II Festival Internacional de cortos de terror, fantástico y freak (INFEST 2017)
En dos sesiones nocturnas concentradas en un fin de semana (el del 14-15 de julio), los cinéfilos más desacomplejados de Rubí y alrededores pudieron disfrutar de invocaciones, hemorragias, chascarrillos, nostalgia retro y futuros deprimentes en el joven –pero ya consolidado- INFEST.
Cortometrajes con una temática muy específica –miedo, cachondeo e idas de olla- pero no sólo eso: también hubo conciertos, correzombis, charlas y mesas redondas. Nosotros nos centraremos en algunos de las piezas a concurso (seleccionadas entre casi medio millar de candidatas), encasillables dentro de algunas categorías ya clásicas dentro del más ecléctico de los géneros cinematográficos.
I.- Humor macabro, humor escatológico, humor espacial
El exceso de celo de la encargada de un punto de recogida de residuos –su obsesión clasificadora, diríamos- sostiene la propuesta de Juan Silva en Basura. Un chiste nada privado en el que el plástico, lo orgánico y cualquier cosa que puedas llevar puesto encontrarán su container adecuado… sin que parezca importar mucho el delito que propició esta operación de reciclaje.
En Estribillo, de César Tormo García, se abunda en la idea de la normalidad del distinto. La clásica relación padre-hija parece haber desarrollado normas nuevas: sigue habiendo espacio para las recriminaciones y las “lecciones de vida”, aunque aquí sea a costa del estribillo punk más pertinente. Papá sigue creyendo que la Creedance Clearwater es Dios y que la parte más pegadiza de una canción tiene que venir asociada al número tres. Ella, ortodonciada y poco dócil, le demostrará, por reducción al absurdo, que en este mundo también hay espacio para el número cuatro.
La llamada del más allá deja imperturbable a la anciana de Ven a Mí (Marcos Muñoz Flores), que le replica al mismísimo Belcebú con un ripio muy oportuno. Una chirigota minimal en sí misma.
Eat my shit, de Eduardo Casanova, acompaña el almuerzo de una joven a la que la genética del azar le ha jugado una mala pasada, situándole la boca en el ano y viceversa. Pero ella sigue a lo suyo, aunque Instagram le censure sus selfies por inapropiados. Con la lavativa a mano para la hora del condumio y dispuesta a hacer amigos en el bar de la esquina.
Y ya que hablamos de funciones fisiológicas básicas, cómo dejar de mentar Pis (David Caíña). Las aguas menores se convertirán acá en un manantial descontrolado, mientras la hija de esta desdichada Fontana di Trevi con patas permanece colgada del teléfono. Sobre la resolución, nada revelaremos… aunque tenga algo de justicia (meona) divina.
Por último, en Sueño Espacial (Ignacio Malagón) asistimos a la confesión del primer astronauta narcoléptico de la historia. Por si os preguntabais cómo se puede acabar orbitando la tierra padeciendo un trastorno severo del sueño…
II.- Homenajes desmadrados. Érase una vez en los 80
El fantástico tiene sus popes y David Muñoz y Adrián Cardona les rinde tributo en Fist of Jesus, un entremés edificante que quizás lo programen algún año en Semana Santa, justo antes de Ben-Hur. El argumento es tan nimio como inquietante: ¿qué hubiese pasado si a Jesús le hubiese salido mal lo de la resurrección de Lázaro? Bueno, mal no es la palabra, porque resucitarlo lo resucita… aunque a medias. Zombificado, oye.
El resto es un alarde de efectos digitales bastante resultón, con hordas integradas por fariseos, romanos y… cowboys. ¡Claro que sí, guapi! En fin, un homenaje cachondo a Sam Raimi o al Peter Jackson de Braindead que conocerá –o eso aseguran sus máximos responsables en los títulos de crédito- una continuación imprescindible: Once Upon a time in Jerusalem.
