Decepciones cinematográficas 2018: decisión fatal

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Nos entretenemos listando las que consideramos (reivindicamos) como las mejores películas del año. Las vitoreamos, luchamos por ellas, las votamos… Están también aquellas obras con las que simpatizamos, pese a que su calidad global no alcance los estándares consensuados por la crítica; son los pecados, los vicios, que ocultamos. Pero, además, tenemos otra categoría, las películas que nos indignaron. Aquellas que no justificaban el dinero pagado ni el tiempo invertido. Aquellas cuyos responsables tiraron por la borda un proyecto prometedor.
Uno, que va con pies de plomo, no ha visto ni sufrido este año demasiadas de estas películas. Pero si que ha habido decepciones considerables, totales o limitadas a parte del metraje. Aquí está mi lista de indignantes de 2018:

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1. Tal vez lo más indignante fue el postizo final de En la playa de Chesil (On Chesil beach, D. Cooke, 2017). Tras más de 90 minutos de bellísimo drama íntimo, enfrentando en plena noche de bodas los deseos y temores de una pareja de recién casados sin experiencia alguna, el director tira por la borda toda sensibilidad y se zambulle en la sensiblería. Es cierto que Ian McEwan muestra en su novela original el destino del protagonista, evidenciando la triste suerte que una decisión fatal acarrea. Sin embargo, Cooke machaca en su desenlace al joven solitario y acaba enfrentándole a su pesadilla, a la visión de una vida que no tuvo, a una antigua novia con nietecitos, vida feliz y plena en su vejez, que le reconoce y le sonríe desde el éxito… un auténtico final infame de película televisiva de domingo tarde.

2. Decisión fatal tomó, también, fuera quien fuera, quien decidió poner banda sonora a la muy estimulante Un lugar tranquilo (A quiet place. J. Krasinski, 2018). Una cinta de terror basada en unos monstruos atraídos por el sonido y en la que los protagonistas se desplazan en mutismo y se comunican en lenguaje de signos. Una idea original, saboteada por una banda sonora cuyos acordes subrayan estridosa e innecesariamente la aparición de las bestias. Una excelente puesta en escena malogradas lamentablemente. Sin duda A silent place se puede disfrutar mucho más sin sonido.

3. Difíciles de entender son las decisiones de dos grandes directores para desarrollar sus últimos proyectos. Gus Van Sant, por una parte, acariciaba llevar a la pantalla junto con Robin Williams un biopic sobre John Callahan, un dibujante de comic que admira por su humor negro e irreverente. La idea, abandonada tras la muerte de Williams, ha sido retomada con Joaquin Phoenix en el papel del dibujante. Sin embargo, a raíz de lo comentado por Van Sant, la película ha moderado muy mucho su negrura y queda mucho más cercana a un biopic respetuoso que incluye la redención de un alcohólico que a la propuesta ácida que pudo (debía de) ser. En cuanto a Michael Haneke, por su parte, parece asimismo bastante perdido en Happy End, dónde rebusca en su filmografía para presentar puntos comunes y ya conocidos por los que fuimos sus seguidores. Happy end se revela interesante al inicio, pero acaba pareciendo falsa, prefabricada para sus seguidores; algo imperdonable en el director de La pianista o Funny games.

4. No obstante, nada de todo ello es comparable con dos atentados perpetrados contra toda lógica, Buenos vecinos (Under the tree) y El apóstol (Apostle). La primera, una producción islandesa, basa su dinámica en una estructura coral y un sentido del humor “nórdico”. El director (traten de pronunciarlo: Hafsteinn Gunnar Sigurðsson) busca el absurdo en la cotidianeidad, las contraposiciones de carácter y las mezquindades diarias para retratarlo con distanciamiento más kaurismakiano que brechtiano. A gran distancia de ambos autores, lamentablemente, Buenos vecinos se desarrolla como un drama familiar en tono de comedia amarga, como contemplada por un escéptico ante las posibilidades de la convivencia. Aun sin brillar, la película puede contemplarse con relativo interés pese a que las peores expectativas se vayan cumpliendo. Desafortunadamente, al final de la cinta parece que otro director tome el timón y remata el relato con una auténtica masacre sin atisbo alguno de humor ni de sentido común. Si el final de On Chesil Beach era reprobable, el final de Buenos vecinos es, directamente, condenable y su director pide a gritos algo más que una reprimenda.

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5. Finalmente tenemos el caso desgraciado de Gareth Evans. The raid y The raid 2 nos dejaron clavados en la silla a los que las pudimos ver en el Festival de Sitges hace unos años. Ambos actioner lucían un auténtico despiporre de mamporros, violencia y sangre coreografiados de modo impecable. La presentación de El apóstol en el Sitges de este año parecía prometer mucho más: a primeros de siglo XX un hombre entra en una isla dónde su hermana es prisionera de una secta, a su vez dependiente de una deidad misteriosa… Pero los caminos del infierno están empedrados de buenas intenciones. A los 15 minutos de metraje (pongamos 25, venga) comprendemos que aquello no tiene remedio. Esta mezcla de western y terror, dónde una comunidad empobrecida no tiene para construir casas, pero sí para máquinas de tortura de la inquisición, en la que (literalmente) cuatro matones dominan el cotarro pero no pueden identificar como espía al único desconocido que tienen infiltrado, dónde el guion pega giros irracionales y gratuitos y el actor principal no sabe expresar absolutamente nada… ésto no tiene perdón alguno. Si Netflix se marcó un buen tanto con los Coen o con Cuarón, su apuesta por El apóstol merece unos cuantos sacrificios humanos. Lo peor es que hayan empezado por los espectadores.

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