Kiri Island, de Arantza Labuena

Fotografía de La Vertical / Nora Baylach

Ayer tuvimos el placer de acudir al Castillo de Montjuïc para ver el preestreno de Kiri Island, una pieza de Arantza Labuena con curadoría de La Caldera y que forma parte del ciclo Creación y Museos del ICUB, dedicado a propuestas escénicas en las que artistas de disciplinas diversas entran en contacto con los museos de Barcelona e interactúan con sus instalaciones y sus fondos. En este caso, el museo es el castillo de Montjuïc en sí, que no cuenta con fondo pero que en cambio ofrece unos espacios y ambientes espectaculares.

Durante dos meses, la directora, dramaturga y coreógrafa Arantza Labuena ha trabajado con las creadoras y bailarinas Bea Vergés y Reinaldo Ribeiro y con la cantante, compositora e intérprete Marina Tomás. El resultado de este proceso de creación ha sido Kiri Island, una pieza evocadora y con una atmósfera visual y musical muy seductora.

Nos hablan de todo aquello que resiste y persevera, de forma exótica, como una isla llena de árboles en medio del océano, como una gota de agua dulce en medio de las salinas de la Trinidad, como la paciencia infinita, como un puño levantado, dos corazones calientes, unas manos llenas… o como un grupo de mujeres en un castillo.

El lugar elegido para ejecutar la pieza no fue el patio de armas, donde suelen realizarse las actuaciones del castillo, sino las casernas. Este espacio cavernoso y siniestro, donde antiguamente residían los soldados de la fortaleza militar, fue el escenario elegido por la creadora para poner en escena una pieza que transita suavemente entre diversos cuadros o escenas.

Ya desde el inicio, Kiri Island transporta a un lugar sin tiempo. Con una gran poética visual y sonora, los tres intérpretes interaccionan con el espacio, abrazándolo o dejándose dominar por él.

¿Vemos a náufragos en una isla tropical o a soldados de una guarnición? Una a una, las escenas dan vida a instantáneas de momentos en los que los intérpretes encarnan a estos soldados, a estos náufragos, a estos personajes que persisten en la sombra, como polvo de estrellas. Y con cada gesto, con cada paso, con cada salto, con cada murmullo, se abren interrogantes que solo la poesía puede responder. ¿Queremos escapar o seducirnos constantemente? ¿Resistimos por desidia o por deseo?

Alguien alarga la mano y se intenta acariciar la espalda. Los espacios son lo que palpamos. Observar es intentar intuir lo que ocurre oculto detrás de la columna. Hay cuerpos araña, cuerpos balsa, cuerpos búsqueda de cuerpos. La desnudez oscila entre dentro y fuera. Se forcejea con la piedra, como preguntándose: ¿qué hemos aprendido? A amplificar el sonido del cuerpo con sincronías de enseñanza y de duda. Y a acabar diluidos en la luz entre ecos de belleza, donde todo acaba bien. Humo naranja que vibra, una niebla de ser. Y volver.

Fotografía de La Vertical / Nora Baylach

El espectáculo alterna entre momentos de una lentitud y una sutileza propia del butoh y otros de ritmo trepidante y cacofonías sonoras. El movimiento es tan fluido como misterioso el lugar. Es una propuesta rica y heterogénea, donde la danza se combina con registros propios de la acción o la performance.

El magnífico espacio sonoro y la música del espectáculo, a cargo de Marina Tomás, es una banda sonora creada en directo que nos transporta más allá de la realidad. Esta multiinstrumentista construye a base de loops una serie de texturas de estilos muy distintos, desde atmósferas que parecen compuestas por una fusión entre Ravi Shankar y Sigur Rós hasta momentos de stoner rock o de cantos gregorianos. También merece una mención especial la iluminación del espectáculo, con unos juegos bellísimos de luces y sombras.

Desde aquí queremos enviarles nuestro aplauso a Arantza Labuena por esta pieza preciosa, que transporta a lugares tan exóticos como cercanos. Nos gusta esta isla.

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