D’A Film Festival Barcelona 2020. Contra viento y pandemia
Sí, hay pocas ganas de ver cine estos días. Al principio todos nos lanzamos de cabeza a nuestros paraísos artificiales, prometiéndonos opíparos atracones a costa de nuestras pasiones tanto tiempo retraídas. Pero mírate: has acabado en Netflix, viendo un reality japonés. Tú, que ibas a aprovechar para completar la filmografía de Rainer Werner Fassbinder. O para acabar tu novela, la que iba a revitalizar el panorama de las letras patrias. Un antes y un después, ¿eh? ¿Y lo de sacar el casiotone y volver a practicar? Entre lo patético y lo entrañable.
Reconocedlo. El que más y el que menos anda exhausto, tirando de ironía para disimular la angustia y tachando los días que faltan para volver a la normalidad disfuncional 2.0. O a lo que quiera que nos dejen volver, vamos. ¿Por qué entonces es buena noticia que exista una anomalía vital tan necesaria (y “no esencial”, que diría el gobierno) como el D’A 2020?
Pues porque pretender que todo puede seguir igual -aunque seamos plenamente conscientes de que sí, de que estamos jodidos- conforma uno de los mecanismos de autodefensa más ancestrales de la especie humana. Hasta los condenados a muerte no ven mal una prórroga de última hora. Así que tener el valor de no anular una cita como esta, abrazar el suicidio económico e inmolarse por las dichosas películas… pues es algo muy del D’A.
Quizás porque en los diez años que lleva este festival ha recibido tantas hostias -pero de esas que se dan con la mano abierta, ¿eh? Rollo Bud Spencer- que lo de una emergencia sanitaria -justo un escalón por debajo del meteorito o la hecatombe nuclear- debía de formar parte de su plan de contingencias. A fin de cuentas, ser cinéfilo en Barcelona es ser superviviente: por las pocas salas que quedaban (¡no, no, no lo pienses!), por la de gente que dice “que asistirá” o que “le interesa” y luego le surge un plan mejor (hacer pan o pilates, ¡no me jodas!), por los patrocinadores que amagan y porque en realidad sólo nos acordamos de la cultura cuando el hastío aprieta.
Así que sí. Vamos a volver a querer ver películas. Poned la excusa que queráis: porque se os ha acabado el alcohol, porque podréis hacer terapia de pareja o poliamorosa (compartir piso conduce a extrañas soluciones de compromiso) o porque así os aseguráis el no ver telediarios. Aunque no nos engañemos: qué bajón. Qué bajón no veros sin conoceros, no escuchar en la cola destripes de pelis que vería pasado mañana, no poder compartir sin miedo el mismo aire, la misma pasión. Otro año será. Que sí, cenizo.
Al lío. 47 largometrajes y 19 cortos que se podrán ver a través de Filmin (os podéis subscribir 3 meses a la plataforma por 25 €, incluyendo el visionado de los filmes programados en el festival hasta el 10 de mayo aquí mismo: https://www.filmin.es/landings/dafilmfestival), agrupados en las habituales secciones Direccions, Talents, Transicions, Un impulso colectivo y la retrospectiva alrededor de la muy abarcable obra de Jessica Hausner (¿os acordáis de Lourdes, estrenada por la puerta de atrás hará cosa de una década? Pues era de esta directora, la misma de la que podréis ver su ultimísima Little Joe)
Así que ya lo sabéis, gañanes. Os lanzo la misma arenga que Enrique V en San Crispín: si no queréis “consideraros malditos por no haber estado aquí”, poneos las pilas para que cuando os pregunten: “¿con quién andabas por casa aquél D’A 2020?” podáis henchiros de gozo y contestar: “con el petardo de Mario” o “con aquél gilipollas que se durmió viendo un documental de Tarkovsky”. Forjad vuestra mitología del desapego.
12 planes (confinados) para este D’A 2020
El público del D’A se crea su propia suerte y tiene el buen gusto de leer poco a vigías y aprendices de gavieros. Así que siempre me gusta decir lo que yo haré, dando por sentado que el respetable se buscará un plan no sé si igual o mejor… pero personal e intransferible. Faltaría más.
1.- Si yo no me puedo mover, que lo haga Herzog
¡Por supuesto que veré Nomad: in the Footsteps of Bruce Chatwin! Por escuchar el acento teutón de Werner, pero sobre todo por la gozada de verle patearse el globo a sus 77 años, soltando aforismos existencialistas y cruzándose con personajes que cuesta creer no hablen siguiendo un guion.
2.- Un poquito de noir nórdico, por favor
Lo están petando en el panorama televisivo contándonos miserias a bajo cero en los países que se definen como los más felices del mundo. Así que no habrá que perderse la segunda película de Hlynur Pálmason, Un blanco, blanco día (2019). Soledad, policías tronados, caminos sin retorno, depresiones colectivas y nieve que te crió. Algo bien alegre para esta cuarentena, vamos.
3.- La armada asiática
Tres son las películas que vienen de mi continente cinematográfico favorito: las chinas Saturday Fiction (Lou Ye, 2019) y Dwelling in the Fuchun Mountains (Gu Xiaogang, 2019) y la japonesa To the Ends of the Earth (Kiyoshi Kurosawa, 2019). En la una sale Gong Li, en la otra hay drama familiar en varios actos (lo que den de sí las dos horas y media de su metraje). Y la nipona la firma Kiyoshi, así que ya sabéis: a odiar o amar a tope.
