‘Lolito’, de Ben Brooks: porque todos necesitamos un niño prodigio en nuestras vidas

En 1955, un ya maduro Vladimir Nabokov escandalizó a gran parte de la sociedad norteamericana con Lolita, novela que abordaba la relación entre una niña de doce años y un maduro profesor. Sesenta años después la novela ha trascendido los límites de lo estrictamente literario y la protagonista se ha convertido en un icono constantemente revisado, reinterpretado y distorsionado. En 2013, un veinteañero Ben Brooks retoma la esencia de dicho icono y lo extrapola a este desconcertante S. XXI que a unos cuantos nos ha tocado vivir. Brooks invierte los roles, adapta las circunstancias y añade ingentes cantidades de británico humor negro. El peso que en la novela de Nabokov recaía sobre el maduro Humbert Humbert –narrador de la historia–, recae esta vez sobre el adolescente Etgar, quinceañero depresivo que tras sufrir un desengaño amoroso vuelca su poco interés por la vida en una relación vía Internet con una mujer casada que le duplica la edad. Pero más allá de los interrogantes o reflexiones que pueda plantear el efectivo (y efectista) argumento de la novela, lo que acaso se me antoja más interesante son esas fricciones que se producen cuando analizamos las circunstancias en que ha sido escrita la historia en cuestión. Porque Lolito es ya la sexta novela de alguien que cuenta con tan sólo 22 años. Alguien muy precoz que en las entrevistas presume con ironía de haber vivido mucho; tal vez demasiado y tal vez demasiado deprisa. Alguien que afirma haber cometido muchos errores en la vida, algunos más graves que otros. Alguien que, con la adolescencia todavía a la vuelta de la esquina, ya se ha convertido en uno de los principales representantes de la llamada alt lit (alternative literature). Etiqueta que, por otro lado, provoca al escritor en cuestión una absoluta indiferencia. A primera vista podría parecer que Brooks está improvisando, que actúa sobre la marcha y no mide las consecuencias de sus actos; pero en el fondo sabemos que controla milimétricamente todos y cada uno de sus movimientos, todas y cada una de sus palabras. Declaraciones que escandalicen un poquito, pero tampoco demasiado. Alguna que otra confesión naíf que despierte ternura en el potencial lector; que le recuerde que aquel que está hablando, en realidad hace apenas unos pocos años
que dejó de ser niño. Quizás estoy pecando de desconfiada, pero me pregunto si la popularidad de Brooks es debida tan sólo a su talento (incuestionable, eso sí) o también en parte a las extrañas características de un contexto férreamente globalizado y tremendamente fragmentado al mismo tiempo (sí, soy consciente de la contradicción que implica esta frase). Un contexto en el que las noticias de epidemias o catástrofes naturales se suceden junto a las de anécdotas triviales protagonizadas por personajes famosos (o por amigos de famosos, o por amigos de amigos de famosos…), todo ello mostrado de modo aparentemente arbitrario. Un contexto en el que los consumidores, los espectadores, los lectores (los seres humanos, al fin y al cabo), necesitan encontrar continuamente iconos de referencia a los que ensalzar y trending topics sobre los que hablar en las redes sociales. Aunque sólo sea durante un par de semanas. Aunque después sean sustituidos de modo repentino por otros de características semejantes pero mejor porte. Me pregunto también que habría pasado si Lolito hubiese sido escrita por alguien de, pongamos, por ejemplo, 60 años. Algún escritor –sí, de la hegemonía masculina en la literatura contemporánea también podríamos hablar largo y tendido– con aspecto de hombre extremadamente serio y formal. Alguien con una larga, sólida, pero previsible carrera. ¿Habría tenido el mismo éxito? ¿Se habría convertido entonces en uno de los buques insignia de una generación hipster que está constantemente a la caza de nuevos iconos con los que identificarse? Porque no nos engañemos; Brooks es muy muy joven, es muy muy cool y sabe cómo tiene que escribir o comportarse para que se hable de él en las revistas más trendy del momento. Algo que, por supuesto, no es malo per se. Porque puede que, en efecto, la actitud de Brooks en entrevistas y eventos públicos resulte un tanto impostada, pero… ¿no ha existido acaso cierto tipo de impostura en la literatura (y en el cine, y en el teatro y en…) desde que somos capaces de recordar? ¿Y qué hay de malo en ello si la lectura de Lolito consigue de modo inevitable cautivar al lector? ¿Cuál es el problema si la empatía con su protagonista es irremediablemente absoluta? Lo sabemos, cabe la posibilidad de que la estructura de la novela no sea más que una fórmula (bildungsroman + historia de amor + humor negro + moraleja + …) , testada a lo largo del siglo XX mediante innumerables ejemplos. Pero puede que esto se nos olvide, o que prefiramos no tenerlo presente para así dejarnos seducir por las desventuras de un nihilista quinceañero con problemas de adicción al alcohol y al porno en Internet. En definitiva, todas las posibilidades están ahí. Que cada lector elija la que prefiera.