Tirana, del silencio a la normalidad

Fue, precisamente, en un año tan simbólico como 1984 cuando el régimen de Enver Hoxha celebró cuatro décadas, “triunfales”. En este tiempo la dictadura estalinista sobrevivió al propio Stalin, rompió con Yugoslavia y con Tito (1948), rompió con la propia URSS (1956) y rompió con China (1978), aislando a Albania del mundo entero. En este periodo, según cifras de diversas ONG, 34.135 personas fueron encerradas por motivos políticos (que podían incluir la queja ante la falta de queso en el colmado, en un país que supuestamente no tenía carencia alguna), 59.000 se vieron desplazados a campos de reeducación y 5487 fueron asesinadas tras juicios sumarísimos. Enver Hoxha luchó contra el nazismo (aunque también hay sombras sobre su implicación real en la lucha partisana) y tras la guerra consiguió el poder absoluto. Cohesionó un país dividido en torno a sí mismo y lo modeló a la forma de un personaje paranoide que mediatizaba supuestas amenazas para crear un estado permanente de terror, controlado a nivel interno por la Segurimi, la policía secreta, y las delaciones. Hoxha falleció en 1985 y el régimen se empecinó en sobrevivir durante cinco años más, tachando de traidor a Gorbachev e ignorando la caída del muro y el sucesivo desmoronamiento del bloque. Simularon abertura política, liberaron prisioneros pero siguieron reprimiendo manifestaciones y negando libertades. No sería hasta los ajusticiamientos de Ceacescu y su mujer en la próxima Rumania el momento en que los dirigentes albaneses admitieran que el fin del sistema era inevitable. A las ilusiones democráticas les sucedieron una turbulenta época de revueltas, prácticamente una guerra civil, simultánea a la guerra del vecino Kosovo, y, por fin, una democracia estable que sin embargo parece estar lastrada por una corrupción tan denunciada como generalizada.

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Llama la atención un cartel, cerca de la entrada de Shkodra, y de la ruta hacia Montenegro, (hacia el resto del mundo, tal vez) que marca las distancias a Belgrado, Viena y Berlín. Hay ansia migratoria, hay necesidad de trabajo y de búsqueda de una vida mejor. Pero, para el extranjero, a pesar de la sangrienta historia y la realidad actual, Albania resulta un país tan acogedor como atractivo. Destino vacacional para los viajeros del Este y para italianos, no es habitual para otros turistas, aunque holandeses, alemanes y estadounidenses se han lanzado ya a recorrerlo, de modo individual o en viajes organizados. De las playas del Jónico a los Alpes albaneses, de las bulliciosas calles de Tirana al relajado bulevar de Berat, Albania contiene numerosos puntos de interés.

El terror

Como tantas capitales de países en vías de desarrollo la capital no ha engullido a la población rural sino que ha sido engullida por ella. Poco tiene que ver Tirana con las tranquilas capitales de provincia, Shkodra, Berat o Gjirokaster. Si acaso, está más próxima al desarrollo desbordado de las ciudades turísticas de la costa, como Vlora o Saranda. Hipertrofiada por barrios periféricos, bulliciosa, rica en (dolorosos) contrastes, la capital de Albania es más que nunca un punto neurálgico de Albania. Sus ansias cosmopolitas van más allá del Bloque, el área residencial antaño reservada para los miembros del Partido y en la que ahora lucen vehículo, modelo y presupuesto los albaneses y expatriados con mayores ingresos. Bares y restaurantes compiten no sólo por la clientela sino por estar de moda, reivindicando una identidad que no obstante está subyugada a Occidente. Si uno accede por el boulevard principal de la ciudad, llegando desde la plaza Skanderberg, el centro turístico, atraviesa un río exiguo (que más bien asemeja un desagüe) y se encuentra con la Pirámide. El que debía ser un museo a mayor gloria de Hoxha es ahora un peculiar patio de juegos de adolescentes, que se reúnen al pie del mismo para jalear a los más atrevidos que trepan hasta el vértice para lanzarse al galope pendiente abajo por la empinada pared mientras los menos temerarios lo utilizan como un gran tobogán. Es sin duda uno de los más relevantes monumentos de la ciudad, no tanto por su peculiar diseño arquitectónico, como por su evolución, de emblema del régimen, a emblema de la nueva Albania (llegando a ser centro audiovisual para emisoras estadounidenses en los noventa) para pasar (¿finalmente?) a ser propiedad del pueblo. Cruzando la calle, poco más allá, otro monumento revela la evolución del país. O, tal vez, el cambio, puesto que la evolución es aun incierta. En medio de una arboleda, restos de un búnker, del muro de Berlín y una placa, nos recuerdan aquellos tiempos que no deben volver. Sin embargo sólo algún extranjero repara en ello. El resto de paseantes se dirige a los bares y restaurantes. Ahora no hay fronteras ni muros; pero por el perfil de los que ríen y beben en todos los nuevos locales, por el perfil de aquellos que se dirigen por la avenida al gran parque al final de la Avenida, se entiende que hay dos grupos de albaneses y que el muro que les separa ahora es básicamente económico.