Pero si hay un corto que supo llevar a otro nivel el concepto de ultraviolencia gore-freak, este fue Justicia Justiciera III. Está claro que a Rafa Dengrá le impactaron Mad Max y Cobra, el brazo fuerte de la ley. Así que decidió que el protagonista de su venganza fuese Chuck Lee Bronson, aunque con el rictus indescifrable de Sylvester Stallone. Su misión: acabar con el modelo de peligrosas bandas callejeras resultado de la perniciosa Movida madrileña.
¿El resultado? Fetos utilizados como nunchakus, perro-flautas decapitados en escenarios post-apocalípticos, golpes mortales que culminan con tractos anales y autorreanimaciones a corazón abierto. ¡Pero si hasta el director hipster sufre un liffting sin anestesia! En definitiva: una gozada inenarrable no apta para estómagos sensibles.
Sin embargo resultó decepcionante el cruce de película de Guy Ritchie con la imaginería visual de Sin City propuesta por Conrad Mess en Time to Pay Off Debts. Tiroteo inminente, diálogos manidos, ángulos de cámara resultones. Un ejercicio de estilo sin nada nuevo en sus diez estiradísimos minutos.
III.- Cuando lo Extraño llama a tu puerta
La ciencia recreativa también puede ser la base de un corto. Para muestra este botón: Einstein-Rosen (Olga Osorio), que recurre a la física cuántica entre hermanos para ilustrar una de las hipótesis más populares, la de los agujeros de gusano y su ‘tuya-mía’ temporal. Preparaos para una lluvia vintage en una corrala de vecinos de A Coruña donde la tenacidad experimental de un mocoso hallará su justa recompensa. Vamos, como Primer pero inteligible y con acento gallego.
En Un hombre dulce, de Javier Chavanel, lo absurdo irrumpe en la vida de uno para rescatarle del tedio. O quizás para ajustar cuentas, porque oye, no está bien hacerle feos a una cría que sólo quiere compartir contigo su chuche azucarada. La soledad se verá violentada por ratones y hombres, perdón, payasos. Real o imaginado, lo único cierto es que nuestro protagonista no volverá entero de su viaje, esto… iniciático.
Servicio de habitaciones convierte una infidelidad en una noche de cuchillos largos, ceniceros con esquirlas y sorpresas no tan inesperadas. La moraleja está clara: si lo que uno quiere es tranquilidad no debe de dejar entrar a la servidumbre con excusas peregrinas. Que no.
Ven a mí, de Marcos Muñoz Flores, es genuinamente inquietante. Un corto de los que dejan mal cuerpo, fiel a las leyes del género, sin abusar de giros innecesarios. Le basta con una atmósfera turbia, mal sana.
IV.- Corto concienciado: denuncia sin punch
El género también puede demostrar compromiso, aunque eso, por sí sólo, no garantice unos resultados óptimos. Es el caso de La noche de todos los santos de Gustavo Vallecas, que intenta encontrar un difícil equilibrio entre terror zombie y reivindicación de la memoria histórica.
Sin duda, las mejores intenciones: los asesinados durante la Guerra Civil en nuestras cunetas y sotobosques vuelven a la vida para vergüenza nacional y pánico de supervivientes nostálgicos. No parecen pedir gran cosa: un simple reconocimiento, un nombre, un lugar marcado y delimitado en el que reposar. ¿Cómo acabará reaccionando el Gobierno?
Sobrada de medios y con actores de oficio, el problema de La noche de todos los santos es que acaba pareciendo un anuncio de la Lotería, con un giro buenista bastante inverosímil.
Algo parecido le pasa a Tabib, de Carlos D’Ursi, que nos narra en apenas ocho minutos las paupérrimas condiciones de trabajo de un médico en un hospital Sirio. Un herido, un bombardeo inminente y una llamada telefónica para rebajar la tensión. Podría ser un buen spot de Médicos sin Fronteras. Como cortometraje cinematográfico, sin embargo, ni emociona ni mueve a indignación.
