entre los habituales de las tragaperras, obteniendo el premio gordo en una treintena de máquinas, para desespero del encargado del local.
Mientras tanto, un grupo de agentes del FBI –compuesto por el sordo Gordon, el urbanita cabreado Albert y la peripuesta agente Tammy- se han puesto a investigar el doble crimen de Nueva York, cuyas víctimas han identificado como Sam Colby y Tracey Barberato. Saben lo mismo que nosotros: que en el lugar se llevaba a cabo un extraño experimento, que no se sabe quién ponía el dinero, que todo se grababa y que una extraña forma apareció en una de las grabaciones (correspondiente a un tiro de cámara en particular).
Una llamada interrumpe las pesquisas. Cooper ha aparecido y tenemos así ocasión de ver el despacho del agente Gordon (sí, el propio David Lynch) decorado con una instantánea de la deflagración de una bomba atómica y una foto de Franz Kafka.
De vuelta a la casa del doctor Jacoby, vemos a este aplicar un aerosol dorado a las cinco palas que había comprado en el capítulo 1.
Epílogo: en el Roadhouse, escuchamos el Mississipi de los The Cactus Blossoms. Milla arriba, milla abajo, el río que Gordon y los suyos deberán de remontar para llegar hasta las Colinas Negras de Dakota del Sur, donde ha aparecido Cooper. Pero… ¿cuál de los dos?
“I’m going down to the sea
M-l-S-S-l-S-S-l-P-P
I watch the sun yellow and brown
Sinking suns in every town
My angel sings down to me
She’s somewhere on the shore waiting for me
With her wet hair and sandy gown
Singing songs waves of sound
There’s a dive I know on River Street
Go on in and take my seat
There’s a lot of friends I’ll never meet
Gonna take a dive off River Street
You look different from way down here
Like a circus mirror I see flashes, of you on the surface
I’m coming up from way down here
The water’s clear, all I want is to see your face
I’m going down to the sea
M-l-S-S-l-S-S-l-P-P
I watch the sun yellow and brown
Sinking suns in every town”
Parte IV. En busca del agente Cooper
El bueno de Cooper / Doogie vuelve a su casa (de la que tan solo recuerda que tiene una puerta roja) con casi medio millón de dólares en la saca. Lo cuál regocija a su estresada mujer (Naomi Watts), consciente de sus deudas de juego (por lo visto no era su primera excursión a Las Vegas) y cabreada porque el susodicho no había estado presente en la fiesta de cumpleaños de su hijo.
Mientras tanto Gordon se entrevista con Denise (David Duchovny), convertida ahora en la jefa de personal del FBI. Ella le autoriza a su peregrinación en pos de Cooper, retenido en una prisión federal, aunque le sermonea sobre su sospechosa querencia por agentes curvilíneas y treinteañeras (recuérdese que ya en la segunda temporada no paró hasta robarle un beso a Shelly Johnson, camarera del Double R Diner).
En Twin Peaks conocemos al hermano del sheriff Truman (impagable Robert Forster), al mando ahora de todo el tinglado. Las preocupaciones del departamento pasan por las sobredosis a consecuencia de una “nueva droga de diseño china”. Es aquí cuando descubrimos que Bobby –el supuesto novio de Laura Palmer cuando tuvo lugar su asesinato- es ahora agente de la ley. La visión de su foto sobre la mesa donde se despliegan las pruebas del caso hace aflorar dolorosos recuerdos…
No se acaban aquí las sorpresas. También conoceremos al hijo de Andy y Lucy, apadrinado por el sheriff Harry S. Truman: Wally Brando (Michael Cera). Y claro, el apellido obliga: el chaval va vestido como el personaje de Marlon Brando en Salvaje (László Benedek, 1953): chupa, moto y mucha bad attitude con barniz verborreico. Un auténtico charlatán, que nos hace sospechar que quizás el padre no fuese el bueno de Andy, sino aquél vendedor con el que Lucy mantuvo una relación paralela durante la segunda temporada de la serie.
El agente Cooper / Doogie sigue comportándose como un loro, eco fiel de palabras, frases o gestos que escucha o ve aquí y allá. Desde el otro lado del escenario, el manco le informa de que le “han engañado”, mostrándole la bola dorada y asegurándole que ahora uno de los dos “deberá morir”. Mientras tanto trata de asumir la rutina del Doogie al que suplanta, aleccionado -¡y de qué manera!- por su propia mujer.
Gordon y su cohorte llegan a la prisión de Dakota del Sur donde está retenido Cooper. En el momento de su detención llevaba en el maletero de su coche cocaína, una ametralladora y una pata de perro. En su interrogatorio se comporta como lo haría el Cooper que todos conocemos y asegura que durante todos los años ausente estuvo trabajando como infiltrado a las órdenes de un tal Phillip Jeffries, ex-agente del FBI. Asegura que nunca había dejado realmente “su casa”, pero lo cierto es que su testimonio suena a memorizado, incluyendo repeticiones innecesarias. Durante su escucha, el agente Albert parece sentirse indispuesto e interrogado por Gordon confiesa que estuvo en tratos con el tal Phillip y que tras compartir cierta información con él, un agente destinado en Colombia fue asesinado. Gordon muestra su estupor y recomienda que cierta persona vaya a ver a Cooper.
Epílogo: … y volvemos al Bang Bang Bar para escuchar Lark de Au Revoir Simone, una tonada de amores no correspondidos:
“So
So long
So long ago
There wasn’t anyone out there I thought I needed to know
But no more
When I find the day leave my mind in the evening just
as the day before
I saw the window was open
The cool air
I don’t know what you saw there
Don’t know what you saw in me
Sometimes I want to be enough for you
Don’t ask
Know that it’s understood
There’s not enough of me
I saw that something was broken
I’ve crossed the line
I’ll point you to a better time
A safer place to be
Sometimes I want to be enough for you
Don’t ask
Know that it’s done no good
Sometimes I want to be enough for you
Don’t ask
Know that it’s done no good”
[Próxima entrega: partes V a VIII]