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Hay en Tirana un par de puntos que son altamente relevantes para entender la situación del país. Si tomamos un autobús urbano y nos dirigimos al norte, atravesaremos durante media hora una serie de barrios humildes de construcciones agarradas a las empinadas pendientes que cierran la ciudad por aquella parte. Una vez superadas, y ya en barrios de nueva construcción, el autobús nos deja en unas calles sin asfaltar, embarradas y ricas, como el país entero, en talleres mecánicos y negocios de lavado de coches. Más allá, entre la maleza, un guarda custodia un túnel que atraviesa aquella zona de la montaña. Al otro lado, tras abonar la entrada correspondiente, diversas puertas permiten el acceso al interior de la montaña…

Albania ha sido históricamente un país asolado por las invasiones. Tras la disolución del Imperio Romano de Occidente, el territorio albanés pasó sucesivamente de Bizancio a los godos, de éstos al reino búlgaro, al serbio, al veneciano y, tras unos cuantos cambios, al turco, bajo cuyo yugo evolucionaron (y algunos se enriquecieron) durante siglos. La breve república nacida a primeros del siglo XX fue mutada en reino por las potencias vencedoras de la Primera Guerra Mundial y éste a su vez sería invadido por los fascistas de Mussolini y las tropas del Tercer Reich… No es de extrañar que tales antecedentes, combinados con la paranoia de Enver Hoxha, dieran lugar a una estrategia que dejó las montañas del país como un auténtico gruyere. Toda ciudad tiene sus túneles, fueran como refugio ante potenciales invasiones, fueran centros militares. Se pueden ver en Berat, en Gjirokastra y en las cercanías de Fier. El Búnkart de Tirana es, sin duda, el más accesible y el más espectacular de todos ellos. De hecho el Bunkart no era un simple búnker. Esta construcción, de cinco plantas de profundidad, estaba diseñada como refugio para las élites políticas y militares en caso de ataque externo. Se planteaba como refugio, incluso, en caso de ataque nuclear. El acceso a los corredores a través de compuertas pesadas, las entradas de aire, la zona de descontaminación o los enormes filtros de ventilación así lo indican, aunque también dan a entender que si realmente hubiera sucedido, el ataque habría convertido el búnker en trampa mortal. La visita revela un dispositivo impresionante, con pasadizos de centenares de metros en varios niveles, por los que se accedía a espacios gubernamentales, dormitorios privados, salas de guerra e incluso a un teatro que hacía las veces de sala de reuniones del Comité. Destinado ahora a ser un centro de arte (del que por ahora destaca la música e iluminación en el túnel de acceso y en un par de pasadizos), el Bunkart contiene gran volumen de información en las salas, narrando minuciosamente la evolución de Albania durante el siglo XX. La historia contada y el espacio dan la medida adecuada de la locura vivida en el país durante la dictadura estalinista.

