La crítica inane. A propósito de Ärtico (G. Velázquez, 2014)
En un entorno tan convulso a nivel social y también político no deja de ser anómala la casi total ausencia en las producciones españolas de un reflejo de la situación. Como en toda crisis, la industria española obtiene sus mejores frutos de la comedia, sea la triunfadora Ocho apellidos vascos (E. Martínez – Lázaro, 2014), Tres bodas de más (J. Ruíz, 2013) o, presumiblemente, el amenazante nuevo episodio de Torrente. Simultáneamente, por desgracia, no hay otra línea creativa que analice de modo eficaz y con calidad cinematográfica la huella de la crisis en los diversos estratos sociales ni, mucho menos, los movimientos del poder. España se mueve a años luz de las propuestas de los hermanos Dardenne. Pero también de las de Paolo Sorrentino que, aun en tono más onírico que real, disecciona con lucidez los núcleos de poder, de El divo (Il divo: la spettacolare vita de Giulio Andreotti, 2008) a La gran belleza (La grande belleza, 2013). Ni tan sólo imitamos o compartimos los escarceos, irregulares por efectistas, pero efectivos al fin y al cabo, aparecidos en la cinematografía francesa sobre la corrupción y la inoperancia política, como se debatía en El capital (Capital, Costa-Gavras, 2012) o El ejercicio del poder (L’exercice de l’ètat, P. Schoeller, 2011), por poner un par de ejemplos. Por no tener, no tenemos tampoco una tradición consolidada de cine social, que huya de planteamientos tan idealistas como simples a nivel de argumento y de puesta en escena. Estamos lejos de la evolución de la filmografía británica, que adapta los discursos de Ken Loach, su representante clásico, a las nuevas formas expresivas, con ejemplos como Fish tank (A. Arnold, 2009) o la sobrecogedora The selfish giant (C. Barnard, 2013).
Y si la industria responde a intereses económicos y también a los de su público, la crítica debiera responder a intereses sociales y artísticos, reivindicando aquellas obras que por su contenido o su expresión aportan novedades en uno u otro campo. Se comentaba recientemente en la página web Sound on Sight algunos de los males causados por la crítica. Mayormente reivindicar desmesuradamente una nueva obra, sea por que se pretende haber hecho un descubrimiento (algo habitual en entorno festivalero: “yo la vi primero”), sea por que está en liza por algún premio (valorándola por encima de sus méritos y por encima de sus competidoras: “la mía es la mejor”). Al menos en nuestro entorno, tenemos otro problema. Buena parte de la crítica adopta posturas inanes, cuando no onanistas, comentando ampliamente las obras más difundidas e ignorando muchas que por su limitada exhibición ya parten con menos posibilidades de impacto público. A menudo nos entretenemos en reivindicar determinadas propuestas de autoría radical o debatir algunos blockbuster sobre los cuales tomaremos posiciones para iniciar debates estilísticos y pseudo filosóficos: de la vigencia del impacto de la obra de Jean Luc Godard a la consistencia autoral de Tony Scott, por ejemplo, a la subida a los altares y posterior rechazo de determinados directores, como sería ahora el caso de James Gray. Actitudes y pugnas que se desplazan de una a otra publicación, con variaciones en el estilo textual, como si los comentaristas nos moviésemos por los diversos niveles de un mismo videojuego. Debates, árboles, que nos ocultan el bosque. O, mejor dicho, la presencia de nuevos troncos, de nuevos brotes.
Vaya todo ello por cuenta de la actitud de numerosos compañeros ante el estreno, esforzado estreno, de Ärtico, una propuesta de Gabriel Velázquez tan arriesgada como lúcida, tan distinta en el panorama español como reivindicable e ignorada por gran parte de la crítica especializada, cuando no comentada con muchos reparos. Tal vez las declaraciones de su director refiriendo que relacionaba el título con la frialdad del tono narrativo o hablando de una actualización del cine de quinquis de los 70 despistaron a más de uno. En cualquier caso, Ärtico es mucho más que eso. Es una mirada al lumpen pero, a través de cuatro personajes (unos mejor descritos que otros) es una contemplación de la miseria de la sociedad actual, un pequeño thriller y/o una historia de extrarradio. Tanto da si los protagonistas se mueven por las afueras de Salamanca. Podía haber sido rodada en Madrid, Sevilla, Barcelona o Bilbao. Es una historia de desintegración social y familiar, es una historia de gente condenada a la marginación, de jóvenes que nunca alcanzaran el ascensor social. Es una historia de chicas que no abortan porque sus parejas no se lo permiten y a las que la propaganda sobre la interrupción voluntaria les provoca, simplemente, desagrado. Es una historia sin historia porque sus protagonistas viven y mueren en un tiempo congelado, aparentemente sin pasado ni futuro.
Y es, en definitiva, irónicamente, una historia que puede carecer de historia porque la industria de la distribución y exhibición la condena al ostracismo y cierta crítica cinematográfica margina la cinta a imagen de sus propios protagonistas. El motivo de este último rechazo está argumentado, sin duda. Ärtico utiliza un lenguaje visual considerado por alguno excesivamente bello para trabajar situaciones tan crudas. Y así es. Más allá de la dureza de la historia, o precisamente por ello, el director busca la belleza, incluso allá dónde no la hay. Tanto en la naturaleza en la que se tratan de refugiar los protagonistas como en los planos de las naves semi abandonadas; en las salas de espera vacías, en jardines urbanos, en las manos que marcan un compás, un ritmo, que no se puede dejar de oír. Y buena parte de la crítica no lo ha perdonado. Parece que se prefería el feísmo, la exhibición de la miseria… Bueno, tal vez esté ignorando que tales articulistas son los mismos que ignoran a Reygadas, a Malick o a la reciente En un lugar sin ley (Ain’te them bodies saints, D. Lowery, 2013). Autores y cintas que comparten la búsqueda de la belleza, a nivel de encuadres y calidad fotográfico, aun en secuencias de muerte y violencia. Si es así, no deja de ser una actitud coherente…
Aunque, personalmente, me siento violentado por la blandura con que desde ciertos sectores se acogen propuestas “sociales”, “de denuncia”, de factura directamente televisiva, mientras se castiga el atrevimiento, el afán de autoría, de establecer una diferencia, de hablar, de explicar, de recordarnos una realidad mediante un lenguaje propio. No se estimula la visita al cine, no se anuncia un acontecimiento. Se habla de rareza minimalista, de obra peculiar hecha para minorías.
Y es por ello por lo que me siento, en parte, responsable, culpable incluso. Porque ahora la característica de Ärtico no radica sólo en su calidad, en su narración elíptica, sintética y eficiente, sino en su singularidad. Y, en el contexto social en que nos movemos, precisamos muchas más obras con esta fuerza. Necesitamos como ciudadanos y debemos como analistas de cine promover obras semejantes para que, más allá de su calidad diversa, dejen de ser singulares. Y eso, en parte, depende de nosotros. No olvidemos que mientras Ärtico sobrevive en una pantalla de estreno, ante la indiferencia de público y parte de la crítica, el gobierno impone la ley del aborto más retrograda, la legislación laboral y fiscal castiga duramente a los parados y trabajadores no preparados y crecen el fracaso escolar y el paro juvenil…
O, tal vez, no hay para tanto y simplemente estoy tratando de decir “yo la vi primero”.