‘Malmkrog’, de Cristi Puiu. El texto contra la imagen

Se puede disfrutar con dos obras maestras de Christi Puiu a pesar de su dureza. En La muerte del Sr Lazarescu (Moartea domnului Lãzãrescu, 2005) una enfermera y un paciente sufren una odisea nocturna (punteada de humor negro) cuando ella trata de salvarle llevándole de uno a otro hospital. Más que una crítica al servicio de salud rumano (parcialmente extensiva a otros países), la cinta plantea un apasionante debate sobre los límites a actitudes de compromiso social que se ocultan en los entresijos de la normativa, exhibiendo la autonomía individual como referente de dignidad. En Sieranevada (id, 2016) una familia se reúne no sin dificultades y continuos desacuerdos en un pequeño apartamento para celebrar unas exequias por el padre difunto, por deseo de la madre. Ello da pie al enfrentamiento entre puntos de vista e intereses de una familia con suficientes ramificaciones y conflictos como para representar, sin dejar de ser personajes impecablemente construidos, diversas opciones de vida, diversas capas sociales. Ambas eran obras de duración considerable (2h33 y 2h53 respectivamente) pero la puesta en escena, el dinamismo imprimido por el director rumano y la fuerza de los personajes les imprimían auténtica agilidad. El rigor y la exhaustividad en el retrato de personajes iban de la mano de una formalidad muy cuidada. En el caso de La muerte del Sr Lazarescu mediante la cámara en mano y la iluminación, en Sieranevada, la cámara se situaba repetidamente en ángulos que permitían ver la actividad familiar en la cocina, en el salón o intuir (e intrigarse) por lo que sucedía tras las puertas cerradas de baño y dormitorio (hasta que estas se abrían). La apuesta de Puiu llegaba a otorgar vida autónoma a cada habitación de la casa.

Este rigor formal llega al extremo (tal vez habría que decir extremo intolerable) en Malmkrog. Séptimo largo del director es (como se plantea al inicio de la película) la representación filmada de tres textos de Vladimir Solovyov, un filósofo del siglo XIX, Tres conversaciones sobre la guerra, el progreso y el fin de la historia del mundo que ya recogiera en una obra previa, Trois exercices d’interprétation (2013). Desconozco dicha obra (no sé si por mi parte sería sincero usar el término “lamento”) que se intuye un esbozo de la actual que crece de las 2h37 minutos de aquella hasta las 3h21 de la actual.

No quisiera sin embargo dar la impresión que Malmkrog agota por duración. La estrategia de Puiu, una vez más, evita que el metraje se antoje excesivo. El problema radica, básicamente, en el planteamiento formal, en esta ocasión extremadamente riguroso, que ha utilizado el director rumano. Malmkrog se desarrolla, como se nos indica, como textos filmados. Los cinco personajes principales declaman, más que dialogan, las ideas filosóficas y los conceptos éticos debatidos por Solovyov. Situado en un tiempo y lugar poco definidos (Malmkrog es la pronunciación alemana de una población transilvana) se puede interpretar tanto que los personajes están situados en un mundo a punto de cambiar (sea por el hundimiento del imperio austrohúngaro como por la Revolución Rusa) como que son aristocráticos fantasmas condenados a permanecer eternamente en una infinita discusión filosófica, encerrados en su lujosa mansión como los personajes de El ángel exterminador (L. Buñuel, 1962).

