‘Treme’: ni olvido ni perdón

Objetivamente hablando, Treme es el paradigma de serie en la que no pasan grandes cosas. Lo sabíamos cuando comenzó, aprendimos a disfrutarlo sin amago de desespero y acabamos saboreándolo hasta su último estertor –que es tanto como decir su última nota-, hace ya unos seis meses. Así que si lo tuyo son las tramas conspirativas, los crímenes que sólo pueden resolver mentes privilegiadas o los misterios que se acumulan sin solución de continuidad… pues no, Treme no te dirá mucho. Hasta puede que te aburra soberanamente y te pases el rato preguntándote “pero estos… ¿qué coño quieren contarme?”.

Ver un capítulo de Treme requiere, quizás, de un determinado estado de ánimo. Ese que te llevaría a sentarte en un buen club de jazz de tu ciudad –si los hubiera- y escuchar por vez primera a un perfecto desconocido, secundado por excelentes bajos, trompetas, violinistas… y descubrir, poquito a poco, que ¡oye! te gusta lo que escuchas. Hasta el punto de empezar a seguir el ritmo de la música con los pies. De marcarte un bailoteo con un gentil desconocido o con una ex poco rencorosa. Y salir del local con la firme intención de que no decaiga. Porque esta es la noche.

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A más de uno esta dramatización (apenas) de la vida de músicos, curritos y buscavidas en las calles del barrio de Treme (orgulloso superviviente del huracán Katrina, aquél que azotase Nueva Orleans en el año 2005) le impondrá, presuponiendo cierto grado de afectación (envoltorio de qualité utilizado de manera consciente por la ya no tan poderosa HBO). Súmese a eso que detrás de estas cuatro temporadas han estado nada más y nada menos que David Simon y Eric Overmyer, las cabezas pensantes de la justamente glorificada The wire; fieles siempre a un elenco actoral que incluye algunos de los nombres con los que debutasen en la televisión (The corner), hace ya quince años. Eso y que parece que uno no vaya a disfrutarla plenamente si no es un entendido en blues, soul, folk y las mil y una ramificaciones y yuxtaposiciones que presentan estos estilos musicales. (¿La verdadera reserva espiritual de Norteamérica?).

Como testimonio y confesión, vaya por delante que mi ignorancia sobre la música que se escucha en Treme –y sobre la música, en general- es total. Apenas he reconocido a un par de intérpretes en 36 episodios (Elvis Costello y Fats Domino), que es lo mismo que referirse a otros tantos conciertos. Y aunque algunos entrasen en éxtasis –o así se infería consultando foros tras la emisión de ciertas entregas- al poder ver vivas a genuinas leyendas con patas, lo cierto es que un espectador sin dicho bagaje –pero que mantenga intacta su capacidad para el disfrute, compatible con cierto grado de buen gusto- podrá saborear igualmente la deliciosa selección de dioses y monstruos (en los títulos de crédito del último episodio se puede consultar el obituario completo con los caídos desde el inicio de la serie, allá por el año 2010).

Treme versa sobre la capacidad de resistencia de una comunidad. Los hay ricos y pobres, idealistas y vencidos, militantes y especuladores. De fondo, la nefasta gestión de unos políticos y de unas fuerzas del orden incapaces, que invierten más dinero y recursos en tapar sus vergüenzas que en servir y proteger a una ciudadanía expuesta a unos poderes que revelan exactamente su naturaleza omnipotente y arbitraria.

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El reguero de muertes no del todo atribuibles al huracán es el hilo conductor de alguna de las subtramas, pero no es, ni por asomo, el tema principal. Porque aunque algunos se rindan y decidan bajarse del barco antes del tiempo –textualmente, en el caso de John Goodman-, la mayoría persevera; es así como resuena ese clamor tan de orgullo vikingo, un “no nos moverán” colectivo que encuentra su máximo esplendor durante los días de carnaval. Aún así, nuestros protagonistas no están destinados a salir victoriosos de batalla alguna: les basta con conservar la casa, lograr que el Ayuntamiento no se la tire abajo en un descuido, mantener abierto un bar, pinchar en la radio la música que a uno le gusta o salir a desfilar el día del Mardi Gras.

Así que entre interpretación, velada musical y grabación –amateur o profesional-, bocados de realidad. No son avatares extraordinarios. Una chef que intenta hacerse un nombre en el mundillo, un músico de jazz que trata de triunfar sin traicionar sus orígenes, una intérprete echándole un pulso al mainstream, un bala perdida que encuentra la estabilidad en la enseñanza, un teclista demasiado aficionado a coquetear con las drogas, una abogada que hace demasiadas preguntas, un policía íntegro al que sus compañeros sólo reservan toneladas de desprecio, un tejano listillo con un don para moverse por los pasillos del consistorio, un jefe indio dispuesto a quintaesenciar la dignidad. Lo dicho: un recorrido anecdótico plagado de antihéroes cotidianos, esporádicas malas personas o santificables tocahuevos que no rehúyen el encontronazo con la autoridad y sus acólitos.

Harley tells Annie to reach for the brass ring

Treme aspira a sentar las bases del nuevo turismo de la ciudad, a crear una mitología propia que enriquezca a la preexistente, a heredar lo que quiera que quedase tras la inundación y rescatarlo para una posteridad siempre reñida con la cultura popular. Es una serie pensada para el renacimiento: la banda sonora de la reconstrucción, del lento reincorporarse de Nueva Orleans. Sabréis qué se hizo mal, quién falló, quienes estuvieron a la altura de las circunstancias. Descubriréis que toda catástrofe es una oportunidad única para volver a hacer las cosas igual de mal, con alcaldes y fuerzas vivas dispuestas a llevar a cabo la consabida limpieza étnica disfrazada de “nuevas oportunidades para ciudadanos responsables en un vecindario seguro”. Y es que el sistema no es amigo de ejercer la autocrítica. Así lo podremos sentir durante los años que cubre la ficción, desde la depresión colectiva tras ver ceder los diques hasta el vendaval de ilusión e ingenuidad que trajo consigo la elección de Obama.

La medicina para tanta falta de previsión es pundonor y música, mucha música. Tradición y modernidad olvidan la clásica pugna y parecen compartir escenario e intereses. No, no temáis “fusiones” antinatura. Pero tampoco purismos cargantes. Treme –más allá de sus cameos y de su estudio cuasi etnográfico- es como dj Davis: alocada, florida, inconstante, caprichosa, triste y altiva cuando se habla de su pasado.

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