L’ Alternativa 2017 Festival de Cinema Independent de Barcelona (II). Ante, con, desde, en, hasta, sobre, tras, hacia las ruinas

Vivimos rodeados de ruinas, nos guste o no. Las guerras las provocan, sí, pero también la irresponsabilidad política, el abandono o el inevitable paso del tiempo. Construimos edificios sin cesar porque no podemos escapar de la trampa del crecimiento económico, aun sabiendo que algunos de estos edificios ni siquiera llegarán a ser utilizados. En nuestro país, sin ir más lejos, podemos encontrar cientos de edificios abandonados que año tras año se deterioran sin que nadie haga nada por evitarlo: aeropuertos, estudios cinematográficos, castillos, colonias industriales, instalaciones deportivas, centros de arte, una central nuclear, una pista de esquí en seco, un acuario de 27.000m3, el spa más caro del mundo o infinitud de bloques de viviendas son solo algunos ejemplos elegidos al azar. Y cuanto más pasa el tiempo, mayor es el porcentaje de nuestro mundo que se queda en ruinas. Pero este tipo de ruinas no son las únicas que forman parte de nuestras vidas, también existen las ruinas morales o físicas, las ruinas metafóricas y todas aquellas que no podemos ver pero sí percibir. Dedicamos estas líneas a algunas de las películas de L’ Alternativa que, de uno u otro modo, nos acercan a este concepto.

1. Las ruinas de la guerra (Taste of Cement, Ziad Kalthoum)

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Mientras la guerra de Siria continua, obreros sirios exiliados construyen edificios en Beirut, intentando reparar los destrozos que provocó hace unos años la guerra del Líbano. Observamos su rutina, su trabajo diario. Vemos cómo ponen en pie enormes estructuras de acero corrugado y hormigón que en un futuro albergarán la intimidad de cientos de seres humanos. Trabajan sin apenas descanso y el toque de queda impuesto les priva de libertad. El poco tiempo libre que tienen lo utilizan para buscar imágenes en Internet, para ver con impotencia y frustración cómo su país es destruido mientras ellos construyen otro, conformando un ciclo imparable que parece no tener ningún sentido. Ziad Kalthoum nos ofrece en Taste of Cement una demoledora reflexión sobre la condición humana, pero en lugar de colocar el objetivo frente a las personas lo acerca a los edificios que construyen, elaborando una eficaz metáfora de cuidada y milimétrica puesta en escena que combina con gran acierto las secuencias en el interior del edificio con las que están grabadas en el exterior, la oscuridad con la luz, la cámara subjetiva con los planos fijos, el silencio de los protagonistas con el atronador sonido de la guerra. Durante la mayor parte del metraje no son las personas las que sangran, sino los edificios. Todos esos edificios que tardaron años en ser construidos y tan solo minutos en venirse abajo. Los trabajadores, sin otra opción que permanecer inmersos en su rutina, observan el exterior desde un agujero de ese edificio que les alberga. Aparecen en la pantalla imágenes de Alepo y Damasco completamente destruidas, David Cameron hablando en las noticias, los bombardeos y los escombros reflejados en las pupilas de los obreros, imágenes de un Líbano que renace de entre sus cenizas y de una Siria que se descompone de modo inevitable, como si fuesen la cara y la cruz de una moneda que parece que nunca dejará de girar.

2. Las ruinas de la Unión Europea (Stranger in Paradise, Guido Hendrikx)

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A medio camino entre el documental y la ficción (¿se trata de una ficción documentalizada? ¿de un documental ficcionado? ¿de ambas cosas?), Guido Hendrikx diseña este inteligente artefacto cinematográfico estructurado en tres partes y un epílogo que ahonda en las relaciones entre Europa y aquellos inmigrantes que acuden a ella en busca de una oportunidad, un cambio de vida, o simplemente, en un intento desesperado por salvar sus vidas.

Hendrikx nos muestra un aula en Sicilia en la que un grupo de inmigrantes indocumentados escuchan a un particular profesor interpretado por Valentijn Dhaenens. En el primer acto, el profesor, haciendo gala de una militante ideología de derechas, les niega el asilo en Europa y les asegura que serán deportados de nuevo a su país, porque Europa ni les quiere ni les necesita, ya que no son más que un impedimento para el progreso de la economía de los países europeos. En el segundo acto la actitud del profesor cambia de modo radical y los inmigrantes pasan a ser bienvenidos, aceptados sin reservas en una Europa que los acoge con los brazos abiertos porque son, sin duda, una pieza clave para el desarrollo de una sociedad heterogénea y multicultural. En el tercer acto, en cambio, el profesor adopta un pragmatismo cruel que permite la estancia temporal en Europa tan solo de aquellos inmigrantes cuyas vidas corren serio peligro en sus respectivos países de origen. El resto de ellos, sean cuales sean los motivos que les han traído hasta aquí, tendrán que regresar a su país.

Mediante estos tres actos y un incisivo epílogo final con doble ración de autocrítica, Hendrikx radiografía con precisión la situación actual de estos inmigrantes, ofreciéndonos el retrato, certero y desencantado, de una Unión Europea que, a pesar de seguir pareciendo un paraíso a los ojos de algunos, ha fracasado ya unas cuántas veces ante los ojos de otros.

3. Las ruinas de un pasado fordista (A fábrica de nada, Pedro Pinho)

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En el año 1979, el director catalán Joaquim Jordá filmó “Numax presenta…”, un documental que retrataba la situación de un grupo de trabajadores que, tras ser anunciado el cierre de la fábrica de electrodomésticos en la que trabajaban, decidieron organizarse y retomar la producción, esta vez de manera autogestionada. Casi cuarenta años después las cosas no han cambiado, o tal vez han cambiado para mal, y cientos de fábricas cierran cada día para externalizar su producción en otras fábricas de países lejanos, países con un menor salario y peores condiciones laborales. Un modo como cualquier otro de aumentar la rentabilidad, una decisión que de la noche a la mañana puede dejar sin empleo a miles de personas. Este era el punto de partida del documental de Joaquim Jordá y este es también el argumento de A fábrica de nada, la monumental película de Pedro Pinho que ganó el premio FIPRESCI en el Festival de Cannes, se alzó con el Giraldillo de oro en el Festival de Cine Europeo de Sevilla y que también ha conseguido el beneplácito del jurado en L’Alternativa. Pinho utiliza los 16mm para capturar una ficción basada en hechos reales: durante nada menos que 177 minutos nos sumerge en las vidas de los trabajadores de una fábrica de ascensores que se resisten a aceptar un despido masivo, y por el camino realiza una contundente denuncia a ese capitalismo que exprime a los trabajadores considerándolos tan solo un medio más para obtener beneficios. El film de Pinho oscila con sorprendente habilidad entre la ficción hiperrealista que se apropia de los códigos del documental, el drama social con toques intimistas, la experimentación formal y… el musical. Sí, hemos dicho el musical. En definitiva, por si no había quedado claro que hay vida en el cine portugués más allá de la inabarcable filmografía de Manoel de Oliveira (con Pedro Costa, con Rita Azevedo Gomes, con Miguel Gomes, con João Pedro Rodrigues…), Pedro Pinho ha llegado hasta aquí para demostrarnos con su primer largometraje de ficción que nuestros vecinos lusos están atravesando un innegable momento de esplendor cinematográfico.

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