En cambio V.O.R., de Pedro Romhanyi, tiene su indudable gracia. Imaginaos un anuncio contra las drogas bien parido, convincente y hasta original. Un callejón londinense y un encuentro con la voz de la propia razón; con ese Pepito Grillo dispuesto a contarnos todo lo que puede acabar yendo mal si continuamos por la senda nihilista. No, no suena muy atractivo. Pero a V.O.R. se le soporta la moralina a cambio de su carismático genio de la lámpara.
V.- ¿Y la animación? Bien, gracias
Del Uruguay nos llegó La doncella y la muerte, animado con saña por Mario Duomarco. Su director tan sólo necesita de un escenario (la parada del autobús) y de un par de encuentros para unir de manera textual a la doncella con la muerte. Y es que el amor a primera vista existe, aunque su materialización pueda llegar a ser bien bizarra.
El corto de animación Los viajes de Pichük nos lleva a los extraños mundos paridos por el dibujante Manuel Cráneo. Una especia de Darwin intergaláctico nos cuenta sus descubrimientos fruto de la observación del mundo animal allende la Vía Láctea. Vamos, como si Félix Rodríguez de la Fuente hubiese viajado en la Enterprise hasta allá donde no hubiese estado antes ningún hombre.
Frondosia en rica en depredadores silentes, pajarracos que se desplazan en bandada y plantas pelín carnívoras. En resumidas cuentas: una delicia imaginativa y muy cuidada, a pesar de la aparente sencillez de sus fondos.
Excelente también Decorado, de Alberto Vázquez. Una derroche surrealista y a su manera triste, pero que muy triste, sobre todo lo que la vida tiene precisamente de eso, de decorado. Como el protagonista de El show de Truman, nuestro héroe sospecha que todo está ahí por alguna razón: desde la hierba que siempre huele a lavanda a los atardeceres pluscuamperfectos, sin olvidar los árboles de cartón piedra que podrían pasar por verdaderos, los amigos muertos y las sirenas exhibicionistas. Una locura absolutamente genial.
VI.- Distopías cercanas
¿Cuántas veces, de pequeño, no soñaste con dominar el tiempo? ¿Con poder pararlo a tu antojo cuando tu madre te despertaba para ir al colegio y lo que a ti te apetecía eran diez minutos más de cama? Pues bien, ese sueño se hace realidad en el cortísimo Time Lapse de Christian Avilés: 50 segundos en los que el paraíso deviene infierno.
El justamente multipremiado Timelapse, de Aleix Castro, propone otra panacea perversa. ¿Y si el tiempo que te pasas haciendo lo que en realidad no quieres hacer –trabajar, mayormente- volase en un suspiro? ¿Y si devinieran actividades automatizadas, condensadas en un lapso de tiempo apenas perceptible para el usuario mientras este se evade a una realidad, virtual sí, pero mucho más placentera?
El RC-34 es un dispositivo un tanto invasivo (conexión directa a la corteza cerebral, ahí es nada) que te permitirá, sencillamente, no tener que interactuar con nadie. El capitalismo destilado a su condición primigenia, sin imposturas: dinero a cambio de tiempo. United Technologies irrumpe en el mercado con el novedoso producto y, aunque al principio todo son dudas, a la fuerza de trabajo no le quedará más remedio que pasar por el aro. Total, todo son ventajas, ¿no?
Desoladora y premonitoria, Timelapse podría ser un capítulo de Black Mirror… pero con 50 minutos menos. Y es que, hasta en eso, Aleix Castro valora en mucho tu tiempo.
Visualmente deslumbrante y con un excelente trabajo de montaje, la premiada en este festival I-Medium, de Alfonso García, logra proporcionar al espectador un experiencia inmersiva, desconcertante, mórbida. Imaginaos una aplicación de móvil para hablar con los que ya no están aquí. Pero no hablamos sólo de “sentir su presencia”, sino de poder entablar un diálogo con el finado.
Una madre traumatizada buscará respuestas a la desaparición de su hija mediante este sofisticado programa que conmina a sus usuarios a “compartir experiencias”. ¿Timo o sofisticado ejercicio de autosugestión? ¿Engaño mayúsculo o verdad atroz?