Visto en el D’A 2022 (VII)

La crisis sanitaria vivida en 2020 transformó nuestro modo de vivir, de relacionarnos y de trabajar. Ante el cierre generalizado de cines, teatros y todo tipo de instituciones culturales, el mundo de la cultura buscó incansablemente alternativas y modos de adaptarse a una situación inédita. Desde entonces, algunas películas han reflexionado sobre todo ello, sobre cómo intentamos adaptarnos al caos y cómo seguimos haciendo arte, a pesar de todo. Hoy os hablamos de dos de ellas, vistas ambas en los últimos días del D’A. La francesa Guermantes, de Christophe Honoré, y la portuguesa Diarios de Otsoga, dirigida al alimón por Maureen Fazendeiro y Miguel Gomes. Dos obras delicadas, luminosas y juguetonas. Dos magníficos divertimentos que desafían a las circunstancias adversas y demuestran la capacidad del ser humano para luchar contra las adversidades.

Guermantes (Christophe Honoré, 2021)

En el verano de 2020, una compañía de teatro francesa ensaya una obra. Una adaptación de El mundo de Guermantes de Marcel Proust, para ser más exactos. Inesperadamente, esa pandemia que ya todos conocemos se cierne sobre sus vidas y han de decidir si seguir o no ensayando. El estreno de la obra se ha cancelado, sí, pero… ¿qué pasaría si los ensayos continuasen a pesar de ello? ¿Es imprescindible llegar a una meta final para poder disfrutar del recorrido?

¿Narra Guermantes una ficción? ¿Algo que realmente sucedió? ¿O tal vez un poco de las dos cosas? Honoré se sitúa justo en ese intersticio, entre la realidad y la ficción, guiñando un ojo y jugando a desconcertarnos. Los personajes en el filme tienen los nombres de los actores, ¿acaso están los actores interpretándose a sí mismos? Todo es posible en esta representación de final imprevisible en la que vida y teatro se confunden.

Hay en Guermantes algunas resonancias (voluntarias o no) a Alain Resnais. Concretamente, al Resnais más lúdico y travieso, el de Vous n’avez encore rien vu. Y si en el caso de Resnais era Eurídice la obra que obsesionaba a los protagonistas, en el filme de Christophe Honoré es Proust el punto de partida (o la meta, según se mire). Durante dos horas y media veremos cómo los personajes ríen, lloran, duermen, conversan, se emborrachan, discuten y memorizan sus papeles, ensayando por el mero placer de hacerlo aunque finalmente no vaya a haber un espectador que les aplauda. Como el Enrique Vila-Matas de Kassel no invita a la lógica, cuando fantaseaba con la posibilidad de hacer una conferencia sin público, los protagonistas de Guermantes se acostumbran con relativa facilidad a la situación y se hacen a la idea. Renunciar al público, de acuerdo, pero… ¿por qué renunciar a la obra? ¿No es mejor seguir adelante y disfrutar de todo el proceso liberados de las presiones propias de un estreno?

Pasan las horas. Pasan los días. Sorprendentemente, hablan poco sobre la pandemia, apenas nada. Como si el teatro fuese el albergue perfecto, una acogedora guarida donde olvidar todo aquello que está sucediendo en el exterior. Tal vez, después de todo, sea esa la mejor opción, buscar el mejor refugio posible y dejar que transcurra el tiempo hasta que pase el temporal.    

Imagen de la película Guermantes vista en el D'A Film Festival

Diarios de Otsoga (Maureen Fazendeiro, Miguel Gomes, 2021)

Una situación parecida a la de Guermantes es la que retrata Diarios de Otsoga, película dirigida por Maureen Fazendeiro y Miguel Gomes durante el verano de 2020. En ella, Crista, Carloto y João pasan sus días en una enorme casa de campo. Construyen una casa para las mariposas, limpian la piscina, bromean, toman cervezas, juegan con los perros y dejan pasar el tiempo sin preocuparse demasiado. Los días se suceden en calma, pero con una particularidad muy significativa. Y es que, en Diarios de Otsoga, como el propio título ya nos permite intuir, los días transcurren de atrás hacia adelante y el principio de la película, el día 22, no es en realidad más que el desenlace de la historia.

En contra de lo que se podría pensar de una obra realizada durante una de las peores fases de la pandemia, Diarios de Otsoga es una película extremadamente libre, cálida, sensual, alegre y luminosa. Realizada en 16 mm y carente de un guion al uso, pero no así de una estructura (hasta cierto punto improvisada) que le permita avanzar. O retroceder, dado el caso. Porque de eso, entre otras cosas, va la película. Del tiempo y la manera en que lo percibimos en según que situaciones. De los límites entre ficción y realidad. De cómo hacer una película que, sin hablar aparentemente de nada en concreto, hable en realidad sobre muchas cosas.

Con el paso de los cálidos días iremos descubriendo el entramado narrativo y nos daremos cuenta de que los tres protagonistas no son más que actores interpretando un papel (¿o tal vez no?). En las reuniones con Fazendeiro y Gomez (demiurgos que dan libertad casi absoluta a sus criaturas), debatirán sobre la naturaleza de sus personajes y de la propia película. Junto al resto del equipo, reflexionarán sobre qué implica hacer cine de modo colectivo durante una pandemia, sobre cómo relacionarse con el otro. Mientras tanto, los tiempos muertos se irán intercalando de modo placentero, el embarazo de Maureen seguirá su curso, la naturaleza mostrada parecerá ajena a la catástrofe mundial y el humor se filtrará entre las líneas de ese guion, supuestamente inexistente. Las situaciones cotidianas se repetirán con infinitas variaciones y en placentera compañía, como sucede a menudo en esas vacaciones de verano que todos parecemos echar de menos. El desenlace de la historia no será en realidad más que el principio de la misma. Excusa perfecta para quedarnos atrapados eternamente en ese verano que bien podría no terminar jamás.     

Imagen del film Diarios de Otsoga vista en el D'A Film Festival

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