La mitad de lo que quisimos ser, al otro lado del espejo
A veces cuesta llegar a donde uno quiere. En los libros también pasa. Coges un libro con muchas ganas y te ves de repente estancado y sin poder seguir adelante. Unas veces es culpa del libro, otras de uno mismo, a veces la culpa es compartida. En este caso, quizás es lo último. Reconozco que me ha costado. Empecé este libro hace tiempo, justo cuando salió publicado por 66 rpm. Me quedé atascada en el primer relato. Intenté leérmelo tres veces más y no hubo manera. Lo reconozco. Así que decidí cortar por lo sano, me lo salté y me fui directa al segundo. Y entonces ya no pude parar. Los relatos son historias mínimas concentradas en pocas páginas, pocas palabras pero cuando están bien escritas, no hace falta más. Y esto es lo que le pasa a La mitad de lo que quisimos ser, el debut editorial de Miguel Martínez. Me atrapó y ya no me soltó. Y cuidado porque
cuando estos relatos te agarran, puedes salir herido.
Este aprendiz de todo y maestro de nada nos desnuda la cruda realidad. Esa que nos cruzamos todos los días y que muchas veces ignoramos. Esa que nos asalta y miramos para otro lado. La que nos acompaña mientras estamos sentados en un vagón de metro atestado, justo a nuestro lado. La que hay en una mesa de un bar cualquiera al que nos vamos a tomar un café. Esa, la de cada día, la cruda realidad. Sin artificios ni engaños. En esas estaba Martínez, sentado en uno de esos bares haciendo el vermú y poniendo la oreja a las historias que allí se cuentan muchas veces sin que sean historias, porque son la vida misma que pasa, que pasa y que no miramos, pero él gracias a su prosa nos la acerca y nos la hace mirar. Como si por un agujerito nos asomáramos a la vida de sus protagonistas, personas que no personajes, o incluso ambos. Pero en vez de agazaparnos detrás de una pared como un Norman Bates sediento de lo que su madre no le dejaba ver, simplemente miramos lo que nos rodea y vemos. Sin pudor, sin miedo, directos a la yugular. Así son las historias de La mitad de lo que quisimos ser. Redondas, heridas, tortuosas, sencilla y reales, hasta la más surrealista puede ser verdad. No hay más que mirar a nuestro alrededor. Recorremos historias de amor perdido, de miedos, de inseguridades, de frustraciones e incluso de alegrías, pero pocas y además lo hacemos acompañados por una banda sonora. Una canción que acompaña a cada relato, ilustrándolo sonoramente, como si de una película se tratase, pero esas de cinema verité, de las que te golpean, como las que hacía Truffaut que te dejaban tocado, aunque no hundido. Al fin y al cabo, estamos vivos. Historias como la de “Pilar, pilar, te quiero ¿No lo ves?”- Donde el pasado llama a tu puerta y te da, ¿una segunda oportunidad? O “Ella se está meando”, donde las dan las toman, pringado. El gato Peret y su mala baba, ojito con él que es peligroso. Los Pijos de mierda, los famosetes de turno creyéndose algo más de lo que son, las estrellas del rock rodeadas de rémoras en busca de la papelina perdida, esos camareros de bar de toda la vida incrustados sobre el linóleo, esa paloma mensajera que llama a tu ventana para advertirte que estás perdiendo el tiempo. Historias, historias reales como la vida misma contadas, contadas. Solamente le veo un pero a este libro y es que colocase en primer lugar el relato que da título al libro, ahí me quedé atascada, no hizo fluir hacia las historias, prefiero que las historias fluyan sin más que es lo que hicieron cuando empecé a leerlas. Quizás hubiera estado mejor colocado al final, como compendio, como resumen, como camino recorrido y vida vivida, para cerrar el círculo que se abrió al leer el primer relato del libro para mí, segundo para el resto de mortales. Cada libro tiene su lectura, la mía de este fue así, la tuya seguro que será diferente, pero no dejes de echarle una ojeada porque merece la pena abrir los ojos un poco más y ver que hay más allá de tu propia realidad. Esa mitad de lo que quisimos ser y nunca fuimos, que nunca seremos.