Fast & Furious (2001-2015). Por una mitología de barrio
Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar biplazas con triple carburador en llamas más allá de Mulholland Drive. He visto neones violetas brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Alcalá. Todos esos momentos se perderán en el tiempo… como gasofa sin aditivos. Es hora de contároslo.
Manoel de Oliveira acababa de morir. Bueno, no, no le busquéis relaciones de causa-efecto. Lo cierto es que siempre me han gustado las películas con persecuciones de coches, así, en general. Y que la muerte del portugués (al que todo el mundo se refería con el epíteto de ‘maestro’, anteponiéndolo o no al apellido) tampoco me había afectado en demasía (¿cómo reconocer que apenas había visto diez de sus películas? ¿Y que la mitad me parecieron magníficas y la otra mitad me habían sumido en ese estado de duermevela tan querido por cierto crítico de El País?).
“¿Oliveira muere y tú te pones a ver las 7 partes de Fast & Furious en plena Semana Santa? ¿De verdad?”. No, tampoco fue a manera de penitencia. Llamadlo… experimento sociológico. Sí, eso me gusta mucho más (a mí y a Mercedes Milà). Aquella saga que anunciaba su retorno en mitad de la Pasión de Cristo con enormes letreros que rezaban que “no hay nada más importante que la familia” tenía que tener algo. Estaba claro que contaba con el beneplácito del Vaticano y alguna secta de illuminati aficionados a inhalar el vapor desprendido en la combustión de los hidrocarburos. Tenía que aprehender el secreto. Sumergirme en el misterio.
Aunque quizás sí que tuviese algo que ver Oliveira, tan aficionado a la ausencia de movimiento. ¿Podía existir algo que se situase más en las antípodas de su cine que una serie de filmes con jóvenes mostrencos pisando el acelerador, alternándose cuarenta planos del cuentarrevoluciones con la palanca de cambios en medio minuto? Pronto lo descubriría…
Jueves Santo, 23h. A todo gas (2001), de Rob Cohen
Primer shock: el protagonista de la película se apellida Toretto. Díos, casi como nuestro quinqui más querido, aquél Torete aficionado también a la velocidad y el consumo de gasolina ajena.
Visualmente no cabe la menor duda: Michael Bay le ha hecho un daño irreparable a la cultura occidental. Y sí, digo cultura, porque por lo visto ese es el acercamiento “políticamente correcto” hacia este tipo de fenómenos: la cultura del vino, la cultura de club, la cultura vintage, la de la petanca… y la cultura del tuneo. Claro, cómo no. No quiero ni pensar cómo debió de petarlo esto allá por el año 2001, a unos meses de la implantación definitiva del euro en España. “Tú, joven nacional, sí, tú. ¿Qué mejor modo de invertir tu sueldo que en una bombona de óxido nitroso para tu buga?”
La sensación es tan alienante como placentera, máxime si se ve la película con auriculares. Repiqueteo aleatorio de graves que van de un oído a otro. El efecto de estar en una discoteca (¿qué era eso?) donde no te gusta ni la música ni el público habitual. Pero alucinas con la dinámica de grupo, oye. Mejor que ir al zoo.
El prota de la función parece ser Vin Diesel (joer… el apellido le viene que ni al pelo, aunque tendrían que haberle buscado un antagonista a su altura: ‘sin plomo 98’ o algo así), un genuino macho alfa. Con unos brazos -¡Jesús, qué brazos!- diseñados para conducir maquinaria pesada, nada de deportivos japoneses transformados. Cara constante de “¿y tú que miras, nen?”, de “eso no me lo dices en la calle”. Pendenciero, trullero. Pero con una familia, oye, a la que gobierna con mano firme soltando aforismos zen que mezclan nombres de amortiguadores con sentencias de Bruce Lee (atención a esta declaración de principios nini que suelta en un momento de “vulnerabilidad”: “vivo de medio kilómetro en medio kilómetro. No me importa nada más: ni la hipoteca, ni la tienda, ni ninguna de esas chorradas. Durante esos diez segundos o menos… soy libre” ¡Olé tus cojones de looser!).
