Naturalesa morta, la història de Sexy Sadie (Toti García & Lluís Prieto, 2023)
La intimidad rescatada
Si los documentales sobre Pete Doherty y Eric Jiménez giraban en torno a una única figura, una persona/personaje que de tú a tú con el público, monopolizaba el relato y el discurso, en el caso que nos ocupa Naturalesa morta, la història de Sexy Sadie (Toti García & Lluís Prieto, 2023), nos enfrentamos a una polifonía de voces que representa única y exclusivamente a los protagonistas de la historia, el grupo musical Sexy Sadie. Lo curioso de la propuesta, no obstante, es que esta polifonía no tiene, en ningún momento, una acumulación de voces. Ni siquiera dos relatos que contrastan. Cada una de estas voces, que corresponden a miembros y ex miembros del grupo, narran una parte de su historia, cronológicamente, y esta se construye linealmente sumando uno tras otro los diferentes retazos orales.
Otro elemento notable: la práctica totalidad de este documental está realizado con found footage, extraído íntegramente de las grabaciones de la videocámara que uno de los integrantes del grupo realizó incansablemente a lo largo de toda su trayectoria. Únicamente la secuencia que cierra el documental, más o menos afortunada, filmada en tiempo presente y en la que podemos ver a miembros y ex miembros de Sexy Sadie rodeados de parejas, familia, amig@s, conocid@s y allegad@s degustar lo que parece el manjar de un aristócrata a lo Barry Lindon en versión hipster. Lo que queda de tal manjar, claro está, es la naturaleza muerta aludida en el título, que también sirve de metáfora, y de qué manera, de lo que representa actualmente el grupo… que podrían ser muchos, en realidad, porque todas las bandas musicales que, tras cierto éxito y popularidad, cesan su actividad sobre los escenarios a una edad temprana, se parecen en algo, ya que se convierten en una suerte de bodegón, en un retrato de algo perentorio que sin embargo no acaba de desaparecer del todo. Y esta sensación extraña de presente pretérito o de pasado actual, según se mire, se refuerza por este puzzle de imágenes de archivo que arrancan ya desde la prehistoria del grupo, a principios de 1990, y que se extiende hasta casi el momento actual en que se realizó el documental.
Así las cosas, tenemos, por un lado, el ingente material que, según el grupo, alcanzaba las 200 horas de contenido filmado aprovechable; por otro, los relatos en forma de voz en off de sus protagonistas a lo largo de las varias etapas por las que este pasó. Toti Soler, co-realizador del documental, admitía en la presentación del film en el pasado In-Edit Festival, que su idea inicial era otra muy diferente, pero que al ir tirando del hilo del material de archivo y hallar todo aquel pasado capturado en la videocámara, poco a poco, el relato pretérito en primera persona del grupo fue desplazando progresivamente a otras formas de puesta en escena que suelen estructurar un documental musical, tales como las entrevistas a personas allegadas al grupo, personas conocid@s del ámbito musical, cultural o, últimamente, también general; o el regreso a los lugares que un día habitaron sus miembros, opciones que en algunos casos suelen ser forzadas. Solo quedó, como ya se ha dicho, la secuencia que clausura el film, a modo de despedida (¿?), de celebración última de la existencia de un grupo reconocible en cualquier evento festivalero dentro (y ¡ojo! también fuera) de nuestras fronteras y ya elevado a la categoría de icono del indie estatal, a la altura de tótems como Los Planetas o Manta Ray.
En este documental la combinación de imagen y sonido es una maquinaria de precisión. Hay imágenes para ilustrar no solo cada momento cronológico de Sexy Sadie sino también, y más importante aún, cada estado emocional que transitaron. Ahí cobra fuerza el documental y sus realizadores, Toti Soler y Lluís Prieto, sabedores del valor inmaterial de las imágenes que tienen entre manos, saben dosificarlo y no convertirlo en un documento morboso o falsamente mitificador. Cercano, incluso, al diario íntimo de Mekas o Van der Keuken, pero en clave festiva, gamberra, despreocupada, juguetona, Naturalesa morta nos descubre lo que se intuye pero nunca se ilustra, lo que con todas nuestras ganas deseamos ver porque si no lo vemos, nos lo acabamos inventando, creando entre l@s seguidor@s una suerte de mitología, sabedores de que en el fueracampo de toda banda de música hay siempre una potencial historia que contar, que no se sabe o se sabe a medias o distorsionada. Y no solo habla, el que esto escribe, de la adrenalina y los placeres ocultos que conllevan las mieles del éxito sino también (y sobre todo), de la sensación de vacío existencial que experimentan muchos músicos cuando su grupo, a pesar de su trayectoria y su valía, se asoman peligrosamente al abismo de la intrascendencia comercial.
Por eso, casi tan revelador como el propio discurso que alberga en sus entrañas Naturalesa morta: la història de Sexy Sadie, sobre cómo ha evolucionado la música y su mercado en los últimos 25 años, es el discurso de sus realizadores, que invitan a la reflexión sobre el propio proceso creativo y la organicidad de un conjunto de personas que un buen día deciden coincidir en un espacio y durante un tiempo determinados, para compartir con l@s demás y ya convertido en unas cuantas canciones, algunos fragmentos (aquí rescatados) de sus vidas.