Sitges 2015 (I). ¿En verdad somos tan miserables?
Seamos sinceros: hay momentos en que es inevitable lamentarse de que el ser humano no esté en peligro de extinción. Siendo consciente de que generalizar tiene sus peligros ¬– y consecuencias–, como especie dejamos bastante que desear. Somos destructivos, capaces de perjudicar a cualquiera para conseguir el beneficio propio. Somos megalómanos y bipolares, tenemos constantemente cambios de humor y depresiones. Somos intolerantes y absolutistas, nos inventamos religiones que defendemos como únicas e intentamos imponerlas a toda costa. Estallamos en ira, gritamos y desprendemos lágrimas constantemente ¬–y si no, nos las reprimimos–. Somos inconstantes, dejamos a menudo proyectos sin terminar y pretendemos abarcar más de lo que en realidad somos capaces. Somos crueles y nos reímos con saña de la desgracia ajena. Somos egoístas y envidiosos, anteponemos el beneficio económico a cualquier otra cosa –inclusive las vidas ajenas–. Somos vanidosos, envejecemos la mayoría de las veces sin demasiada dignidad, nos convertimos en una pálida sombra de lo que en algún momento creímos ser y finalmente nos quedamos fuera de plano para que otros, demasiado parecidos a nosotros, ocupen nuestro lugar. Pero si hay algo que nos salva de toda esta miseria es, sin duda, nuestra capacidad de autocrítica. Dejando aparte esas interminables disquisiciones sobre si el cine es un fiel reflejo de la vida, una triste imitación o un fuego de artificio que nos encanta contemplar cuando no estamos viviendo, lo que resulta innegable es que a lo largo del pasado S. XX se ha convertido en una de las mejores herramientas para ejercer la autocrítica. Mejor dicho, la crítica a la especie humana, a la sociedad, a todo ese desastre que provocamos allá donde habitamos. The Witch (Robert Eggers, 2015), película encargada de inaugurar el festival, nos recuerda de un modo bastante directo lo despreciable que resulta esa necesidad nuestra de imponer las creencias propias al resto de seres con los que convivimos, de sacralizar rituales que las justifiquen y de renunciar al sentido común en pro de supersticiones infundadas y miedos irracionales. Con una preciosista fotografía y una más que correcta puesta en escena, The Witch recurre a las leyendas populares, a las brujas, a los demonios reencarnados en cabras, a las manzanas envenenadas, al cuestionamiento de los lazos familiares y al fanatismo religioso como origen de todos los males para narrar la historia de la destrucción de una familia. ¿Crítica social o cuento de brujas? En el espectador está la respuesta… o tal vez no. Y si The Witch recurre al terror por lo desconocido para mostrarnos en realidad lo despreciable que hay en todo aquello que conocemos, Absolutely Anything (2015) utiliza los recursos de la comedia para este mismo fin. En la nueva película de Terry Jones (director de películas como La vida de Brian (1979) o El sentido de la vida (1983)) , una junta alienígena extremadamente pintoresca es la encargada de decidir el destino de nuestra humanidad. ¿Merecemos seguir habitando el planeta tierra? ¿O somos una especie tan y tan despreciable que el único modo de mejorar la situación es acabar con nuestra especie? A lo mejor, la única solución posible pasa por conceder, a un antihéroe cualquiera, el poder para conseguir lo que desee. ¿Será este apocado protagonista capaz de evitar nuestra desaparición? ¿Tomará las decisiones correctas? Absolutely Anything puede resultar a ratos poco sofisticada, punteada por chistes algo burdos y algunos clichés, pero resulta innegable su capacidad para hacer reír y recordarnos que el poder, en según que ocasiones, es posible que se nos pueda quedar grande. De la comedia desaforada pasamos al terror minimalista. En Blind Sun (Joyce A. Nashawati, 2015), una ola de calor azota sin piedad una localidad costera. Ashraf, un inmigrante que trabaja vigilando una casa durante la ausencia de sus dueños, sufrirá en silencio las consecuencias de la subida de