¿Una nueva esperanza?

Albania fue declarado el primer país oficialmente ateo del mundo. Equilibrado, tras la caída del comunismo que así lo promulgó, entre el cristianismo ortodoxo y el Islam menos practicante, las ciudades albanesas viven un cierto “boom” inmobiliario en lo que a mezquitas se refiere. Desbordando las dimensiones discretas de las bellas mezquitas otomanas supervivientes en Tirana o Berat, los países árabes apuestan por la inversión en grandes construcciones que atraigan nuevos fieles. Los candidatos acuden a unas y otras con discreción pero a menudo prefieren ignorar al muecín y seguir degustando un café o una cerveza en las calles adyacentes.

Mientras sucede esto, hay otro movimiento mucho menos conocido tratando de abrirse paso. El bektashismo es una corriente mística originada en el seno del Islam en el siglo XV y extendida desde Persia hacia Turquía, dónde creció y se diseminó con el crecicimiento del Imperio otomano. Una corriente que pretende integrar ideas filosóficas propias de la religión de origen con otras anteriores, incluso cristianas, y que se abre a la participación de seguidores de otros credos. ¡Qué mejor en una etapa post critica, en un renacer de las creencias, que una propuesta tan flexible como el bektashismo! Prohibida como los otros credos por Ataturk a su llegada al poder, tras la derrota turca en la Primera Guerra, el bektashismo desplazó su centro neurálgico de Anatolia a las áreas a las que Turquía había colonizado, las actuales Bulgaria, Kosovo y Albania, mayoritariamente. Tirana llegó a ser la capital mundial del bektashismo, su Roma. Abolido, de nuevo, por Enver Hoxha, junto con las otras religiones, el bektashismo hibernó hasta un florecimiento inesperado en las dos últimas décadas. Ahora sus seguidores tienen la voluntad de hacer de Tirana (de modo práctico, puesto que nominalmente lleva siéndolo desde hace casi un siglo) la sede de su fe.

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Unos tres kilómetros al este de la plaza Skanderberg, unos kilómetros al sur del Bunkart, la sede del Bektashismo sorprende por su magnificiencia. Tras pasar bajo una gran puerta de entrada, suerte de arco triunfal, el viajero se encuentra unos jardines aun en construcción por los que asciende un paseo hasta el templo y los mausoleos de los líderes fallecidos en las últimas décadas. En el templo, iluminado por inmensos ventanales, podemos reflejarnos en un suelo pulido, en un espacio amplio, sostenido por paredes de mármol y rematado con una bella cúpula. Bajo el mismo, y junto a unos despachos modernos y salas de estudio, una exposición muestra diversos objetos religiosos y de la historia de esta filosofía, aunque la mayor parte, sin traducción alguna. El bektashismo plantea la unión de los pueblos, la integración de las creencias en una sola y luce no sólo el material con el que el templo ha sido erigido (¿con qué fondos?) sino la voluntad, plasmada en fotografías, de abrirse a representantes religiosos católicos, ortodoxos y musulmanes, a políticos y sociedad civil. No pide otra cosa que oraciones ocasionales y celebraciones anuales que tienen lugar en santuarios situados en las montañas, tal vez herederas de un zoroastrismo pretérito. El momento es el adecuado, con una necesidad de estabilidad en el país y un renacimiento de las creencias religiosas. Habrá sin embargo que comprobar que tan venerable religión pueda ir más allá y no se limite a ser otra apuesta de futuro como las inmensas mezquitas patrocinadas por los emiratos.

En las calles próximas, barrios residenciales de nueva edificación, siempre con la humildad presente en la construcción, sigue el bullicio de una sociedad que pugna por salir adelante, como todas. Pero, en el caso de Albania, con una peculiaridad. Con la voluntad decidida de no volver a ser una sociedad tan diferente a las demás como para no reconocerse a sí misma.

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