Su chica es Michelle Rodriguez (Letty), vista en la serie Lost y action girl desacomplejada. La recordaréis por ese mohín de disgusto continuado, de cabreo psicosomatizado. También tiene una hermana cañón (Mia), un amigo de la infancia descerebrado (Vince) y un friki inadaptado (Jesse) a manera de mascota, mecánico autodidacta que maneja con soltura software digno de la NASA para… para diseñar coches que corran mucho y tal.
Entonces aparece él, el chico guapo: Paul Walker (Brian O’Conner). Me pasa lo mismo que con Leonardo di Caprio en Romeo y Julieta: no me creo que un pimpollo así pueda sobrevivir más de diez minutos en esa jungla del asfalto, con más tipos duros que en una reunión de ex-alumnos de un instituto de Esparta. Por resumir: al rubito soso le pone la hermana del Diesel, pero al Diesel acaba poniéndole él. Vamos, que se avienen. Lástima que no sepan que el chico es, en realidad, un policía infiltrado.
Por lo visto se trata de desarticular una red de atracadores vinculados a las carreras ilegales de coches. El adonis lelo (repito: con pinta de acabar de salir del club de tenis, sólo le falta el jersey Lacoste sobre los hombros) se introduce en este mundo sórdido de apuestas, vicio y perversión (primer barrido general de la anatomía femenina. Repasadita con la cámara de los pies a la cabeza de alguna de las concurrentes a las carreras, sello de fábrica a partir de ahora. Todo muy sutil).
Las carreras ilegales en lugar de por escuderías se organizan conforme a una cuidadosa segregación racial. Los latinos por aquí, los negros por allá, los chinos por acullá… da igual, a todos les cae bien Toretto. Un tipo legal, aunque uno empieza a sospechar que no es muy normal que tenga siempre 2.000 dólares en el bolsillo. Él gana siempre con una técnica parecida a la del coche fantástico: apretar un botón (el turbo propulsor de toda la vida) que le proporciona una inyección adicional de potencia.
Diesel y los suyos no son mala gente, pero tienen hobbies un tanto extremes, como desvalijar camiones en plena ruta para hacerse con valiosos cargamentos de… reproductores de DVD (madre mía… ¿qué valdría eso ahora? ¿Tres vales de descuento en el Carrefour?). Uno no se explica por qué los camioneros simplemente no paran en lugar de enfrentarse a los atracadores recortada en mano. Estamos ante el primer clímax de la función, una especie de Mad Max 2 pero sin niño autista riendo. Pasable.
Último giro (la cosa empieza a hacérseme algo larga, lo reconozco). Matan al ingeniero autodidacta y los dos machotes, hombro con hombro, consuman su venganza. Calles empinadas, rollito Bullit. Luego viene una de esas escenas absurdas a las que me temo que me tendré que ir acostumbrando estos días: se pican y deciden saltarse un paso a nivel justo cuando pasa un tren de mercancías. No sé muy bien por qué. Una especie de ritual testosterónico, como lo de “a ver quién mea más lejos” versión oligofrénico.
Al final de la película un cartel –imprescindible en las entregas subsiguientes- advierte de que no es buena idea tratar de imitar los numeritos vistos en el cine en la carretera de las afueras de la urbanización. Que son profesionales y tal. Que os vais a hacer daño, burros.
Viernes Santo, 17h. A todo gas 2 (2003), de John Singleton
Esta ha sido más dura. Todavía ando recuperándome de frases como “esto es un oasis de guarras” y otras del mismo tenor. El tal Paul Walker (que en la gloria esté) se revela en esta entrega como un actor de una mediocridad incuestionable, incapaz de otra cosa que no sea esbozar una sonrisa -¿seductora?- cuando el coche termina de hacer el trompo frente a la cámara.
De Toretto y su cohorte desestructurada no hay noticias. Cambiamos Los Ángeles por Miami y tenemos parejita interracial a lo Límite 48 horas: la incorporación es un tal Roman Pearce (Tyrese), otro as del volante con problemas con la justicia. Nuestro héroe dejó de ser policía y sigue dedicando su tiempo libre a las carreras, porque le gusta y porque le divierte.
