The killing, drama policíaco a sotto voce

Alguien mató a alguien. Caínes y Abeles, uno de los argumentos esenciales, una de esas historias que nos llevan contando desde hace siglos. ¿Quién, cómo, por qué?

El cuándo y el dónde lo sabemos desde el principio. Ocurrió de madrugada, para desgracia de la detective Sarah Linden, que verá así trastocado el que prometía ser su último y plácido día de trabajo. Porque un avión la espera para poner tierra de por medio con sus fantasmas, aterrizar al otro lado del país y casarse. ¿Con quién? Con un médico, con el loquero que la rescató de otra crisis, aquella en la que la sumió cierto caso que se quedó abierto para siempre en su memoria

Porque Linden se involucra sobremanera, llegando a identificarse con las víctimas y a asumir unos compromisos -¿parte de la culpa, incluso?- que la emparejan con el sheriff obsesivo que interpretase Jack Nicholson en El juramento. No hay distanciamiento posible: la resolución del crimen requiere de la implicación personal. Hasta el punto de dejar aparcada su “otra” vida (la de verdad: un hijo-paquete al que abandona junto a alguna amiga sin edad ni paciencia para ejercer de canguro o al que obliga a peregrinar de hotel en motel; un novio al que deja plantado a siete pasos del altar). Ella misma se abandona (duerme poco, come mal, se arrastra de un día a otro sin tan siquiera preguntarse cuánto hace que no se cambia de ropa). Y miren que es difícil desmejorar a la actriz Mireille Enos, puntal absoluto de la intriga.

The Killing (Season 2)

26 capítulos, 26 días, es lo que le va a costar resolver su último intríngulis. El cuerpo de Rosie Larsen, una adolescente con la cabeza llena de mariposas (monarca, para más señas), aparece en el maletero de un coche semihundido en una zona lacustre. Imagen recurrente en la historia del cine (desde el último plano de Psicosis hasta la más reciente Into the abyss de Werner Herzog): la noche, matorrales, una orilla donde deshacerse del cadáver, una grúa remolcando un vehículo del que alguien se ha deshecho precipitadamente…

Como en toda pesquisa policial que se precie, abundarán las pistas falsas; unos sospechosos nos llevarán a otros hasta contar con un abanico digno del Asesinato en el Orient Express de Agatha Christie: compañeros de instituto viciosillos, familiares con pasado oscuro, maestros demasiado abnegados, mafiosos locales, magnates de la construcción, mujeres de negocios que se amparan en su condición de minoría étnica y… y candidatos a la alcaldía con asesores maquiavélicos.

Sí, porque falta poco menos de un mes para renovar consistorio en Seattle. Y todos sabemos que durante este tipo de contiendas la moral se toma unas vacaciones, convirtiéndose en un término relativo, laxo y maleable en función del único objetivo: ganar, coño, ganar. Asistiremos pues al habitual combate en apariencia desigual –siempre hay un David y un Goliat- con larga tradición en los seriales norteamericanos (véase la segunda temporada de The good wife o la tercera de The wire). El juego y cómo jugarlo conforman el aire de un crimen. Eso y la propia ciudad. El dónde.

Porque Seattle se revela un escenario ideal para el suspense y el blues del que está impregnado The killing. Un otoño perpetuo, una sensación de tormenta recién concluida o de lluvia incipiente, con escasas escenas rodadas a plena luz del sol. Desde la mismísima careta de la serie se nos informa de que el agua va a ser un elemento más de la trama. Nuestros falsos culpables y aparentes inocentes van a necesitar de bebidas calientes, de cigarrillos con los que combatir el frío, de soportales bajo los que resguardarse del diluvio. Los parabrisas funcionan sin parar y su vaivén nos recuerda al pendular de los sospechosos habituales: lo hizo él, no lo hizo, lo hizo él, no lo hizo…

