‘El corzo’, de Magda Szabó. Te estoy odiando locamente

Por una de esas casualidades tan queridas por los frecuentadores de bibliotecas municipales -la posición preponderante de un libro en una balda, el aparente abandono de un título entre dos tochos de supuesta enjundia, una portada evocadora que te hace parafrasear a Chimo Bayo (“esta me gusta me lo como yo”)-, llegó hasta mis manos una novela de inquina, envidia con saña y rencor patológico. Lo ideal para cuando los termómetros se enfilan, vamos.

La firmaba una tal Magda Szabó, de la que nada sabía hasta tan feliz encuentro. Resultó ser una de las novelistas más famosas de su país (Hungría), con una carrera que abarcaba desde la finalización de la Segunda Guerra Mundial (en 1947 publicó su primer poemario) hasta los primeros años del siglo XXI (recibe reconocimientos en Francia a raíz de la traducción a ese idioma de una novela aparecida en su país a mediados de los 80 (La puerta), al tiempo que publica ya con 85 años Für Elise).

Cuentan que venía de familia bien, pero tras el desembarco no negociable del comunismo en su país -de la mano del muy afín a Stalin Mátyás Rákosi, cuya contumacia se vería redoblada por aquel lacayo empecinado llamado János Kádár- le tocó pagar por sus supuestos privilegios. Ninguneada, desposeída de galardones (con 32 años gana y pierde -por imperativo legal- el más prestigioso de los galardones en lengua húngara) y condenada finalmente al ostracismo, Magda aprieta los dientes y espera tiempos mejores.

El corzo data de 1959 (la podréis encontrar también traducida como El cervatillo) y es hija de aquella revolución de 1956 -la primera que mereció este nombre en los países del bloque soviético- en la que los gobernantes de uno de los satélites rusos se creyeron de verdad el discurso crítico de Nikita Jruschov (aquello de “acerca del culto a la personalidad y sus consecuencias”) y le prometieron al pueblo elecciones libres y capacidad de decisión más allá de los dictámenes de Moscú.

Un centenar de tanques y tres millares de muertos después, Hungría retornaba al redil. Pero nada volvería a ser igual para todos los que todavía se atrevían a denominarse marxistas: no, de aquella presunta utopía no se podía escapar. Magda, por aquél entonces ya silenciada, llevada bien avanzada esta novela escrita a escondidas que alcanzará verdadera fama a raíz de su traducción al alemán, alentada por un tal Hermann Hesse.

Así que la protagonista de El corzo, Eszter, aprende a ser una cínica continuamente halagada por miembros del partido, para hacerse perdonar así su supuesto pasado “privilegiado” (su padre, abogado idealista, más que un burgués al uso resulta ser un humanista inasequible al desaliento). Actriz abnegada y talentosa, su aparente indiferencia hacia los demás -incluyendo esos comisarios que la ponen como ejemplo de compromiso y dedicación a la causa- apenas logra esconder su odio cerval hacia una compañera de clase, Angéla, quintaesencia de todo lo que ella no tiene ni tendrá jamás.

Eszter se pregunta por qué esa sí y ella no. Por qué conserva todavía a sus dos padres, por qué se empeñan todos en hacerle la vida fácil y no contarle a la hija del juez que su padre se entiende con la sirvienta, que su hermano ha huido del alistamiento, que la maldad y la injusticia son la base constituyente de este mundo. Entre naif y coqueta, Angéla se ha acostumbrado a estar sobreprotegida, a pasar por desvalida, a merecer regalos y atenciones constantes.

En esta su infancia robada, Angéla no es más que una de tantas de las que pasa por casa para recibir lecciones de piano de su madre, a la postre único ingreso de la familia (una situación no muy distinta a la que se encontraría Magda durante la terrible década de los 50, con su sueldo de profesora como solitario sustento tras la caída en desgracia de ella y de su marido, reputado traductor). Ella escucha sus torpes manotazos a las indefensas teclas bicolores, padece su absoluta falta de talento musical. Y sin embargo vuelven una y otra vez, subvencionados por unos padres encantados de ver amenizadas las veladas con las criminales aportaciones de sus ojitos derechos.  

Nada que ver con la vida errante de la estrella teatral del momento. Obligada por las circunstancias a ejercer de adulta y a cambiar de hogar conforme el dinero disminuye, su carácter hosco no la hará precisamente popular entre sus camaradas… aunque nadie pondrá en duda su talento.

Mientras tanto, a Angéla el cambio de régimen vuelve a dejarla en una posición de ventaja: ella siempre cae de pie. Su hermano díscolo deviene mártir y héroe nacional y ella se dedica en cuerpo y alma a cuidar de los huérfanos acogidos en la institución bautizada con el nombre de su ahora ejemplar pariente.

Desde la distancia, reconcomida, Eszter sigue contabilizando agravios. Primero en la ciudad de provincias donde crecen juntas, luego en la capital. Será allí donde vislumbre la posibilidad real de llevar a cabo su venganza: herirla en lo más profundo enamorando a su marido, poder gritar a los cuatro vientos que sí, que ella es la que le arrebata lo que a todas luces no se merece.

Pero tampoco es la primera vez que Eszter saca a pasear su aguijón. El título de la novela hace referencia a aquel animal que Angéla guardaba en el jardín de casa y que su supuesta amiga liberó una noche por el placer de contrariarla, de verla sufrir sin contemplaciones. El corzo escapa y el mayor disfrute de nuestra justiciera radica en verla llorar en mitad del examen, convencida de que podía domarse a un mamífero nacido para habitar en los bosques.

El pulso termina y las dos pierden, aunque una de ellas ni siquiera sepa de este combate soterrado. La supuesta lucha de clases no es más que la historia de privilegios mal digeridos y envidias peor llevadas. La una no sabe disfrutar de lo que le pertenece -siquiera fugazmente-, la otra está incapacitada para el sufrimiento. Ambas inválidas emocionales por no querer saber o creer saber demasiado.

Libros ilustrados en verso, guiones, novelas cortas, novelas infantiles, notas de viaje, teatro, ensayos, críticas, memorias, correspondencias, traducciones… ¡hasta una radiocomedia! De todo hay en la obra de Magda Szabó, aunque desgraciadamente solo encontrareis cinco libros traducidos a nuestro idioma de esta mujer que disfrutaba enseñando y a la que durante casi una década se le negó el derecho a ser publicada.

Su venganza impresa prevalece, para berrinche de aquellos sistemas políticos que padeció.

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