Te dije que no la vieses I: ‘Holmes & Watson: Madrid days’ (2012), de José Luis Garci
…y me llevó hasta ella la curiosidad, el recochineo sistemático, la búsqueda obsesiva de lo inencontrable. Porque aunque todos mis colegas esbozaban una sonrisa condescendiente al escuchar el título, lo cierto es que pocos reconocían haberla visto de verdad. ¡Sólo referencias de oídas! “¿Te acuerdas de Paco, aquél que se sentaba en la penúltima fila en los pases de prensa? Ese sí que la vio. Y luego… no sé, macho. Nunca más se supo”. ¿Casualidad o infausto sino? ¿Pesaría sobre ella alguna maldición gitana? ¿Qué secreto escondía la machada del director de Asignatura pendiente? ¿Completaría algún día su trilogía de El crack? Y la verdadera pregunta del millón: ¿cuántas novias menores de treinta años había tenido pasados los cincuenta?
Así que con la excusa de la sherlockmanía que se avecinaba (el rodaje del especial de Navidad como prólogo a la cuarta temporada de la ya mítica serie británica interpretada por Benedict Cumberbatch y Martin Freeman, así como el añoso Mr. Holmes de sir Ian McKellen) decidí llenar otra de mis lagunas trash. Tener el valor de adentrarme en la oscuridad… ver lo que pocos habían tenido el coraje de ver. La última película, hasta la fecha, de José Luis Garci. ¿Quién dijo miedo?
La cinta empieza con una cita de Borges, “así que no puede ser tan mala”, me digo a mí mismo. Y asegura basarse en los personajes de Arthur Conan Doyle…. y es cierto: Watson es doctor y Sherlock toca el violín (claro que los parecidos se acaban ahí). Garci vuelve a hacer gala de su polifacética comprensión del hecho cinematográfico: guionista, montador, productor y director. Qué tío.
Irene Adler –la pareja sentimental (o no) del inquilino vitalicio del número 221B de Baker street- va por ahí cantando la Traviata, Carmen y otros hits del repertorio clásico. En su camerino se encuentro con un Holmes políglota, que le pone al día de la nueva boda de Watson (excusa para un plano secuencia que nos lleva desde el espejo donde ella aguarda hasta el biombo donde se cambia, con regalito de tetas en los primeros diez minutos de proyección. Una fórmula infalible desde los tiempos de Esteso y Pajares. Si funciona, ¡no lo toques!)
Interiores con voluntad de “casa museo” (a mayor gloria de Gil Parrondo) y escasísimos exteriores que… que también parecen falsos, de estudio aún sin serlo. Descubrimos que Holmes –que cuando dice palabras en inglés las dice con acento del bueno, para que se vea que no es de aquí- sueña con crímenes que suceden en otro país, ejecutados con un modus operandi que le recuerda a… si, a los de Jack el Destripador. No tardará en llegar a la concusión de que el inconsciente es muy importante y de que no estaría nada mal una interpretación de los sueños (Freud no fue el primero en verlo venir).
Garci empieza a dejar su inconfundible sello. Porque sólo él es capaz de hacerle decir a Holmes que hay que hacerle los honores al plato nacional –fish & chips– y encadenar con una pintura negra de Goya.
La nueva señora Watson dejará que su maridito se vaya de aventuras a los Madriles, argumentando que “nunca va a ser un obstáculo para sus pasiones”. Todo ello en una escena de cama donde nos queda claro que ella es muy moderna (o esa idea de la modernidad femenina que maneja el realizador madrileño). Y es que así da gusto.
Interrogado sobre el país al que se dirigen por su partenaire, Holmes entra en alta filosofía, equiparándolo en exotismo a la India o al Japón. “Los toros, el flamenco…” Entra un revisor canturreando La marcha turca de Mozart –eso nos lo dicen los dos británicos, que son muy cultos; esa manía de revelar las referencias “elevadas” tan de JLG- para mostrarnos la idiosincrasia de los paisanos. A continuación, diatriba en defensa de la tauromaquia, para terminar asegurando que “España también es una droga”. (Madre mía. Esto va a ser muy duro).
