Obi-Wan Kenobi, esta no es la épica que buscáis


Ser un fan de Star Wars en la última década es a la vez una bendición y una condena. Lo primero, porque es la época más fructífera de la historia a nivel de producción de historias que transcurren en una galaxia muy, muy lejana. Y lo segundo, porque devoramos todo lo que se produce con más avidez que el sarlacc del Mar de Dunas de Tatooine. Y al igual que el sarlacc, la digestión puede ser lenta y decepcionante.
La nueva oleada de series del universo de Star Wars tiene, a priori, una gran ventaja sobre las películas. Y es que tienen más libertad para explorar el universo sin verse encorsetadas por los entresijos de la saga. Una buena prueba de ello es The Mandalorian, una serie que ha sabido generar una narrativa interesante con personajes nuevos, aprovechando correctamente el universo creado pero abriendo caminos nuevos.
Obi-Wan Kenobi seguramente sea la serie que esperaba con más ganas de la nueva oleada de títulos que Disney tiene en el tintero. Una serie protagonizada por uno de los personajes más emblemáticos de toda la saga, y además protagonizada por el magnético Ewan McGregor, me hizo salivar desde que apareció el anuncio.
Por lo tanto, fue con mucha ilusión que empecé a ver el primer episodio de la primera temporada de Obi-Wan Kenobi (disponible en Disney+). Pero por muchas ganas que le pusiera, no encontré por ninguna parte el encanto que buscaba.
La idea de ver a un Obi-Wan Kenobi demacrado y deprimido (después de las Guerras Clon y del enfrentamiento contra su amigo y padawan en La venganza de los Sith) era muy atractiva, y creo que todos los fans estaban encantados con la perspectiva de ver cómo empezaba la progresión de gran Caballero Jedi y general del ejército de la República a viejo huraño de Tatooine.
En el primer episodio, encontramos una especie de costumbrismo del desierto que podría llegar a funcionar. Solo que no dura, porque en seguida cambia el tono y el ritmo y se pierde un poco la intención. Aparece la misión, viajamos a Coruscant y Obi-Wan Kenobi se convierte en el guardaespaldas-niñera de la pequeña Leia Organa.

El problema es que la trama va avanzando sin demasiado interés, con situaciones pequeñas, diálogos sin demasiada enjundia, tiroteos ridículos, persecuciones absurdas y viajes que rozan la teleportación (¿Obi-Wan llega a Tatooine en cuestión de minutos?). Por no hablar de lo ridículo que resulta el intento de huida de Kenobi de la base en el episodio 4, de la incapacidad de un destructor estelar para atrapar a un transporte civil, o de la dolorosa simplicidad con la que se resuelve la trama de Reva.
A eso le podemos sumar la curiosa obsesión de Disney de introducir cameos de famosos; ni el humorista y actor Kumail Nanjiani ni el bajista Flea aportan gran cosa. Y lo peor es cuando llega el anticipado enfrentamiento entre Kenobi y su antiguo padawan, convertido ya en Lord Sith, toda épica brilla por su ausencia. Entonces el ritmo decae, y la serie avanza a paso de bantha hasta el último episodio.
¿Hay aspectos interesantes? Sí. Como por ejemplo la figura de los inquisidores, esos implacables cazadores de Jedi (que tenían un papel destacado en la serie de animación Star Wars Rebels) y los conflictos de poder entre ellos. O el personaje de Tala y su grupo, que representa el germen de la futura rebelión. O las interpretaciones del bueno de Ewan MGregor (que a pesar de un guion regular consigue ser creíble y entrañable) o de la actriz Vivien Lyra Blair (que con solo 10 años interpreta muy bien a la pequeña princesa de reina de Alderaan). Aparte de esto, poco más. Bueno, eso y el gran duelo que vemos en el sexto y último episodio, que nos devuelve un poco la esperanza y nos reconecta con la épica de la saga.
En resumen, una serie que no está a la altura de las expectativas, y que solo sirve como fan service llevado al extremo. Que a veces pienso que es lo último que queremos los fans. Todas mis esperanzas puestas en Star Wars: Andor.