Visto en el D’A 2018 (I): Braguino, de Clément Cogitore. La tribu y el mito

Sobrevolamos un paraje inhóspito, adivinado apenas bajo el manto de nubes. Nos acompaña una voz alucinada que describe un sueño reciente de tintes pesadillescos. Ese en el que ya no estaba ahí, en su hermosa e incomunicada Nada. En el que se veía abandonando la tierra a la que le arrojó el miedo y que él –humanidad, al fin y al cabo- también abonó con nuevos temores, con otros cuentos chinos con los que perpetuar el tabú.

Braguino

La Siberia. Braguino, el patriarca, presume de soledad e independencia, utopía personal sostenida mediante el sacrifico de la siguiente generación, rehenes dóciles en la cárcel libertaria de papá. El resto del clan se amontona alrededor de la mesa; entre ellos, media docena de menores de edad educados (contagiados) de la fobia social paterna. En las largas noches –que siempre suenan a antesala del invierno fatal que reina tres cuartas partes del año en la taiga- sólo les queda tirar de tradición oral para hacer más llevaderos los tiempos muertos (¿y acaso hay otro tipo de tiempo en los márgenes del bosque boreal?)

La escasa iluminación acrecienta la sensación de pavor, de terror recién parido que exige ser compartido a la hora del lobo. Incluso en los confines del mundo, va a resultar que el hombre se debe a su propia estupidez: la necesidad de un antagonista, de un enemigo natural que se contraponga a todas nuestras (incontestables) virtudes. Al otro lado del río están los Kiline, apellido maldito, colaboracionistas del Mal, especialistas en esquilmar, malbaratar y afanar. Son, sencillamente, lo contrario a nosotros. La otra tribu. Apenas humanos.

Las enseñanzas del padre, apóstol y orate, se enseñorean del relato. Abundan los fundidos a negro, parpadeos sin vida en los que la leyenda –el mito que permite predicar la doctrina del shock en el último de los lugares donde habría que temerlo todo- se acrecienta, sin necesidad de estar sustentada por los hechos. Convivir sería demasiado fácil. Resulta mucho más excitante desconfiar de esos niños –clones de pelo blanco con los mismos jerseys vistosos que los que juguetean a este lado de la orilla-, fomentar el odio irracional, confiar en la dichosa providencia.

Como buen propagandista, Braguino sueña y vive para preparar la siguiente guerra. Entrena a sus soldados, temerosos y posiblemente iletrados, para que cuando ocurra lo que tiene que ocurrir no presten atención a todo lo que tendrá de profecía autocumplida. El Padre les regaló el Paraíso. De ellos dependerá defenderlo de cualquier amenaza, real o ficticia.

Clément Cogitore ha dirigido una película de terror existencial que escarba en las raíces de la fábula y de la ingeniería social. Y no, aquí el “plan” no corre a cuenta de Estados perversos y élites conspirativas. El Poder lo atesora un solo hombre y sus pasmosos errores –incluso en un espacio en el que podría instaurar la Arcadia- nos recuerdan que algo muy profundo y muy estúpido debe de anidar en el interior de cada hombre. Incluso del que se cree más único, más distinto.

No nos hace falta acudir en pos de alguna tribu perdida del Amazonas para teorizar sobre el Big Bang de los pueblos y sus culturas. El origen de la especie podría haber sido este: un macho alfa paranoico y en continuo estado de pánico, un cazador-recolector que mata osos y aterroriza a la sangre de su sangre. Lo primero, por mera subsistencia. Lo segundo, por pura vagancia: en el miedo siempre se reina mejor.

Recuperando la escena del principio… ¿y si los que descendimos del helicóptero, tan ufanos y convencidos de nuestro cometido etnográfico, fuésemos en realidad parte de esa avanzadilla colonizadora? ¿Y si fuese legítimo ese miedo al Otro, a la conquista definitiva por parte de una supuesta civilización que se acaba imponiendo por su mayor poder de fuego?

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Hay en Braguino algo de la Verdad primigenia, esa que por definición jamás conoceremos. Empleando el acercamiento humanista de un Chris Marker, trocando esta vez la mirada a cámara de los niños islandenses por la de estos siberianos dispuestos a deconstruir el mito de Montescos y Capuletos.

A acabar con la tribu. A matar al Padre.

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