Puiu construye la película en seis capítulos (correspondiendo a los personajes y al mayordomo que les atiende aunque no hay en ninguno de ellos una predominancia del personaje titular) en los que un grupo de nobles discuten en torno a  una mesa temas como el Bien y el Mal (en mayúscula), la guerra, el paneuropeísmo supremacista, la rusofilia, el testamento de Lucas, la llegada del Anticristo o el sentido de la vida en la Tierra como creación divina, entre muchos otros. Los dos primeros capítulos son filmados con una cámara distanciada, prácticamente inmóvil, hasta el punto en que el espectador no puede ver al personaje que lleva el grueso de la conversación, sea por estar fuera de plano o porque, como sucede en algún momento, la disposición de la mesa y las sillas oculta a quien habla. Es como si Christi Puiu nos desafíe, permitiéndonos ver algún incidente sin trascendencia que sucede en segundo o tercer plano (una niña que trata de entrar en la sala y es retenida por los criados, el movimiento calculado de éstos al servir y retirar una comida que nadie parece comer) y obliga a concentrarse exclusivamente (y con dificultad) en el texto hablado. Más adelante la cámara prescinde del contexto casi totalmente (ya hemos visto una discusión susurrada entre sirvientes zanjada con unos bofetones y una dura reprimenda, así como los movimientos para atender otro personaje, un general prostrado en otra habitación) y se acerca a los rostros de los protagonistas para seguir la discusión con una dinámica de plano – contraplano.

El resultado es una obra tan atractiva en su búsqueda formal como desconcertante. En primer lugar, por la manifiesta ignorancia de quien esto escribe (y posiblemente del grueso de los espectadores potenciales) acerca de las teorías filosóficas y religiosas que ocupan prácticamente dos horas del metraje. Simultáneamente, por la opción de oponer, más que acompañar, la representación formal al texto leído. En tercer lugar, por desconocer el objetivo del reto al que nos somete Puiu. ¿Se nos plantea una elección entre imagen y texto? ¿Es realmente la obra de Solovyov tan importante para Puiu cómo para tratar de difundirla cueste lo que cueste?… ¿o nos plantea, tal vez, una elaborada alegoría sobre la caída de la intelectualidad decimonónica, del vacío de unos conceptos que hablan del Bien y de la Divinidad a la par que glorifican la guerra y el poder de una Europa que estaba a punto de hundirse en el horror más terrible? En este sentido quedan tan anecdóticas como forzadas dos secuencias que podrían haber sido clave para la interpretación de la película pero que en la construcción actual aparecen como meros artefactos: los comentarios del general sobre su incapacidad de entender el significado de la letra de La Internacional y, por supuesto, una secuencia insólita que parece dinamitar la narración, interrumpiendo la película y marcando fatídicamente el destino de los personajes, pero que queda flotando como una premonición incierta.

Llegados a este punto, tras casi de tres horas y media de visionado y muchas vueltas en la cabeza, el crítico debe situarse ante el espejo y reconocer que Puiu ha elaborado una obra deliberadamente críptica, tan interesante a nivel visual como inane en su totalidad. Si la abstracción de autores como Lynch (por poner un ejemplo de autor celebrado cuya obra resulta incomprensible y de difícil aceptación por gran parte del público) puede resultar atractiva por su vinculación a una tradición de representación onírica, o por su mezcla de género noir y fantástico, la construcción de Puiu no permite agarre, referencias o punto de sujeción alguno desde el cual desentrañar el posible misterio. Y cabe entonces plantear si la construcción de Malmkrog y el visionado merecían la pena. O, mejor dicho, si hay que aceptarla sin más, por ser la obra de un autor reconocido y admirado o bien ser riguroso con quien exhibe tanto rigor. Los premios recibidos por Malmkrog y Puiu en Berlin y su glorificación por Cahiers en 2020 deben contraponerse a los numerosos textos de festivales en los que el cronista salía del visionado aceptando su incomprensión de lo visto y dónde el texto solo se reelaboraba posteriormente en base a elucubraciones individuales. Consideración aparte es el hecho de que Malmkrog se estrena en un año con muy escasa producción cinematográfica y (pensando muy mal de la política cahierista) es escogida por su brillo de rareza exótica más que por otros valores. Sin duda Christi Puiu ha asumido un reto personal del que ha salido parcialmente triunfante con la elaboración formal de Malmkrog. Pero, pese a la admiración que podemos sentir por su obra anterior, mirándonos al espejo, debemos reconocer que la ha hecho pensando exclusivamente en sí mismo y, en ningún caso, en el espectador… Y de ahí nos vamos a otra discusión sobre la finalidad del Arte y el Pensamiento y su encaje en una sociedad capitalista.  

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