Malgorzata Szumowska. Malditos sean los crédulos

Malgorzata presenta a su hijo desde el otro extremo de la mesa, aunque nos advierte de que nos costará reconocerlo en la película (se junta todo: los cambios propios de la adolescencia y que el susodicho salude tras la preceptiva mascarilla). Dice que le gusta Barcelona. Y que se siente halagada por la retrospectiva que se le dedica. Y que a raíz de la misma quién sabe si en su Polonia natal, el año que viene (se le adivina una sonrisa desencantada)… quiere contar muchas cosas y dispone de poco tiempo para hacerlo. Se da cuenta demasiado tarde de que el traductor, en algún momento dado, deberá de ejercer su oficio.

Malgorzata Szumoswka era prácticamente una desconocida para la cinefilia española antes de que el D’A 2021 hiciese las preceptivas presentaciones, trayéndonosla junto a su ya antepenúltima película (Nunca volverá a nevar (2020)). Nacida en 1973 y con dos décadas de largometrajes a sus espaldas, era cuestión de tiempo que la Industria -ávida de versos sueltos a los que hacer recitar aburridos sonetos- acabase posando su interesada mirada en ella: el próximo año está previsto el estreno de Infinite Storm, el arranque de su aventura norteamericana con Naomi Watts como protagonista.

Imagen d euno de los films de Malgorzata Szumowska

El caso es que tuve la oportunidad de ver cuatro de las películas programadas, rodadas todas en el lustro que va de 2015 a 2020. Un paseo por una Polonia tan religiosa como supersticiosa (sinónimos, al fin y al cabo); delimitada por el terruño, el inhabitable bloque de viviendas con el marchamo soviético o la urbanización exclusiva en las afueras de la capital. Un paisaje amenazante en el que la debilidad no se perdona, quintaesenciada en mujeres señaladas o tipos acongojados y a la defensiva.

Empezamos este recorrido repleto de traumas a duras penas silenciados con Cuerpo (2015), película que le valió el Oso de Oro a la mejor dirección en el festival de Berlín.

Malgorzata sabe presentar y caracterizar a sus personajes con dos o tres pinceladas certeras, que van mucho más allá del mero abocetado. Es fascinante con qué precisión -incluso crueldad- retrata aquí a la terapeuta-medium, deus ex machina de este tenso estado de guerra entre un padre y una hija marcados por la ausencia de la mujer y madre.

La seguimos durante un día cualquiera, corriendo detrás de un perro de dimensiones caballunas con el que parece convivir (en el sentido plenamente emocional del término). Monólogos que quieren semejar conversaciones, un lecho en común, una intimidad que revela una carencia. Después sabremos de cuál se trata.

Los cuerpos de la película pertenecen a los vivos y a los muertos. El cadáver de esa mujer de la que solo alcanzamos a ver el calzado tras la apertura parcial del ataúd que una riada ha mezclado con el de otros subarrendatarios del campo santo. El marido apenas soporta el “reencuentro”: hasta tal punto la tiene todavía presente, habitando junto a él los rincones de una casa fantasmal sin necesidad de apariciones.

Y luego está el cuerpo maltrecho, fruto de un trastorno alimenticio, de la hija. Un cuerpo que ella misma se maltrata periódicamente, tentativas de suicidio acumuladas y que son mucho más que toques de atención… aunque parezcan despertar pocas emociones en un padre que utiliza el trabajo como huida -muy conveniente- de todo lo que a su alrededor no termina de funcionar.

La profesión de este hombre consiste en lidiar con ese estadio intermedio entre la vida -o algún sucedáneo- y la constatación legal de un fallecimiento. En ausencia del juez de instrucción, él es el primero en desplazarse hasta el lugar donde un cuerpo -violentado por uno mismo o por desconocidos- le está aguardando. Aunque pueda llegar a salir andando por su propio pie, campo traviesa.

Imagen dr uno de los films de Malgorzata Szumowska

Así pues, tenemos tres protagonistas prototípicos del cine de la Szumowska: ¿podríamos asegurar que están realmente vivos? El funcionario ceniciento que se mimetiza a la perfección con las fachadas de una ciudad plomiza, la joven que ya no sabe cómo decirle que le quiere (y que ya no cuenta con nadie más que pueda proporcionarle un indispensable bálsamo emocional) y la terapeuta que recurre al role playing o, cuando todo falla, al consejo de las almas en pena que pululan por todos lados.

No es tan solo una cuestión de creer o no creer. La fe -o la creencia en ese “más allá” que exime al héroe de vivir su vida- se convierte en un obstáculo evidente en la realización de cualquier proyecto personal que implique… ¿un cambio, un cuestionamiento del orden establecido?

A este respecto, Mug (2018) posiblemente sea su película más redonda y también, por qué no, también la más política. Casi un ajuste de cuentas con su país y un consejo desesperado que la directora lanza a cualquiera que sea “distinto” en la Polonia de su tiempo: “¡salid de aquí!”. Cuanto antes.

Pero es que Mug es muy berlanguiana. Hay costumbrismo, surrealismo y patetismo en cantidades industriales. Atención si no al presupuesto de partida: el empeño de un pueblo de la Polonia profunda por construir una faraónica figura de Cristo que bata el récord del perpetrado en el cerro de Corcovado de Río de Janeiro (y ni tan siquiera hablamos de una ficción: ¡la estatua en cuestión existe!). 