Los asesinatos se suceden entre retablos costumbristas: chulapas, recepciones del embajador (en la que declina participar en una partida de caza aunque indica, sagazmente, que “la vida es lo más parecido que tenemos a una cacería”), ministros timados por empresarios… en fin, el día a día de la capital. El avispado Sherlock se pasea por los escabrosos escenarios de los crímenes y en uno de ellos encuentra… ¡un trozo de marfil de un cuchillo de fabricación inglesa! Elemental. También le da tiempo para tratar de modernizar los usos y costumbres patrios, sugiriendo artículos de The lancet a médicos forenses, la contratación de mujeres policías (aunque las mujeres “acarreen toda clase de problemas” (sic)) y desaconsejando comisiones parlamentarias. Un hombre de su tiempo (lástima que Garci no lo sea del nuestro).
Más escenas de cama a lo matrimoniadas. Un plumilla (Josito Alcántara) con una cabaretera y Sherlock con la Irene, que anda de gira por Madrid. Continúa también el pormenorizado análisis de la mujer del XIX, que en palabras de la supuestamente “adelantada” Adler necesitan de alguien “que les quite el miedo por las noches contándoles cuentos, que nos arrope. Alguien que nos proteja, sobretodo de nosotras mismas. Las mujeres cambiamos de humor de repente porque somos mujeres (…) que lloramos sin motivo y que cuando el sol se va nos sentimos solas… y cuando sale también”. Ajá. Al menos no hay mención directa a la regla. Todo muy elegante, sí.
Las reuniones de sociedad se suceden. Watson sigue tirándole la caña a todas las despechugadas con las que se topa, mientras asistimos a un homenaje al maestro Isaac Albéniz, compositor egregio interpretado por… por el ex–ministro de obsesiones religiosas Alberto Ruiz-Gallardón (por lo visto era un antepasado suyo). También sabremos de Benito Pérez Galdós, buen conocedor de los recovecos de la ciudad a resultas de su laxa etapa universitaria. Vamos, como lo que hizo Woody Allen con la Belle Époque en Medianoche en París (2011) pero con (todavía) menos gracia. Y mientras tanto, Sherlock sigue en plan Séneca (“el futuro es un invento de los vencedores”) y profetizando obviedades (“se aproxima un siglo de guerras”. De verdad, ¿Garci?). Ah, y soltando lindezas machistas; verbigracia: disuade a su compañero de buscar la compañía de una mujer argumentando que sería como “añadir niebla al paisaje”. ¡Ah, menudo Don Juan! ¡Tú si que sabes, gañán!
Finalmente nos quedamos con las ganas de saber quién es el asesino y tal. Porque detrás de todo esto hay poderes fácticos que conspiran desde muy alto, fuerzas oscuras, políticos corruptos… hasta el mismísimo Scotland Yard, mire usted (es como True Detective, sí. Pero con un sosías de Gabino Diego haciendo de Matthew McConaughey).
¿Por qué no debe verse Sherlock & Watson: Madrid Days? Pues porque son casi 130 minutos de tu vida. Porque posiblemente estemos ante el Sherlock Holmes menos carismático de la historia del cine. Y porque la dramaturgia viejuna que maneja su oscarizado director –y que, continuamente, nos remite a “otra” escena supuestamente clásica a la que pretende homenajear- acaba derrotando al más bragado de los espectadores. No, no es una cuestión de paciencia. Es una cuestión de falta de ritmo, de personajes sin rumbo moviéndose en interiores teatrales, de recursos sonoros de programa radiofónico de bajo presupuesto (campanadas a lo lejos, truenos en las escenas cumbre…) y de revisionismo histórico de baratillo.
Pero, ¿de qué te sorprendes? ¿Acaso no te dijeron que no la vieses?