El arranque de la película vuelve a ser otra pugna sin reglas protagonizada por un cubano, una mujer (con coche rosa y todo), un negro y el blanquito jasp. Sí, esto empieza a parecerse a los chistes con el americano, el francés, el alemán y el español. Novedad: ahora cuando presionan el botón del óxido nitroso parece que pasen a hiperespacio. Pero sin cuaderno de bitácora no es lo mismo.
Eva Mendes. Dios, Eva Mendes sale en esta película. ¿Su papel? Corramos un tupido velo: agente infiltrada que está muy buena. Sí, comienza a quedarme claro cuál es el papel de la mujer en esta saga: la gachí, la chorba, la choni y cualquier otro epíteto despectivo (camuflado de argot) que se les pueda ocurrir a los protagonistas.
Salen caras conocidas: el futuro padre de Dexter y uno de los motoristas de la que acabará siendo Hijos de la anarquía. Ah, sí, el argumento… cómo lo explico… un tío rico y muy turbio tiene seis sacas con dinero emparedadas por ahí y decide que el mejor modo de trasladarlo es contratando a dos representantes de la “cultura” del tuning. Lógico. El clímax es como el de Granujas a todo ritmo, con colisión múltiple de coches patrulla y el abordaje de un yate merced a una maniobra imposible.
Pero bien está lo que bien acaba. Esta ha costado. Y todo muy bajo en calorías, sin ni siquiera un muerto que llevarse al coleto. ¡Bah!
Sábado Santo, 22h. A todo gas: Tokio race (2006), Justin Lin
Bueno, a partir de ahora será mejor que me gusten, porque las cuatro que vienen las dirigió el mismo tipo: el taiwanés Justin Lin.
Me van a volver loco. Yo creía que aquí había una continuidad, que acabaría desarrollando algún vínculo emocional con alguno de estos mozos. Pero no, así no hay manera: otro protagonista, un memo supuestamente menor de edad llamado Sean (Lucas Black). El chaval es un inadaptado que la lía parda en una urbanización en obras (llamada además Sangri-La) y su madre decide desterrarlo al Japón, donde tendrá que aprender una nueva técnica de conducción con mentor a lo Karate Kid (¿qué culpa tendrán los nipones? ¿Por qué todos los jackass norteamericanos acaban allá?)
Allí tiene un padre ex-militar (aunque como buen yanqui sigue llevando la pistola al cinto) que lo recibe algo contrariado, teniendo que darle puerta a una prostituta (sí, las familias desestructuradas en USA lo son de verdad). Al chico lo mandan al instituto aunque no tenga ni pajolera idea del idioma y allí conoce a otros alegres muchachotes que se dedican a conducir por parkings clavando el freno de mano en las curvas (de ahí el ‘drift’ del título original).
El tal Lucas Black comparte las mismas aptitudes como actor que Paul Walker: un trozo de carne con ojos que sonríe. El papel de la mujer en esta tercera entrega es directamente de denuncia en el Observatorio de la Igualdad: se las juegan a las carreras como si fueran camellos, oye. Perrea, perrea.
Lo más gracioso de la función: la persecución por los barrios de Shinjuku y Shibuya y la aparición del mismísimo Sonny Chiba (por aquellos días, aprovechando el tirón de Kill Bill) en el papel del tío yakuza. Sin olvidar el momento “romance” con un intercambio de frases que parece sacado de una canción descartada de Christina Aguilera.
Tontorrona, pero con un acabado visual más potente y una persecución final de vértigo: el descenso de una montaña, rodada con más planos que el opening de Big Bang Theory.
Domingo de Resurrección, 17h. Fast & Furious: aún más rápido (2009), Justin Lin
Vale. La cuarta ha sido la epifanía. Ahora ya estoy dentro, nene.
Te cuento. En realidad son profesionales al viejo estilo de las películas de Howard Hawks. Los hay que sólo saben pilotar aviones, otros son sólo buenos haciendo de sheriffs. Estos pobres desgraciados únicamente hayan la realización personal con un volante entre las manos. Si es que dan hasta ganas de adoptarlos.
