Tiempo después, la distopía de José Luis Cuerda
José Luis Cuerda se ganó a pulso su lugar en la historia del cine español con grandes obras como Total (1983), El bosque animado (1987) y especialmente la magnífica Amanece, que no es poco (1989). En ellas desarrolló un género personalísimo, una suerte de surrealismo de corte rural. Películas muy alejadas de lo convencional, poco comprendidas en su momento por el gran público, pero que le valieron el estatus de director de culto.
Años después, Cuerda ha recuperado el espíritu de esa trilogía con Tiempo después, una película coral que -como ya lo hizo en su día- cuenta con un amplio reparto de actores y cómicos.
Me resulta difícil explicar la mezcla de emoción e intriga con la que me senté a ver la película. Amanece, que no es poco ha sido siempre mi película nacional preferida, un número uno indiscutible en cualquier lista. Vamos, que formo parte del colectivo conocido como Los Amanecistas.
Desde el principio, los paralelismos son evidentes. Daniel Pérez Prada encarnando a un guardia civil de acento extranjero (que hacía pensar inevitablemente en el Gabino Diego de Amanece, que no es poco), la singular locuacidad de todos los personajes, la propia presencia de Gabino Diego haciendo de Rey…
Pero no pasaron ni unos minutos y quedó claro que Tiempo después era una obra singular, muy especial. Con muchos de los ingredientes que todos adoramos de Cuerda, pero con muchísimo más.
Un año absurdo del futuro. El mundo ha quedado reducido a dos comunidades aisladas. La primera es un edificio emblemático donde están representados todos los estamentos de la sociedad. La segunda está formada por los parados, los parias, los desheredados, los marginados, que viven en un descampado. La normalidad quedará quebrantada cuando un miembro de la segunda comunidad intente entrar en la primera.
A partir de aquí empieza una espiral de confrontación y absurdidad que no puede acabar bien. Y no acaba bien.
Al verla, no pude evitar trazar cierta conexión con Highrise, la espectacular adaptación que hizo Ben Wheatley de la novela de J.G. Ballard.
Hay momentos realmente brillantes, con muchísima poesía, con discursos ideológicos demoledores y con críticas descarnadas a pilares de la sociedad patria como la Iglesia, la Monarquía y el Capitalismo.
Por mucha comedia que sea, Tiempo después acaba destrozando al más optimista. Es un baño de realidad salvaje. Y tras dos horas de risas, de emoción y de perplejidad, sales del cine con la certeza de que es el mundo el que se está riendo de ti. Y es una sensación atroz.
Un aplauso a José Luis Cuerda por atreverse a realizar semejante engendro. Una verdadera obra maestra escrita con mentalidad no de cómico sino de poeta, de filósofo, de crítico social. Una película necesaria de un personaje necesario. Gracias.