Festival de Cannes, un mundo mágico

Como en Brigadoon, una vez al año se abre el paisaje y aparece el festival de Cannes, un lugar mágico lleno de cine y lujo. Por primera vez, traspasé el muro invisible que lo separa del resto del mundo para vivir esa leyenda.

Cannes se estructura en torno a una suerte de Fortaleza, el Palacio de Festivales. Es dónde los nobles celebran sus triunfos, sean reales o pretendidos, y dónde los vasallos, denominados “prensa”, acuden a admirarlos. El Palacio de Festivales es como la Estrella de la Muerte, pero con más luz, más escaleras y menos androides. En su interior hay dos salas de cine de las de antes, con miles de butacas, platea y anfiteatro, un par de salas prefabricadas y otra, menor, de último diseño. La prensa corre de una a otra tratando de ver las joyas más modernas del séptimo arte y, en ocasiones, escuchar algunas palabras emitidas por los nobles. Un par de espacios sirven bebidas no alcohólicas a la “prensa”, para evitar molestos casos de pérdida de consciencia en un lugar tan regio.

Hay que dejar claro, no obstante, que la “prensa” tiene sus castas y, en el caso de quien esto suscribe, estaba en la casta inferior. Ello implicaba una supeditación en la reserva de entradas y en las colas a las castas superiores que siempre podrían ver los estrenos incluso un día antes que el resto. Por otro lado, para recordar que todos estamos hechos de carne y la carne de agua, el Palacio tiene un número relativamente limitado de mingitorios, lo que obliga a las castas a compartir colas en los baños. Es un ejercicio recomendable para que todos recuerden su lugar en la escala social, siempre por debajo de los nobles, lo que se recuerda continuamente con las largas colas a desarrollar antes de cada sesión, compartidas por individuos de todas las castas.

Aparte de la actividad en Le Palais, hay salas dispersas por la ciudad y, si no hay suerte para conseguir entradas para ellas, hay otras salas a las que se puede acceder con un paseo en autobús de media hora. Cierto es que, por compensar, éstas incluyen butacas reclinables, sala imax y sensurround, placeres a los que las castas bajas pueden resultar más atractivos.

Entre unos y otros espacios regios está la calle. La Croisette, ese espacio invadido por una multitud en smoking y trajes brilli brilli, dónde miles de curiosos se agolpan para ver a famosos, y cientos de famosos se pasean para ser vistos. Aquí la “prensa” se difumina. O bien permanece en el anonimato o se fusiona con los miles de curiosos, asomándose por encima de las vallas que llevan de los hoteles de lujo a los chiringuitos, también de lujo, o mirando de reojo los invitados (la mayoría desconocidos primos de la costurera de vestuario) que suben por la alfombra roja en cada première.

Bueno, claro, ni se come ni se duerme, pero se va a Cannes porque están las películas. Los estrenos de los que podremos hablar antes que nadie. Y en este orgullo de ser obsequiado con tan distinguido reconocimiento, también se funden las castas. Pude hablar de la ganadora de la Palma al mismo tiempo que lo hacían los redactores de Cahiers o de Caimán, o me marco una foto con algún famoso, creyéndome que así subo puntos del escalafón social.

Vaya, que Cannes es una locura. Pero pude disfrutar de la magistral Resurrection de Bi Gan (a ver cuándo se estrena), de las otras premiadas que se estrenarán pasado verano, las excelentes Un accidente simple de Jafar Panahi y O agente secreto de Kleber Mendonça filho, ver Yes de Nadav Lapid y escuchar su mensaje duro y amargado contra un gobierno sionista o disfrutar con Un fantasma útil, una encantadora sátira política realizada por un tailandés de nombre impronunciable para la que exijo un estreno en nuestro país. Vaya, que hay suficiente material que justifica la estancia en este lugar de maravilla… siempre que dispongas de tiempo y dinero.

Bueno, si hay suerte, el año próximo trataremos de repetir la aventura. Y en esa ocasión no parecer de nuevo como Paco Martínez Soria, bajando del pueblo a la gran ciudad.

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