Esta entrega asienta la mitología. Vuelve Toretto y además lo hace con ganas de vengarse porque le han matado a la Letty (joder, en realidad se llama Leticia Ortiz, casi como nuestra reina consorte). La saga empieza a tener cinco tics fácilmente identificables:
– Prólogo al más puro estilo James Bond. Esta vez nos vamos hasta Centroamérica, donde nuestra pandilla basura sigue robando camiones (ahora por la gasolina). Mi teoría es que con lo que se gastan en tunear sus autos, ya no pueden dejarlo. En lugar de pegarle a la metadona, esta gente necesita cuatrocientos caballos bajo sus posaderas. Estoy viendo cine social, está claro.
– Duelo / colaboración entre vehículos norteamericanos y asiáticos. Europa no cuenta: hacen sólo coches para que la gente se mueva. Los carros yanquis simbolizan la potencia sin control, los asiáticos, la maniobrabilidad y la elegancia.
– Las transiciones hacia las escenas cumbre se hacen de tres maneras posibles: poniendo la cámara a ras de suelo para ver las piernas interminables de aficionadas y simpatizantes, con primeros planos de culos o con dos / tres / cuatro mujeres dándose el lote. El lesbianismo pone a estos cromañones, pero continúan haciendo gala de una homofobia patológica (sin ir más lejos a Vin Diesel no se le ocurre otra cosa que llamar “maricón” al malo -una vez que ya lo ha matado, además-. Este chico no se aclara, máxime cuando está meridianamente claro que por más que vaya de hetero… lo suyo con el Walker es muy, pero que muy bonito).
– Luego están las animaciones en 3D. Como cuando en House algo iba mal por ahí dentro y la cámara se colaba por el esófago y nos permitía ver trombosis como si de una pantalla del Super Mario Bros se tratase. Aquí hay pistones, válvulas e implosiones. Muy vistoso.
– Vin Diesel debería dedicarse a la telepredicación. Sigue obsesionado por la familia, presume de crucecita de plata cuál amuleto de sicario y empieza a ser bastante cargante con su dichoso “enfoque moral”. El código, diréis, el código de los héroes. Macho, que te dedicas a sisar…
¿Argumento? Descacharrante, como siempre. No sabemos cómo, pero nuestro Ken favorito vuelve a trabajar en la policía de Los Ángeles (está claro que los exámenes de admisión son más bien laxos). No tardará en apoyar la cruzada justiciera de Toretto, que incluirá una persecución memorable por las calles de Koreatown, con una demostración práctica de que no hay que hacerle caso al GPS. Pero lo mejor se lo reservan para el final: el alerón-western termina en la frontera, al más puro estilo Peckinpah. Persecución desértica con ecos de La diligencia y escena por galerías mineras con más de un guiño a Indiana Jones en el templo maldito. Justin Lin le ha pillado el tranquillo a esto: ¡aquí se viene a divertirse!
Lunes de Pascua, 17:00h. Fast & Furious 5 (2011), de Justin Lin
Me estoy creciendo día a día. Venga, allá voy: uno de los mejores westerns de los últimos cinco años. Vale, no es difícil, tampoco hay tanto donde elegir. Pero lo cierto es que Fast & Furious 5 son dos horas de E-S-P-E-C-T-Á-C-U-L-O. Sin sentido, pero espectáculo.
¿Os pongo al día? Todos nuestros héroes están ya fuera de la ley. Se refugian en un barrio de favelas de Río de Janeiro, donde volveremos a encontrarnos con Vince, aquél plasta traicionero del que seguimos desconfiando cordialmente. Brasil se lleva la peor parte: queda como un país con una policía corrupta y habitado por gente que saca la pipa en cualquier semáforo. Idílico, oye.
Pero no hemos venido a ver Ciudad de Dios 2, no. Aquí estamos por las carreras, los atracos imposibles y los hostiones frontales. Y esta quinta parte es, sencillamente, pirotécnica. Destacar el asalto al tren que abre el filme, la persecución por los tejados de las favelas y la delirante huída –puente incluido- por las calles de Río. Descomunal.
