Hermano de Hielo, de Alicia Kopf

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Después de resistirme durante unos años, he comprado y leído Hermano de Hielo de Alicia Kopf (Imma Avalós). La razón por la cual me resistía era simplemente que la experiencia demuestra que, con demasiada frecuencia, el bombo alrededor de un libro se justifica por varios motivos que no son el correcto. Es decir, su valor literario.

Este libro parte de la metáfora del hielo y de la atracción de esta metáfora (y una fascinación por la blancura) que siente la autora. Todos los esfuerzos del libro (y su estrategia de marketing) se dirigen a aunar una inquietud por la exploración de lugares muy fríos (los polos) y el autismo del hermano de la autora.

Es una estrategia interesante, que los lectores familiarizados con la no ficción anglosajona contemporánea reconocerán tanto por sus ecos de moda como por mezclar una especie de plano abstracto con uno íntimo.

Seguí el esfuerzo del libro con interés hasta la mención del título original de A Room For One’s Own de Virginia Woolf, lo que me sorprendió bastante (más tarde, la mención del café L’Hibou en lugar de Le Hibou confirmó una incertidumbre idiomática, pero también una falta de cuidado editorial serio: en francés, la presencia de la ‘h muet’ al inicio de un sustantivo prohíbe la elisión).

Me abstuve de juzgar también mientras leía una categorización rápida y divertida de los dones (en los tiempos que vivimos, no todo el mundo está obligado a haber leído seriamente a Mauss u otros antropólogos significativos, aunque se los mencione) hasta el punto en que la narradora durmiendo en la cama incómoda de un refugio de montaña dice que internamente lo considera como Auschwitz.

No obstante, terminé el libro (es corto), después de haber leído más veces de las deseables sobre los ajustados jeans negros de la narradora, sobre cuántos kilos perdió o ganó o sobre cómo iba el intercambio de mensajes con su exnovio y qué significaba en la codificación de Instagram. Tengo 48 años y dos hijos, y me doy cuenta de que no tengo mucha paciencia con el narcisismo, simplemente porque tengo poco tiempo y hay demasiadas obras maestras que aún no he visto, leído o escuchado.

Leí este libro porque lo aclamaban como la creación de un nuevo género (afortunadamente, el periodista reconocía su propia exageración y aludía a un conocimiento más amplio que el que mostraba en su artículo). Un género (a grandes rasgos, texto con ilustraciones) que me interesa, a pesar de ser muy antiguo.

Lo leí también porque me conmovió la promesa de un relato sobre el autismo. Increíblemente, aunque está claro que siente amor por su hermano, la autora siempre se queda en el nivel descriptivo en lo que a él respecta, y ni una vez hace un intento de exploración que no sea superficial.

Es gracioso que los dos viajes reales al frío sean tan infructuosos: no sé qué puntos en común se podrían encontrar con Roni Horn. Al final, siento simpatía por ella. Me digo que está en una edad en la que los reproches a los padres y una vida amorosa y sexual chapucera (si tienes suficiente tiempo en tus manos) tal vez son (todavía) una preocupación central. Pero la personalidad de uno nunca es lo suficientemente fascinante como para hacer un libro.

Inevitablemente, Hermano de Hielo me ha hecho pensar en otro libro que he leído recientemente: Permafrost. Una editorial británica (mientras escribo, me doy cuenta de que la misma editorial también ha publicado una traducción de este libro) insistió en enviármelo, diciéndome que es “genial”, así que curiosamente lo he leído en inglés. Decir que me ha decepcionado sería quedarme corta. Finalmente, también he pensado en dos libros similares que leí el año pasado: Motherhood de Shela Heti y Department of Speculation de Jenny Offil. El primero me pareció superficial, de la misma manera que lo son los otros dos: hacer bandera de tu superficialidad mientras exhibes la posesión (por lo menos, externa) de un conocimiento más amplio no es suficiente para la literatura, aunque supongo que Shela Heti nunca compararía una mala cama con Auschwitz.

La fragmentación y el pensamiento arborescente no son suficientes para la literatura; hay mucha gente con un alto coeficiente intelectual, pero ello no les confiere una grandeza inmediata a sus textos. En otras palabras, una estructura inusual (que ya no es tan inusual) no es una solución. Necesita mucho más trabajo.

Me gustaría subrayar que el libro de Jenny Offill es de otra liga. Es muy divertido y muy inteligente. Ella también puede tener un coeficiente intelectual alto y capítulos cortos, pero también tiene profundidad y una capacidad real de análisis sintético, por muy oximorónico que pueda sonar. Además, usa sus referencias de un modo más ligero; me pregunto si los 47 capítulos del libro son un eco de La belleza del marido de Ann Carson…

Todo esto carecería de importancia en general (ocurre constantemente que se publican libros malos, y el uso diestro de las redes sociales parece ser una garantía de reconocimiento) y yo no estaría perdiendo mi tiempo y haciendo perder el de los demás, si no fuera por una preocupación adicional.

Lo que realmente me preocupa es que veo emerger un nuevo modelo de mujer escritora, y es un modelo que encuentro aterrador. Lo encuentro aterrador porque se basa en un yo descaradamente comercializable, a la vez que confunde al lector siendo supuestamente “honesto”. Admite pensamientos idiotas (que son solo esto, o tal vez un reflejo de pasar demasiado tiempo preguntándote cómo te ven en Instagram) y navega por una ruta inestable entre inseguridades infantiles (debes tener el talento de Virginia Woolf para disfrutar de algo así, y ella se lo reservó para diarios y correspondencia) y arrogancia empoderada que huele a masculinidad tóxica.

Lo que quiero decir es que podríamos estar lidiando aquí con un fenómeno de una generación de mujeres de expresión pública que están en posesión de ciertas herramientas (cierta educación, cierto potencial imaginativo, ciertas habilidades de escritura y, en la mayoría de los casos, una apariencia atractiva para un público amplio) y ponen esas herramientas al servicio de un arte mediocre con el objetivo de “vender”.

Mi sospecha es que Kopf habla de su Instagram-novio-tejanos ajustados no porque no pueda evitarlo (narcisismo descontrolado) o porque crea en el potencial de esos contenidos (narcisismo controlado), sino porque piensa que ayudará a su libro a nivel comercial o social, que es casi lo mismo. Probablemente le vaya bien en general, pero le va mal para lectores como yo. Y le va mal, creo, para su arte. A la larga, estos contenidos serán completamente irrelevantes.

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