Untitled: La comedia del (mercado del) arte

Cuando un artista no se siente capaz de definir con palabras la esencia de una obra mediante un simple título, a menudo decide utilizar la palabra “Untitled”. Tal vez, porque el arte es por definición indefinible. En su tercer largometraje, el estadounidense Jonathan Parker ha optado también por este título.
Untitled describe la relación a tres bandas entre una galerista, un pintor de cuadros comerciales y un músico experimental, tres personajes que servirán al director como excusa para hablar del mundo del arte contemporáneo, de los entresijos del mercado y de todos aquellos personajes que lo habitan, haciendo gala durante todo el metraje de un afilado sentido del humor y una gran capacidad (auto)crítica.
Varios son los críticos que han comparado el filme con algunas películas de Woody Allen y varias son las razones: la ciudad de Nueva York, el mundo de la cultura, protagonistas de clase media-alta, diálogos cargados de ironía… De hecho, el personaje del músico interpretado por Adam Goldberg, bien podría haber sido interpretado por el propio Allen años atrás. Neurótico y depresivo, Adrian Jacobs siente que sus composiciones no encajan en un mundo en el que la armonía parece tener el monopolio de la producción musical y sus obras experimentales tan solo logran captar la atención de un reducido grupo de personas.
¿Por qué parece que todo el mundo se posiciona en contra suya? ¿Es un genio incomprendido o es que simplemente no tiene ningún talento? Esa es una de las preguntas que Adrian se hace constantemente, y esa es una de las preguntas que numerosos artistas se han hecho a lo largo de los siglos. Pregunta que, al carecer de respuesta sencilla e inmediata, convierte a Adrian en un ser extremadamente inseguro respecto a su obra, un artista maldito (o un maldito artista) que no tiene más remedio que encadenar un fracaso tras otro.
Más pragmático que él es su hermano Josh, que ha logrado una gran cantidad de dinero vendiendo cuadros comerciales a cadenas hoteleras. Aunque lo que Josh quiere no es tan solo dinero (que también). Josh quiere que la galerista que vende sus cuadros en la trastienda también los exponga en la galería, que los críticos de arte hablen de él, que su obra se muestre en ferias de arte, que su trabajo se tome en serio.
En definitiva, Josh quiere ser alguien en el mundo del arte. Tanto Adrian como Josh, desde posicionamientos y metodologías opuestas, buscan ese reconocimiento y legitimación al que la mayoría de artistas aspiran. Legitimación que supuestamente ha de ser otorgada por críticos, comisarios, coleccionistas y galeristas como Madeleine Gray, que vende a buen precio los cuadros de Josh en la trastienda de su galería de Chelsey pero en realidad se siente mucho más atraída e interesada por la música experimental de Adrian.
Antes de dirigir su primer largometraje (Bartleby, 2001), Parker dedicó 10 años de su vida a la música, así que es bastante probable que haya algo de autobiográfico en las experiencias del personaje de Adrian. Además, tanto su madre como su propio hijo decidieron dedicar su vida al arte, así que es un contexto que no le resulta en absoluto ajeno.
Es por ello que a lo largo del filme reverberan –a veces de modo sutil y otras no tanto– ecos de la música de Stockhausen o John Cage, de las instalaciones de Joseph Beuys (¿no guarda el personaje interpretado por Vinnie Jones un inquietante parecido con el artista alemán?) o de muchos otros artistas que han conformado la historia del arte del S XX. Un arte arriesgado, que pone el dedo en la llaga y se sitúa sobre esa fina línea que hay entre lo sublime y lo ridículo. Un arte que, a pesar de formar ya parte de nuestra historia, a veces todavía nos cuesta asimilar.