Félix Francisco Casanova: el gran poeta que se fue joven

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Hoy queremos hablaros de nuestra última obsesión. Se trata del poeta canario Félix Francisco Casanova (1956-1976, que no alcanzó los 20 años. Una joven promesa que murió demasiado pronto, pero que no obstante dejó un interesante legado.

Félix Francisco fue uno de los hijos del hijo de Félix Casanova de Ayala, un poeta, crítico y periodista canario que obtuvo un gran reconocimiento en la segunda mitad del s. XX, sobre todo en las Islas Canarias. Y es que, como dice el refrán, “La manzana nunca cae lejos del árbol”. Y en este caso creo que se aplica.

El joven Félix Francisco se crió en una casa en la que se leía de poesía y se hablaba de poesía. Su padre describía así al pequeño Félix Francisco:

Desde temprana edad –ya a los siete u ocho años– solía sorprenderme con frases insólitas que yo me preguntaba dónde podría haber leído. Eran giros sueltos, casi surrealistas y esotéricos, cuyas fuentes me era imposible inquirir en ninguno de los libros de mi biblioteca que pudiera caer en sus manos.

La crítica suele comparar la figura de Casanova con la de Rimbaud, por el genio y la muerte a una edad temprana. Aunque a mi parecer los dos poetas poco tienen que ver a nivel estilístico, les une una gran fuerza poética y la búsqueda de un lenguaje propio.

felix-francisco-casanova-4El joven Félix Francisco empezó a escribir muy joven. Con tan solo 14 años escribió el poema Muro, que encontrarás más adelante, y a los 17 escribió su novela El don de Vorace. Y ya desde el principio demostró un domino increíble del lenguaje, un estilo propio, con la riqueza del simbolismo y la frescura del rock. Además de escribir, tocó la guitarra en la banda Hovno (que significa mierda en checo).

A los 17 años publicó su primer poemario, El invernadero, con el que ganó el reputado premio Julio Tovar de poesía. Y a los 18 años escribía visiones como esta:

Hace dieciocho años que estoy aquí. Un día en que estaba muy triste vi un blues pequeñito paseando solo por la carretera. Corrí a su encuentro y le tendí la mano, pero me rechazó. Lo intenté varias veces, mas no aceptaba. Entonces lo seguí con la vista, agazapado entre los matorrales. De repente la carretera se acabó y, justo en el momento en que caía al abismo, me arrastró con su mano.

A los pocos meses de cumplir los diecinueve, Félix Francisco Casanova moría por inhalación de gas en la bañera de su casa. Una muerte trágica que hizo que su carrera no pudiera ser larga y próspera, sino corta e intensa como la de Rimbaud.

Casanova dejó un corpus breve pero interesantísimo. Sus poemas son evocadores, visuales y emocionantes, con un léxico muy rico y una gran capacidad par transportarnos. Todo un universo para explorar.

Te dejamos con una pequeña selección de obras, como aperitivo. Si te gusta, tienes que saber que la editorial Demipage ha editado su novela El don de Vorace, el diario íntimo Yo hubiera o hubiese amado y la recomendable antología Cuarenta contra el agua. 

 

La misma vieja historia

 

Un adolescente aburrido

Es ciertamente un paisaje

muy triste,

y aún más

sabiendo que hay mujeres

que duermen

con la boca abierta

y docenas de parejas

que hacen el amor

en chino, francés, árabe

o en el idioma

de los delfines.

Pero hay tantas butacas

en los cines

y tantas camas en las casas.

Y es que la inteligencia

es erótica

y el arte perfecto

el orgasmo.

 

 

Muro

 

Cargado de ausencias, de sabios y grillos,

el hombre se estrella en la hueca noche

con el olfato averiado y la brisa fumando su fiebre.

 

En el volumen del tiempo,

la fe se tropieza arruinada

y el turbio gemido de las cloacas se extiende

con la sed en el rumbo plúmbeo.

Sin trabajar el sudor,

sin que tus visiones te ingieran,

así se espera el nuevo amanecer

(con algo más de fuego en los bolsillos).

 

Luego, en el séptimo despertar,

las eternas ojeras te calumnian

y las orugas siguen presas en el muro.

Este viejo sol está harto de brillar.

 

 

Eres un buen momento para morirme

A María José

 

Amaneciendo y anocheciendo

a un mismo tiempo,

cariño, ¿no es ésta la forma

en que te gustaría vivir?

En mi cabeza hay un álbum

de fotos amarillentas

y lo voy completando con mis ojos,

con los más leves ruidos,

atrapando olores en el aire

y en cada sueño que sueño.

¿Sabes una cosa, pequeña?

La última página de mi álbum

tiene tu boca lluviosa mordiéndome un labio,

un disco de rock’n’roll

y calcetines de colores.

Mis ojos han sido rápidos,

te he hecho el amor con la ropa puesta

a través de una

larga pajita dorada

mientras cruzabas la calle

con el cabello ardiendo.

Pero ahora son tus pies

quienes dan mis pasos,

¡así que no te equivoques

pues me caería!

Te bebo en cada vaso de agua

que sacia mi sed,

mis palabras son claras como niños pequeños

o espesas como semen empapando cortinas,

pero hoy tengo que inventar

un nuevo idioma

para conversar con tus tiernos maullidos eléctricos

y los gritos de euforia

de la gente que vive en tu cabeza.

Debes saber que a veces

soy como un entierro interminable,

siempre triste y azul

subiendo y bajando

por la misma calle.

Pero otras veces soy un río de risa

corriéndome por toda la ribera,

haciendo el amor a la mar,

una felicidad contagiosa,

un revólver de amor, nena,

y voy a disparar justo a tu corazón

¡bang bang!

¿te di?

Quiero arrollarte, enrollarte y arrullarte,

montaña de aguardiente

y tarde rojiza.

Eres un buen momento para morirme.

 

 

 

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