L’ Alternativa 2017 Festival de Cinema Independent de Barcelona (y III). Eric Pauwels, el cine frente a uno mismo

“Voy a contar lo que me ha pasado y lo que no me ha pasado.
La posibilidad de que no me haya pasado nada es la que más me estremece”.

Marta Sanz, ‘Clavícula’

Escribo este texto en primera persona porque no podría hacerlo de otro modo. Porque Eric Pauwels solicita mediante su obra que nos prestemos un poco más de atención a nosotros mismos, que rebusquemos en lo personal para llegar a lo universal. Como Alain Cavalier, como Jonathan Caouette, como Chantal Akerman, como Agnès Varda, como Alan Berliner… como tantos y tantos cineastas que parten de experiencias propias para así explorar el mundo y reflexionar sobre él mediante las imágenes.

Admito que, hasta hace tan solo un par de semanas, Pauwels era un completo desconocido para mí. A pesar de haber visitado el Festival Punto de Vista en varias ocasiones (presentando una de sus películas y también como jurado), de haber ganado el premio Jean Vigo a la mejor dirección en dicho festival y de haber pasado también por Documenta Madrid, sus películas no se han estrenado en salas comerciales y hemos tenido escasas oportunidades para verlas en nuestro país.

Con sus tres últimas películas el director conforma la llamada Trilogía de la cabaña; tres películas que, como las tres edades pintadas por Gustav Klimt, o si vamos más atrás en el tiempo las de Tiziano, proponen una reflexión sobre el futuro, el pasado y el presente –en este caso, del cine y de la vida– teniendo como eje central a su propia familia y sus recuerdos. En la primera de ellas, Lettre d’un cinéaste à sa fille (2000), Pauwels intenta responder a una inesperada pregunta realizada por su hija de diez años: “¿Por qué no haces películas para mí?” Esta pregunta acabará convirtiéndose en un desafío para el cineasta y le servirá de excusa para encadenar libremente una serie de azarosas narraciones transformando el filme en un inteligente y personal divertimento de impredecible estructura.

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Y si la pregunta de su hija es el desencadenante de la primera parte de la trilogía (la que pone la mirada en el futuro), la segunda parte (la que podríamos considerar el elemento central y más importante, aquella que pone la mirada en el presente) surge a raíz de una reflexión sobre todas esas películas que Pauwels querría hacer en la vida. Como en una suerte de inabarcable ejercicio perequiano, durante los 180 minutos que dura Les filmes rêvés (2010), Pauwels enumera, acumula, describe, analiza, pretende hacer un imposible recuento. Recurre a la metáfora del viaje, nos habla de Ulises, de Luciano de Samósata, de James Bruce de Kinnaird, de Magallanes y de su esclavo Enrique de Malaca, que fue el primero en dar la vuelta al mundo. Nos demuestra que su película también es un viaje, mejor dicho, muchos viajes. Mezclando la Historia con las historias, incluyendo datos autobiográficos y realidades por confirmar, construyendo de este modo un filme caleidoscópico y plural que, como una matrioshka infinita, ofrece tantas posibilidades narrativas como la propia vida. Una obra tan emotiva como lúcida, plagada de incontables referentes que con toda probabilidad habrían hecho las delicias de Jorge Luis Borges.

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Y si la mirada al futuro inicia la trilogía y la mirada al presente constituye el punto central de la misma, la tercera y última parte dirige la mirada hacia el pasado y en concreto hacia la relación del director con su madre. La deuxième nuit (2016) es la carta de despedida a su progenitora, fallecida a causa del cáncer. En las tres películas está presente Pauwels: su voz, sus recuerdos, su punto de vista. En definitiva, su mirada. Esa mirada que se proyecta al mundo y tiene como lugar de origen un pequeño y humilde refugio, una cabaña situada en el fondo de su jardín desde la cual el director da forma a un particular y fascinante microcosmos dentro del cual resulta imposible no querer perderse.

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