A la fiesta se unen Joaquim de Almeida (el malo con acento portugués que necesitábamos), Dwayne Johnson (a cuyo lado Vin Diesel parece un canijo) y, atención, nuestra Elsa Pataky, haciendo de patrullera con honor. Entre ellos tres (Johnson, Diesel y Pataky) tienen lugar alguno de los diálogos de besugos más descacharrantes que uno recuerda. Pataky achina los ojos y pone cara de esforzarse, Johnson mata gente sólo con la mirada y Diesel necesita que alguien le diga que el papel de patriarca gitano le queda un poco grande (atención a su nuevo arrebato filosófico, futuro comentario de texto en las pruebas de acceso a la Universidad: “La pasta viene y va: ya lo sabemos. Lo más importante en esta vida es la gente que está contigo aquí y ahora”. ¿Primera carta a los Corintios?)
Martes, ese primer día horrible después de Semana Santa. 22:00h. Fast & Furious 6 (2013), de Justin Lin
Fray Toretto y su compañía de la Sagrada Caja de Cambios Incorrupta vuelven a la carga. La vida les ha tratado bien: de carne de reformatorio a acaudalados delincuentes retirados. ¿Y dónde vas a parar cuando logras pimplar 100 millones de dólares? Pues a… a las islas Canarias. Por supuesto. Millones de jubilados europeos no pueden estar equivocados.
Allí es donde Brian tiene su primer hijo con Mia, dispuesto a disfrutar de una vida de paz, sangría, sol, paella y playa. Pero pensadlo… ¿qué van a hacer estos con tanto tiempo libre? ¿Leer?
Así que los guionistas acuden en su rescate con un argumento de peso, de esos que nunca fallan: resucitar a un protagonista muerto. ¿Os acordáis de Letty? Pues sí, está viva. Que no, que no la mataron. Que perdió la memoria y ahora trabaja para los malos.
Seamos sinceros: si la verosimilitud me importase lo más mínimo no estaría viendo esto, coño. Y ya he llegado demasiado lejos, que es la sexta. No me puedo rajar y tampoco puedo seguir torturándoos mucho más. Así que os voy a ahorrar el culebrón: hablemos de las tres gloriosas escenas de acción de Fast & furious 6. Porque en esta entrega es la hora de la vieja Europa, concretamente de Londres y una base de la O.T.A.N. en España.
Estamos ante un más difícil todavía que no supera los logros de la quinta, quizás por un innecesario abuso de lo digital. Pero no le restemos méritos a las setpieces: una persecución por Londres con malos llevando monoplazas sospechosamente parecidos a los de la Fórmula 1, un hermoso plano aéreo del inevitable pique por Piccadilly Circus, un tanque liándola parda en una autovía hispana que misteriosamente sitúan en la “lusitania” (un guiño a los romanos, supongo) y un desmelene final en una pista de despegue que parece no acabarse nunca a costa de un avión de carga ruso.
Toretto no ceja en su odisea espiritual. “Dime cómo conduces y te diré quién eres” es uno de sus nuevos lemas coelhianos. En fin, el hombre está muy ocupado tratando de volver a demostrarle a la tal Letty lo machote que es, pero entre medias nos habla de fe y familia (¿serán estos tuneros una rama escindida y radicalizada del Opus?). Sus homilías son cada vez más largas y demuestran que la ketamina le hizo un daño irreparable a esta generación.
Ah, un último apunte sobre la cronología de la saga. En un hipotético orden temporal, la cuarta, la quinta y la sexta acaecen entre la segunda y la tercera. No se si me explico. En fin, que me voy al cine a ver la séptima, que en realidad viene después de la tercera. Joder. A ver si por fin me dan… ¡un desenlace, por Dios y por Toretto!
Miércoles de autos, 19h. Fast & Furious 7 (2015), de James Wan
El malayo James Wan (director de películas de terror como Saw, Insidious o Expediente Warren) se pone al volante de Fast & Furious 7. Y no, no supera las dos entregas anteriores.