Pero Linden no sería sino una integrante más de la superpoblada galería de investigadoras al borde del colapso nervioso (¿cómo la Clarice Starling de El silencio de los corderos, la Carrie Mathison de Homeland o la Debra Morgan de Dexter?) de no ser por el sano contrapunto que introduce su colega de desventuras, el vegetariano devorador de comida rápida Stephen Holder. Uno de los grandes valedores de la serie, este tipo con pintas de ex–yonqui que todavía no lo ha dejado pero está en ello (“palabra que de mañana no pasa”) convierte en mundanos unos métodos de investigación policial basados en… un poquito de intuición, suerte, algo de extorsión y un mucho de tocarle los huevos a quien no toca. Filósofo en horas bajas, sus frases apestan a zen de libro de autoayuda, a vacilada de sala de billares, a exceso de film noirs con Jean-Paul Belmondo. Un tipo con recursos que junto a Linden conforma una dupla arrastrada, perdedora, digna de conmiseración. La ficción norteamericana ha aprendido, más allá de Las calles de San Francisco, Simon & Simon, Bones o El mentalista. Los que persiguen a los malos no tienen por qué tener estilo. E incluso mucho mejor si llegamos a dudar en algún momento de que sean, precisamente… buenos.

The Killing (Season 1)

El territorio del mal, el elemento del crimen: eso también es atípico en The killing. La última planta de un casino situado en territorio indio, franquicia con su propia ley y orden que parece operar al margen de los preceptos federales. Un espacio donde los crímenes no son crímenes, donde la verdad es otro eufemismo. Un lugar donde cerrar pactos a tres bandas. ¿Por qué contentarnos con un único culpable? Un transbordador une el continente con esta anomalía ética, camino sin retorno en el que grabar ví­deos caseros y despedidas naif para tu traumatizada familia.

Sí, al final de la segunda temporada sabremos quién mató a Rosie Larssen. Acostumbrados como estamos a tramas estiradas hasta el hartazgo del más paciente de los espectadores, a argumentos que giran sobre sí mismos renunciando a toda lógica, la honestidad de The killing quizás alguno pueda confundirla con simpleza, con falta de sofisticación. En realidad no hay un gran secreto. Ni una conspiración inexplicable. No, todo se mueve en el reducido margen de posibilidades de las pasiones humanas. Amor y voluntad de poder.

Tampoco vamos a engañaros: The killing no alcanza la excepcionalidad, por mucho que presumiese al principio de referentes de enjundia (todavía ando buscándole el parecido con Twin Peaks, la verdad.) Y no lo hace por apostar por ese tempo imposible (cada capítulo corresponde a un día “real”), durante el cuál se acumulan decenas de acciones y hechos que rozan lo extraordinario (el candidato Darren Richmond, por ejemplo, pasa de ser el principal sospechoso del homicidio a recibir un balazo, recuperarse en un tiempo récord, confesar un intento de suicidio y ganar unas elecciones en silla de ruedas. Menudo mes, tío). El suspense también cae en el artificio en demasiadas ocasiones: un sospechoso le cede el testigo al siguiente mientras al espectador se le niega una visión de conjunto, esa que milagrosamente clarifica la trama en los últimos episodios. Ha habido trampa, sí, pero se nos ha regalado un final redondo y clásico del que debería de aprender el trilero de J.J. Abrams.

La originalidad de The killing ha radicado hasta ahora en no apostar por lo truculento. Hay una muerte y no hace falta mucho más para interesar al espectador pausado y sin prisas. Unos padres destrozados, un halo de fatalidad y de depresión colectiva: pasillos vacíos, una habitación “santuario” donde retirarse a maldecir. El sentimiento de culpa y el “y si…” repetido hasta la ronquera. Algo tan poco norteamericano como regodearse en el dolor, quizás.

The killing es una adaptación de una serie danesa, Forbrydelsen, que concluyó en su tercera temporada el año pasado. Grandes corporaciones con mucho que ocultar y políticos sin escrúpulos, dos clásicos de la ficción contemporánea aquí, en Seattle y en Copenhague. Su creador es Soren Sveistrup, que también ejerció de productor ejecutivo en su adaptación norteamericana.

The-Killing-Key-Art

Este 2 de junio se emitirá en EEUU la premiere de la tercera temporada, que arranca un año después de la resolución del caso de Rosie Larsen. Otra chica huída y una serie de crímenes que quizás estén conectados con aquél que tanto traumatizó a nuestra protagonista. The killing se lo juega todo a una carta, con asesino en serie incluido. Y es que AMC valoró muy seriamente la posibilidad de su cancelación, salvándose in extremis merced al concurso de la cada vez más poderosa Netflix.

Un nuevo caso, pues, para Linden & Holder, una de las parejas más interesantes en su disparidad desde los tiempos de Luz de luna. Que la locura no venza a nuestra heroína, que las calles no le puedan a nuestra Sancho Panza rehabilitado. Ah, y que llueva. Que siga lloviendo mucho en Seattle…

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