Alabado sea Neil Young.
Hay noches y noches. Noches para recordar como la del 20 de junio de 2016. Presidida por esa luna sobre el Poble Espanyol, fue una de esas noches que nunca se olvidan. Neil Young lo había vuelto a hacer. No hay concierto que no se crezca, que no mejore, que no supere, que no consiga hacernos levitar. De las cuatro veces que lo he visto creo que ha sido la mejor y cada vez ha ido mejorando y mejorando, si es que se puede hacerlo más. Las emociones son inevitables. Ya antes de entrar en el recinto sabíamos que íbamos a ver algo muy grande.
Después de un fin de semana en el Azkena Rock Festival disfrutando de otro concierto histórico con The Who, empezábamos semana con la emoción de saber que estábamos viendo historia viva de la música. Para abrir la noche, Gary Clark Jr ofreció un buen directo lleno de blues y soul. Algunos dicen de él que es una mezcla entre Hendrix y Prince. No hay que exagerar, pero es cierto que su propuesta es lo suficientemente interesante para atraer a Young y al público asistente. Aunque recordando la última telonera de Neil Young cuando la vimos en Nimes, una soberbia Patti Smith, se hace difícil comparar.
Pero nosotros íbamos a ver a Neil Young. Salió al escenario solo, se sentó al piano y nos presentó la primera descarga emocional del concierto “After the Gold Rush”, a partir ahí todo fue in crescendo. Ya a la guitarra acústica nos deleitó con “Heart of Gold”. Empezábamos a derretirnos de la emoción. Le seguían “Comes a Time”, “The Needle and The Damage Done” y al órgano, una espectacular “Mother Earth” que hizo saltar las lágrimas a más de un asistente. Las mías también, lo confieso sin pudor. Porque hay veces en que la música transforma, emociona y hace sentir. Eso es lo que vivimos escuchando a Neil Young. Él es capaz de hacerlo. La tarde caía en el Poble Espanyol, la noche cerrada ocupaba su lugar mientras la música inmortal del canadiense nos envolvía.
Lo disfrutamos solo, sin florituras, sin añadidos. Directo a la médula. Pero también acompañado por unos certeros Promise of the Real, la banda liderada por Lukas Nelson, hijo de Willie Nelson. Neil Young ha sabido siempre rodearse de sabia fresca, hacer de su energía y juventud su fuerza, absorberla y transformarla. Como unos rejuvenecidos Crazy Horse, Promise of the Real salieron al escenario a comerse el mundo, y lo consiguieron, sin dejarse apabullar por la leyenda del maestro que les guiaba en el camino, pero dejándose llevar por la música, disfrutando de cada segundo sobre el escenario con su ídolo. Afortunados ellos. Han sido tocados por la mano de dios.
Seguían sonando clásicos uno detrás de otro: “Out on the Weekend”, “From Hank to Hendrix”, “Human Highway”, “Someday” o “Unknown Legend”. Para cuando llegamos a “Alabama” y una impresionante “Words (Between the Lines of Age)” ya no había marcha atrás. Estábamos viviendo algo increíble, uno de esos momentos en los que los pies dejan de tocar el suelo y te elevas gracias a la música. Tras ellas vinieron “Winterlong”, “Love to Burn”, a estas alturas el desbocamiento de Neil Young y los Promise of the Real sobre el escenario era demencial. Espectacular se queda corto.
La traca final nos regaló “Mansion on the Hill”, “Revolution Blues”, “Western Hero”, “Vampire Blues” y un explosivo “Rockin’ in the Free World” que nos desarmó por completo y que cantamos al unísono, dejándonos la voz ante este himno del rock and roll imperecedero. No contento con eso, volvió Neil Young con la banda para atacar un inesperado “Cortez The Killer” que nos dejó sin aliento. Un maestro, un genio, único e irrepetible. Neil Young. Nos conquistó de nuevo, siempre lo ha hecho y lo seguirá haciendo. Gracias por existir Neil, sin ti el mundo no sería lo mismo.