D’A 2021, sobre la belleza y la locura del aislamiento

Hoy queremos hablaros de dos películas que hemos visto en el D’A Film Festival (a través de la plataforma Filmin). Dos obras totalmente distintas, pero que están unidas por un hilo invisible: un personaje que vive aislado en una realidad única.

En primer lugar, tenemos Armugán de Jo Sol (2020). En un remoto valle del Pirineo aragonés se cuenta la leyenda de Armugán. Se dice que se dedica a un oficio misterioso y terrible del que nadie quiere hablar. Dicen que Armugán se desplaza por los valles aferrado al cuerpo de Anchel, su fiel servidor, y que ambos comparten el secreto de una labor tan antigua como la vida, tan terrible como la misma muerte. Se trata del oficio de acabador.

Jo Sol, director de películas como El taxista ful o Vivir y otras ficciones, presenta una cinta con escasos diálogos donde se combina el castellano y la fabla aragonesa. La estética en blanco y negro, la refinada fotografía y los paisajes espectaculares de Armugán te arrastran ya mucho antes de comprender lo que está ocurriendo.

El bailarín Íñigo Martínez interpreta magistralmente al misterioso Armugán, mientras que Gonzalo Cunill encarna con una aureola de misterio y tenacidad a Ánchel, el ayudante de Armugán. Buena parte de la película la pasamos viendo los quehaceres diarios de esta extraña pareja simbiótica, con toda la magia y poética de la cotidianidad de la vida en las montañas.

Armugán transcurre en la actualidad, pero el remoto emplazamiento rural y lo insólito de los protagonistas nos trasladan a otra época, a otra gente, a otra forma de comprender la existencia. Todo ello con silencios elocuentes y con miradas que comunican más que cualquier discurso.

El resultado es una película sencilla a la vez que profunda y espiritual, donde se explora el carácter íntimo de las relaciones humanas, la presencia constante de la muerte y el valor intrínseco de la vida.

En segundo lugar, tenemos Siberia de Abel Ferrara (2020). El autor de películas tan icónicas como The Addiction o Teniente corrupto abandona las vorágines urbanas para adentrarse en la estepa siberiana, donde Willem Dafoe da vida a un ermitaño que tiene que enfrentarse a sus demonios interiores.

Decir que no es una película fácil es decir poco. Abel Ferrara juega con nosotros, y lo hace bien. Empieza presentándonos un personaje que se dedica a la vida rutinaria en un entorno extremo. Cuida de los perros de su trineo y sirve bebidas a los lugareños en un bar en medio de la estepa nevada.

De repente, vemos retazos de visiones que asociamos a sus sueños o alucinaciones. Acto seguido, la vida sigue con su monotonía siberiana. Todo bien, pensamos. La narrativa sigue en su lugar.

Solo que no. Pronto el ensueño se convierte en la norma. Aparece una cueva, real o soñada. El protagonista cae en ella o se entrega a ella. Y ya solo podemos surfear la ola de delirio, dejarnos llevar por la belleza de lo inesperado, por las visiones de belleza máxima o del horror más absoluto. Por las proyecciones o los recuerdos de un hombre que por lo que se puede reconstruir habrá tenido una existencia eminentemente atormentada y miserable.

Aquí nada es lo que parece. Y todo es lo que es. Willem Dafoe interpreta con la precisión de un escalpelo al personaje de Clint pero también a la otredad. Y el espectador solo tiene que hacer un salto de fe, entregarse a la locura y disfrutar del viaje. Una alucinación que incluye momentos de gran ternura, violencia extrema, ¿un mago?, muchos huskies, curiosas obsesiones musicales o un adorable orador recitando a Nietzsche.

A media película, tenía la absoluta certeza de no estar comprendiendo nada. Al terminar de verla, tuve la certeza relativa de que el puzzle estaba clarísimo. Sin duda tendré que volver a verla.

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