Venimos en son de paz (o no)
La última película de Denis Villeneuve (La llegada) vuelve a ponernos ante la tesitura dorada de la ciencia ficción: el encuentro en la tercera fase con “ellos”, ya sean marcianos, venusianos, primos de La Rioja o proselitistas religiosos con stand a pie de calle. ¿Objetivo? Saber si se conforman con ser conocidos, amigos con derecho a roce, arrendatarios del planeta azul en calidad de multipropietarios o compañeros de epopeyas espaciales. Y para ello es necesario entablar el pertinente diálogo de besugos con una civilización aparentemente superior tras el estupor inicial de saber, por fin, que hay tipos ahí fuera, ¡en la galaxia de al lado!, que no se comunican a través de emoticonos, apócopes, memes y signos de exclamación. Sí, los aliens han llegado y la humanidad toda “muere de amor” (sonrisa, corazón, sonrisa, corderito, sol, corazón otra vez) por ellos, pero… ¿cómo hacérselo entender sin resultar obscenos o ser malinterpretados?
Pues tirando de cine, por supuesto, la única formación reglada e internacionalista que existe ya en este planeta. Porque la historia del susodicho está plagada de cintas que aspiran a servir de guía de consulta, de diccionario, ¡qué digo!, de manual de interpretación para acabar resolviendo sudokus juntos o desarrollar por fin una lavadora que no necesite centrifugado. Estas son las valiosas enseñanzas que podemos extraer de todas ellas. Al loro, lingüistas, profesores de etiqueta y coroneles megalómanos.
1.- A los aliens les gustan los interiores hospitalarios y minimalistas, así que nada de abrumarlos con entornos barrocos o recargados. Antes de romper el hielo, es imprescindible que se sientan cómodos, relajados… como en casa. En 2001: una odisea del espacio (Stanley Kubrick, 1968), el bueno de Dave terminaba, tras su viaje alucinante, viendo pasar el tiempo en una habitación de un blanco nuclear, amueblada con parquedad pero muuuucho gusto. ¿Les dejamos que se las entiendan, lo primero, con algún manitas norteamericano de esos que les convertirán su laberíntica nave espacial en un “concepto abierto”?
2.- Frases cortas, mensaje profundo. Nada de encadenar subordinadas. En Ultimátum a la tierra (la de Robert Wise de 1951, por supuesto, no el truño de Keanu Reeves), un robot-alien más patoso que el de Sony se vanagloriaba de querer la paz mundial (en plan Miss, sí) y sintetizaba sus aspiraciones con el ya mítico “Klaatu, barada, nikto”. Contundente y a la vez críptico, muy de anuncio de Volkswagen.
3.- Tampoco te pases de afable o se acabarán quedando hasta las tantas. Recuerda a Alf (1986-1990, 2004): empiezas demostrando algo de empatía y terminan ocupándote una habitación de por vida. Mantén las distancias. Se cortés pero… que se busque la vida. Un piso de estudiantes: ¡ahí es donde tendrán la oportunidad de conocer en profundidad a la especie humana!
4.- No olvides que son un poco poseros. Quizás bajen a la tierra con la única intención de hacerse con un smartphone molón. ¿Qué de dónde me saco esto? Vamos… haced memoria… ¿creéis que fue casualidad lo de “mi casa, teléfono”? En una arriesgada operación de marketing en diferido, Steve Jobs convenció al director de Tiburón para que inoculase en la audiencia un mensaje subliminal que no se activaría hasta varias décadas más tarde. Sí, E.T. (1982) fue un anuncio encubierto de dos horas de Apple. Y siempre lo has sabido.
5.- Y ya que estamos con Steven Spielberg, recuerda: si vas a intimar con aliens, no te olvides el Casio. Da igual que no domines el instrumento: unas cuántas notas al azar, una sintonía machacona con el consiguiente acompañamiento cromático y… ¡vualá! Te devolverán a familiares abducidos y te invitarán a pasar siete días en Alpha Centauri (media pensión, niños gratis).
6.- Si se mueve muy rápido, repta, tiene forma de vaina, come roedores o supura líquidos raros… mátalo. Olvídate de la curiosidad científica y del humanismo de baratillo. ¿Os hace falta algún ejemplo en concreto, criaturas? La invasión de los ladrones de cuerpos (Don Siegel, 1956), Predator (John McTiernan, 1986), Independence Day (Roland Emmerich, 1996), Mal gusto (Peter Jackson, 2000), Cowboys & Aliens (John Favreau, 2011)… ¡que esta gente no ha venido de tertulia! Así que si no tienen conversación, lanzan rayos por la traquea o coleccionan espinas dorsales… cómo te lo diría… que no, que no quieren hablar del cine de Tarkovski, conferenciar con los tragacanapés de la ONU ni compartir secreto tecnológico alguno. ¡Corred, insensatos!
7.- Pero siempre habrá excepciones: los hay que vienen en pos de amistad… y lo que surja. Así que no le deis tampoco tanta importancia a la palabra. Nos lo enseñó John Carpenter en la bonachona Starman (1984). Aunque desde luego saben donde ir a tirar la caña: viuda, solitaria y de Wisconsin. ¡Así cualquiera! (por cierto, Jeff Bridges “triunfó” como nunca hasta entonces: hasta lo nominaron al Oscar).
8.- No les tengas tanto miedo porque los peores, de largo, son tus congéneres. Nos lo dejó meridianamente claro Nacho Vigalondo en Extraterrestre (2011) y M. Night Shyamalan en Señales (2002). Los vecinos y la familia, el peor infierno. En caso de crisis marciana, los primeros te harán la vida imposible en el mismísimo rellano de casa. Y los segundos pretenderán que seas tú el que saque todas las noches la basura, enfrentándote a los círculos concéntricos dejados por el camión de la ídem.
9.- Eso sí: allá donde fueres, haz lo que vieres. Esto nos lo ha enseñado tanto el doctor Who como la tripulación de la Star Trek: muéstrate diplomático, sígueles la corriente, ofréceles algún ágape aderezado con alcohol exótico… que se les suelte la lengua. Y si no funciona, recurre al comodín por antonomasia: la mímica. Si te sirvió para encontrar la boca del metro en el Bronx… ¿por qué no utilizarla para hacerles entender que tu gobierno pretende hacer experimentos eugenésicos con sus cadáveres?
10.- Una última enseñanza: con el tiempo, nos acabaría dando igual lo mucho o lo poco que tuviesen que enseñarnos, porque… acabaríamos pidiéndoles los papeles. La clarividente Distrito 9 (Neill Blomkamp, 2009) lo dejaba claro: ni ciudadano del mundo, ni hostias… ¡contra la pared, puto bicho! ¿Que sabes viajar a la velocidad de la luz? ¡Los doce puntos, por listo! ¿Qué tienes la clave de la eternidad? ¡Sople y calle, caballero! ¡Que lo que queréis es abusar de nuestra Seguridad Social! ¡Os hemos calao!
La estupidez, me temo, es la verdadera última frontera. Así que protégete de antemano: no acudas a llamadas de socorro en planetas recónditos, no hagas proclamas pacifistas sin consultar con tus superiores (recuerda quién tiene ahora el maletín atómico), no picotees entre comidas y, sobretodo, no abras tanto la boca… porque no quieren conversación: sólo un cuerpo mullido en el que hospedarse. Y te lo mereces.