Mi experimento sociológico tocaba a su fin. Lo arranqué con cierto desdén (no confundir con aires de “superioridad intelectual”: me gusta el cine de acción y lo disfruto con la misma intensidad que un buen Bergman –sí, también los hay malos- o un spaghetti western de serie Z. “No es un problema de actitud”, como diría Toretto). Pero estamos ya legitimizados para sacar alguna que otra conclusión, aunque este no sea el final de ningún camino (Universal asegura que ya tiene “tema” para las tres siguientes entregas de la franquicia… sí, habéis oído bien: habrá Fast & Furious 8, 9 y 10).
Sobre la séptima parte: es imposible no substraerse al hecho, ya conocido por todos, de que Paul Walker murió. Los productores no desperdician la ocasión de hacer un poco de pornografía emocional y al final de la cinta le regalan una “última cabalgada” junto a Vin Diesel. Funciona.
Para hacer la experiencia más “auténtica” decidí que esta había que verla en un cine céntrico el primer día del espectador tras su estreno, esperando sumergirme de lleno en un ambiente similar al de las concentraciones trekkies pero con shorts, olor a aceite corporal, pandilleros con gorras y cadenas de oro saludándose ritualmente en la cola, coches de chasis bajo aparcados en las plazas de minusválidos… pero qué va. Chavales de instituto, padres con sus hijos y hasta alguna familia al completo. Alucina. También fueron dignos de mención los diez minutos de anuncios que tuve que tragarme, incluyendo uno que promocionaba la temporada de ópera y ballet de la Royal Opera House. Anunciantes, os equivocáis de público objetivo, de verdad.
A la fiesta de los mamporros y la turbocompresión se unen ahora Jason Statham y (oh my God!) Kurt Russell (sé lo que estáis pensando: va camino de convertirse en Los mercenarios sobre ruedas). Nada tiene sentido a nivel argumental: Letty va recordando el pasado y tiene flashes cuando ve cruces, la venganza la desencadena esta vez el hermano de uno de los villanos damnificados (¿eso no era La jungla de cristal 3?) y el FBI decide convertir en su unidad de élite a estos ‘nens’ del extrarradio de Los Ángeles. Vale.
A lo que vamos: las tres escenas cumbres (nunca mejor dicho): el tour de force en las montañas de Azerbaijan (lo de Walker y el autobús en el precipicio queda ya para los anales), el rascacieling que se marcan en Abu Dhabi y la zona de guerra en la que convierten, al final, su ciudad natal. ¿Balance? Cierta sensación de agotamiento.
¿En qué momento se les va la mano? ¿Cuándo se da uno cuenta de que más es menos? La simple acumulación de excesos transforma la virguería en mera fantasmada, con un montaje ultrasincopado en el que coexisten demasiadas acciones en paralelo, demasiadas explosiones, demasiados edificios colapsando. Sí, Fast & Furious 7 confunde la velocidad con el tocino y se pierde en chistes privados que no hacen más que sacar de la película a quienes traten de subirse en marcha al tren de la saga.
Pero los fieles no saldrán decepcionados, qué va: Toretto vuelve a bendecir a sus apóstoles del cárter y la junta de culata, Letty sigue dando muestras de sociopatía y Roman hace chascarrillos por doquier, consolidando su leyenda de bocazas.
En realidad parece increíble que un guión cuyo andamiaje se puede levantar (no exagero) en dos tardes, haya dado para 14 años de franquicia y 7 entregas. Las persecuciones siguen quitando el hipo, pero la búsqueda del “más difícil todavía” (helicóptero, dron) y la incorporación incesante de machotes dispuestos a zurrarse con la llave inglesa o el gato de cambiar la rueda no aportan sino ruido y dispersión. La gente va a ver las películas de Fast & furious por los coches, los duelos en la carretera y la conducción temeraria… ¡más western y menos Soldado Universal!
Y ahora toca pasar página y tratar de volver a la normalidad. Aunque mientras escribo esto no puedo evitar alterarme al escuchar el petardeo de un 12 cilindros en el paso de cebra… madre mía, que llantas… qué suspensión regulable… ¿y si le pusiese un kit a mi C 3? ¿O un juego de subwoofers? ¿Unos faldones? ¿Dos deflectores? ¿El juego de taloneras con extractor de aire trasero?
Mierda, Toretto.