temperaturas, de la escasez de agua y de la violencia inherente a la especie humana. Violenta es también, aunque de un modo más surrealista e indirecto, Entertainment (2015), la nueva película de Rick Alverson tras The Comedy (2012). Podríamos calificar Entertainment como una pesadilla cómica y un tanto absurda, de esas que, por mucho que lo intentemos, se escapa constantemente a nuestra comprensión absoluta. Una pesadilla plagada de turbadoras escenas oníricas, tan aterradoras como hermosas. Una pesadilla que vivimos intensamente durante su transcurso y recordamos con dolor tiempo después. La triste historia de un inquietante cómico de desconcertante comportamiento, personaje tan patético como sublime que hace de su empleo una cuestión de principios. Y si el protagonista de Entertainment se revuelca en su miseria con una insistencia bastante pasmosa, los viejos yakuzas que protagonizan Ryuzo and his Seven Henchmen (Takeshi Kitano, 2015) evitan afrontar una verdad inevitable: que el paso del tiempo es inclemente y los cuerpos, aunque sean los de unos yakuzas que en el pasado se creían inmortales, se deterioran de manera inevitable. Kitano elige la comedia y
asume las consecuencias: a veces bastante hilarantes, a veces un tanto grotescas. Tal vez un filme menor –siempre me ha resultado muy gracioso este calificativo– pero también coherente respecto al resto de su filmografía y consciente de su condición. Pero mientras Takeshi Kitano se centra en la decadencia e inesperado renacer de un grupo de viejos yakuzas, Michael Winterbottom aborda en The Face of an Angel (2014) un caso real, el del asesinato de la joven Meredith Kercher y las extrañas circunstancias que lo rodearon. A través del personaje de Thomas, cineasta que decide realizar una película a partir del caso, Winterbottom emprende una sinuosa pero desconcertante deriva alrededor de las intenciones y finalidades del filme. ¿Es un thriller? ¿Es una historia de amor? ¿Es una historia sobre el amor? ¿Una reflexión sobre el bien y el mal? ¿Sobre la naturaleza del cine? ¿Sobre la responsabilidad moral del autor? ¿Sobre la frivolidad humana? Tal vez pretenda ser demasiadas cosas y ello provoca que las intenciones se acaben diluyendo, problema tan habitual en las películas como en los seres humanos que las realizan. De la ambición de Winterbottom pasamos a esos sueños que al frustrarse se convierten en pesadillas. A todos aquellos procesos de nuestra vida que recordamos durante años de manera traumática y con el tiempo, sólo con el tiempo, conseguimos asimilar en su justa medida. En definitiva, a esos documentales metacinematográficos que han acabado por convertirse en todo un género: el de los filmes que nunca pudieron llegar a ser; como el Quijote de Terry Gilliam o el Dune de Jodorowsky. Frente al “cómo se hizo” que abunda en los extras de cualquier DVD, el “cómo no se hizo” que pone el dedo en la llaga y redunda en el fracaso humano más estrepitoso. ¿Recordáis aquella película dirigida por John Fankenheimer que adaptaba el clásico de H.G. Wells, La isla del Dr Moreau (1996)? ¿Recordáis a Marlon Brando, Val Kilmer y Fairuza Balk? ¿Lo recordáis de manera difusa y el recuerdo no es especialmente grato? No os preocupéis, todo tiene su explicación. Probablemente, este sea uno de esos casos en los que la historia que hay detrás de la película resulta mucho más apasionante que la misma película. David Gregory fue el primero en intuirlo, y es por eso que decidió realizar Lost Soul: The Doomed Journey of Richard Stanley’s Island of Dr Moreau (2014), documental que revisiona las innumerables peripecias del director Richard Stanley para sacar adelante este ambicioso y frustrado proyecto, los despropósitos que se cometieron a lo largo del rodaje, los cambios de guión, director y reparto, la lucha de egos entre Val Kilmer y Marlon Brando y muchas otras cosas que harán las delicias de cualquier curioso que muestre interés, no sólo por las películas, sino por todo aquello que implica “hacer” una película.