Una noche oscura con la Playtime Theatre Company
POPS 2. A night of original dark comedies 9 de febrero Centre Cívic Besós El cartel prometía una noche de comedias negras originales, y no pudimos resistir la tentación. La Playtime Theatre Company es una compañía de teatro en inglés con sede en Barcelona, que atrae fundamentalmente a un público internacional. Ofrecen a dramaturgos, actores y directores la oportunidad de darse a conocer. La segunda entrega de la serie POPS (Playtime’s Original Plays Series) tiene como tema principal la exploración de las nociones de verdad y realidad: ¿Cómo construimos nuestra realidad? ¿Qué es la verdad? Y las tres obras elegidas para ello fueron Shoehorns de Todd Glider, Sight de Georgina Tremayne y Honeybees de Robbie Best. Cada una de las comedias enfoca a su manera el tema de verdad y realidad. Shoehorns (calzadores) es una comedia romántica desenfadada y dinámica,
en el que el salón de una casa se convierte en escenario inesperado de una oscura operación internacional. Sight (visión) es una pieza de corte surrealista. La acción transcurre en un ascensor y tiene como únicos protagonistas la chica que se queda encerrada en él y una voz misteriosa que se escucha desde el otro lado de la rejilla de ventilación. La conversación que establece entre ambas va haciéndose cada vez más absurda. El detonante llega cuando se descubre la naturaleza del interlocutor misterioso. No daremos más detalles por si alguien tiene ocasión de verla en el futuro. La más larga y compleja de las tres obras fue Honeybees (abejas). Antes de empezar, se lee en voz alta una advertencia sobre la naturaleza potencialmente ofensiva del tema principal de la obra: la pederastia. Da la impresión de que el público anglosajón está ligeramente más sensible con el tema, si cabe. Honeybees es una sátira mordaz muy bien tejida que explora ese género tan típicamente anglosajón de la dystopia o “utopía negativa”. La obra empieza con una escena hogareña: un hombre haciendo crucigramas en el salón de su casa. Llaman a la puerta. Al abrir encuentra a una niña, empapada por la lluvia y muy agitada porque se ha perdido y no encuentra a su madre. El hombre recorre todas las posibilidades lógicas: pedir el teléfono de los padres, preguntar cómo ponerse en contacto con ellos… pero la niña no parece dispuesta a dar demasiada información. A regañadientes, la hace pasar a su casa. En menos que canta un gallo, la niña se ha quitado la ropa mojada y su cuerpo no tarda en arrimarse al del hombre. Antes de que él pueda pedirle que se vista, la policía ya ha entrado en la casa para detenerlo. La explicación de lo sucedido no tarda en llegar. Pronto nos trasladamos a la oficina de una agencia gubernamental, que pone en práctica el programa Honeybees. Básicamente, se trata de entrenar a niños como señuelo para atrapar a posibles pederastas (a los que la agencia llama “interferidores”) y encarcelarlos. Que lo sean o no en realidad parece lo menos importante: todo adulto es susceptible de ser un interferidor. Honeybees mete el dedo en una llaga abierta: la sensibilidad extrema existente con el tema, que fácilmente se convierte en paranoia. Eso sí, contemplar la frialdad del personal de la agencia y el proceso de formación de las aspirantes a honeybee es de lo más ameno.