Y en esta empresa colectiva participa el bueno de Jacek, ensamblando los gigantescos miembros de hormigón armado. A pesar del propósito piadoso, los riesgos laborales no parecen quedar cubiertos por la salvaguarda divina: un accidente le desfigura el rostro, siendo objeto de un trasplante de cara tan pionero como chapucero.

Imagen de uno de los films de Malgorzata Szumowska

Y a partir de ahí… pues todo cuesta abajo. Si Jacek ya era uno de los “raritos” del pueblo -amante del heavy metal, más bien tirando a ateo- su deformidad física -que se une a la deformidad “moral” así entendida por la mayoría de sus vecinos e incluso familiares directos- lo condenan definitivamente al ostracismo. Ni apoyo del estado, ni novia, ni futuro más allá de la mofa o la condescendencia. La misericordiosa Polonia resulta ser inclemente con los desfavorecidos, aunque la mala fortuna venga patrocinada por la iglesia.

Entre chistes xenófobos, tabúes y crueldad paleta, la verdad es que a Jacek no le cuesta acabar tomando la única decisión posible: pillar el primer autobús hacía ningún sitio y huir de ese infierno compasivo que incluye ir a misa del gallo mamao y erigir monumentos feístas a redentores que llevan 20 siglos sin ejercer.

El filme arrancaba con una escena poderosa que cobra un nuevo significado tras haber asistido al martirio y resurrección de Jacek. Un black friday grotesco, donde una marabunta sacada de un cuadro de El Bosco debe de entrar a la carrera y en ropa interior en un gran almacén para optar a la compra rebajada de un televisor gigantesco. Más grande, más alto, más fuerte, más ridículo.

The other Lamb (2019), la más arquetípica de sus películas, es una extraña muestra de cine de género que tampoco resulta del todo ajena al universo Szumowska. En detrimento del conjunto, una superabundancia de filmes recientes de temática parecida, siendo este una mezcla imposible entre El bosque (M. Night Shyamalan, 2004), La bruja (Robert Eggers, 2015) y, por qué no, El cuento de la criada (2017-¿2022?).

Docena y media de mujeres sojuzgadas por otro autoproclamado mesías. Un “pastor” con verborrea milenarista que aísla a su rebaño en otro Edén imposible. El criterio de separación y estratificación por castas es sencillo: las hay que son wifes (las que yacen con él, se entiende) y las hay que son sisters (descendientes de las anteriores, mayormente). Cada una con su color identificativo, cada una con sus secretos inconfesables.

Nuestra referencia emocional es Selah, huérfana, desamparada y expectante. Sabe que su primera menstruación significa un cambio de rol dentro del grupo, pero no tiene muy claro en qué consistirá este. ¿Será más fuerte su curiosidad que su sentido común?

Imagen de uno de los films de Malgorzata Szumowska

Lo mejor de The Other Lamb es el éxodo que ocupa medio filme, la ruta profetizada hacia el asentamiento definitivo, ese que las alejará de miradas indiscretas y testigos incómodos. Sospechamos que es un camino hacia el altar del sacrificio y contamos con que Selah escape a un destino que tiene algo de eterno (y maldito) retorno femenino.

Hemos asistido hasta ahora a transcripciones en forma de escritura automática de “recados” dictados por los muertos, a entornos católicos absolutamente asfixiantes y a la venida de un Anticristo que dice quién es pura y quién impura. Nos faltaba un apóstol por equívoco, un Brian al que atribuirle un poder que todavía no sabe ni controlar.

Nunca volverá a nevar (2020) (de inminente estreno en nuestro país) vuelve a ser una historia de gurús por aclamación popular. En este caso se trata de Zenia, un fisioterapeuta nacido y criado en los alrededores de la estigmatizada Chernobyl. ¿Le dotó la radioactividad a la que estuvo expuesto de algún superpoder sanador? ¿Recibe tantos encargos por su exótica procedencia ucraniana o porque posee un encanto sensual y sexual?

No lo sabemos. Lo que nos queda claro es que a su paso… ocurren cosas. Su aire introvertido potencia su atractivo y lo vemos así rebotar de una casa a otra en un crimen urbanístico (pijo, eso sí) a tiro de piedra de la urbe. Una utopía buenista nacida de la arquitectura del siglo pasado y convertida aquí en un freakshow de mujeres desesperadas, ex -militares retirados, pacientes terminales y carismáticos don nadies.

Imagen de uno de los films de Malgorzata Szumowska

La sensación que contagia la película desde su mismísimo título es que algo terrible está a punto de suceder. Puede ser la manifestación fehaciente de un cambio climático negado durante décadas o la definitiva alienación de toda una sociedad. El adocenamiento (que se manifiesta en algo tan banal como unos timbres que reproducen greatest hits de la música clásica), la continua espera de una revelación espiritual que no llega, la necesidad de amar a unos chuchos o a un perfecto desconocido. Algo agoniza. Quizás todos nosotros.

Para Malgorzata Szumowska el fin del mundo es un suceso tan seguro como la resurrección de los muertos para la iglesia católica. Su cine se dedica a levantar acta de todos los indicios, a manera de evangelista apócrifa. El ridículo al que está abocado el consumidor compulsivo, el ensimismamiento falocrático, la preocupante expansión del pensamiento maximalista. Sus personajes, profundamente abatidos, tienen al menos el coraje de no adscribirse al pensamiento único.

Sabedora de que nadie es profeta en su tierra, Szumowska aparca en los últimos tiempos la denuncia inteligente de esa sociedad que la vio nacer (abonada a las simplificaciones capciosas) y universaliza sus historias, regalándonos parábolas donde conviven el realismo mágico con un pesimismo sin romantizar.

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