4.- ¿Y tendré mi indie yanqui? ¡Porfa, porfa, porfa!
Por supuesto. Si os molaba Transparent (2014-2019) (el único que era buena gente era el patriarca, la verdad es que los hijos eran bastante asesinables), su productor y director Rhys Ernst filmó su primer largometraje el año pasado. Se titula Adam y promete encuentros de esos en los que no importa el quién, el cómo ni el por qué.
5.- Cine español post-low cost. ¿Se puede rodar con menos?
La sección Un impulso colectivo promete exhumar tesoros kamikazes, dar primeras oportunidades y sobre todo, rescatar del olvido a propuestas rodadas sin contar siquiera con llegar a las salas de cine. Cuatro títulos tengo agendados: La reina de los lagartos (Burnin’ Percebes), My Mexical Bretzel (Núria Giménez, 2019), As Mortes (Cristóbal Arteaga Rozas, 2019) y Jesus shows you the Way to the Higway (Miquel Llansó, 2019). ¿Qué de donde sale esta gente? Basta deciros que tenemos por ahí al director de Crumbs, en otra coproducción babeliana (atención: España, Estonia, Letonia, Etiopía, Rumanía, Reino Unido… y porque los neozelandeses no se animaron), lo último del cine gallego (ya no se si nuevo, que llevamos una década con la etiqueta) y el docu-retro que lo petó en el festival de Rotterdam.
6.- Jessica Hausner. Austriaca y esperanzada.
Que ya está bien de Michael Hanekes y Ulrich Seidls. De sótanos sórdidos, familias nihilistas y safaris supremacistas. Que queremos que nos mientan de vez en cuando. Y no es que Jessica tenga tampoco mucha esperanza en el ser humano… pero lo sabe disimular mejor. Mucha curiosidad por ver las dos primeras películas de esta perfeccionista que sabe congeniar lo malsano y lo ridículo.
7.- Los rusos no serán buenos vecinos, pero estimulan el arte cinematográfico entre sus haters
Empezamos por una de ciencia ficción ucraniana, para fardar con los amigos más alienados. Se titula Atlantis (Valentyn Vasyanovych, 2019) y nos plantea un futuro perfectamente verosímil, como todo buen cine anticipativo que se precie: Ucrania ha sido borrada del mapa por los rusos. Vamos, una fantasía (o sueño húmedo) putiniano en toda regla.
La sesión doble podría completarse con otra del mismo país: Homeward (Nariman Aliev, 2019) un doloroso desandar hasta Crimea con las consecuencias mórbidas de ese pulso desigual entre Moscú y Kiev. Y es que la mezcla entre luto -real o presentido- y road movie ha dado bastantes filmes memorables.
8.- El perro verde. Parecía rara y resultó marciana.
The Twentieth Century (Mattew Rankin,2019) es la película que vas a ver porque en su resumen argumental has leído los nombres de Maddin, Lynch y Waters. Vamos, reconócelo. No tienes ni idea de qué te encontrarás, pero… sabes que la pararás varias veces, recularás en cuatro o cinco escenas y hablarás contigo mismo (“¿pero qué demonios se habían metido?”). Disfrútala pasada la medianoche para tener lindos sueños.
9.- El hijo de Tarkovsky rindiéndole pleitesía al padre. Tercera generación, ya.
Andrey Tarkovsky. A cinema prayer (2019) es el panegírico filial de un Tarkovsky a otro. Veremos que tal se le da a Andrey II -nieto de Arseni, ahí es nada- esculpir en la memoria y ahondar en el credo artístico-espiritual del director de La infancia de Iván (1962) o Stálker (1979).
10.- … y esta la veo porque dirigió aquella.
En el apartado “te has ganado mi crédito y confianza infinita” -en este caso, porque hace dos años vi su anterior Soldatii. Poveste din ferentari-, Ivana Mladenovic y su Ivana The Terrible (2019). La directora serbia parece haberse especializado en sacarle el lado bueno a las cosas, ya sea una relación condenada al fracaso en el barrio más chungo de Bucarest o una crisis psicológica que le sirve para hacer pausa y resumen vital hasta la fecha.
11.- Directores rumanos: calidad asegurada con catarsis familiar en los postres
El asistente de dirección de Cristi Puiu en Sieranevada (2016) nos dejará desolados como sólo los realizadores de los Cárpatos e inmediaciones saben hacerlo con Monsters (Marius Olteanu, 2019). Porque ya sabes: siempre empiezas pensando que las cosas no van del todo bien con la pareja… y terminas replanteándote tu vida entera antes del amanecer.
12.- Películas con ‘tuyas-mías’ actorales de altura. Para sufrir a dos bandas.
Pues hay dos propuestas la mar de interesantes a priori. La inglesa Nocturnal (Nathalie Biancheri, 2019) y el documental (en espera de una categorización mejor) Mating (Lina Maria Mannheimer, 2019). Ambos tratan de obstinaciones más o menos bien vistas socialmente: el amor, la idealización, la… ¿obsesión?
De afectos asimétricos y admiradores inquietantes. De la vida, oiga usted.