‘Sobre el globo de plata’, de Andrzej Zulawski. Filosofía, histerismo y censura en la Europa del Este
“¿Somos los últimos en tener el poder o los primeros en estar indefensos?”
En cierta plataforma de la cosa puede verse estos días la malditísima Sobre el globo de plata (1988), una película que hubiese sido una aportación capital a la ciencia ficción de no haber sufrido el placaje inmisericorde de la censura.
Cuenta la leyenda que un funcionario de infausto nombre y fugaz recuerdo quedó horrorizado tras revisar lo que se llevaba filmado (que no era poco: casi cuatro quintas partes del total), tachando de inmediato al filme de “atentado contra el régimen socialista” (bueno, yo tampoco entendí gran cosa pero no por ello busqué autorías terroristas) y “por criticar regímenes dogmáticos” (sin comentarios. Freud hubiese disfrutado con este censor esquizofrénico). Total, que se le retiró la subvención y se quedó ahí empantanada (hablamos de 1977, la fecha de estreno de La guerra de las galaxias, con la que guarda tanta relación como un Welles con un Amenábar) hasta su estreno definitivo e imaginativo 11 años más tarde.
Y digo imaginativo porque más de 30 minutos de las 2 horas 45′ que conformaban el metraje “definitivo” de la versión festivalera para Cannes ’88 estaba constituido por lecturas / interpretaciones sobre el guión original, mientras las imágenes nos remitían a la Polonia contemporánea y democrática (pasajeros saliendo del metro, plazas públicas, fluir de multitudes anónimas). Pensad que este era un proyecto muy querido por el realizador polaco: adaptaba ni más ni menos que la Trilogía lunar escrita por su tio-abuelo Jerzy Zulawski a principios del siglo XX, cuando hablar de ciencia ficción todavía era sinónimo de Julio Verne y poco más.
No he visto mas que cuatro películas de este director y todas tienen elementos temáticos muy distinguibles: amor arrebatado, personajes-orates, sensación de trascendencia en el fracaso. Lo importante es amar (1975) es la obra que le hizo ganar prestigio internacional, quizás también la más incuestionable y la que le permitió volver a filmar a su país por la puerta grande. Recomendaros, sobre todo, esa última película con la que se despidió de este mundo (Cosmos (2015)), un compendio de extrañezas y desosiego existencial.
Sobre el globo de plata arranca con dos astronautas recibiendo un extraño presente de los lugareños: un módulo de transmisión diseñado hace medio siglo y que contiene las grabaciones que veremos en la primera mitad de la película. En realidad, estos “alienígenas disfrazados de árboles”, tan abnegados como amenazantes, parecen retener a nuestra pareja en una mansión abandonada, quintaesencia decadentista.
Para visionar el contenido de la sonda se dirigen hasta un laboratorio enterrado, en un paisaje yermo que continuamente nos recuerda a una especie de Tierra arrasada (hasta tal punto es así que no pueden estar mucho tiempo en el exterior sin la preceptiva escafandra).
Así es como sabremos de la odisea de otros exploradores de mundos estrellados, de Tierras alternativas. Cuatro son los supervivientes que aparecen en las grabaciones: debatiéndose entre la fiebre y el subidón por la falta de oxígeno (es un suponer), les da por soltar peroratas sobre lo divino, lo humano, la dualidad, la libertad, la guerra y todos los lugares comunes desde Sócrates a Marx. En fin, como estar rodeado de argentinos, pero sin un partido de fútbol inminente que te libere de su compañía.
El tiempo empieza a transcurrir muy de prisa. Se suceden las generaciones, todas nacidas a partir de esta población primigenia. La cámara, a manera de diario, ilustra el desencanto, la formación de otra sociedad imperfecta y viciada. Asistimos también al nacimiento de una teosofía, con sacerdotisas, “actores” que hacen suyo el padecimiento ajeno, ritos e hitos arquitectónicos erigidos a mayor gloria de… de lo desconocido.
El resultado es una mezcla del poblado en el que se hacía fuerte el traumatizado Kurtz de Apocalypse Now, El señor de las moscas con sus juergas nocturnas, fumada jodorowskyana y Holocausto canibal selenita: lodo, crueldad, chamanes y sacrificios. Los descendientes del primer hombre (a todos los efectos, el Dios Padre) no están muy satisfechos con su legado… hasta le culpan por su aparente inmortalidad.
La tecnología, la sed de conocimientos o la necesidad de importar el odio les lleva a los habitantes de lo que definitivamente parece una península a posar sus ojos… en el istmo, isla o vaya usted a saber qué trozo de tierra más cercano. A aventurarse a la mar y volver más bien acojonados; porque los supervivientes de la expedición hablan de grandes asentamientos, de monstruos de alas negras con un único ojo en mitad de la frente (más tarde sabremos que se llaman Sherns y que también se encuentran en franca decadencia).
Toda esta información fragmentada, toda esta historia antes de la historia, es la que el único y avejentado superviviente original, Jerzy, devuelve al espacio rumbo al planeta en el que estábamos al arrancar el filme. Así es como conoceremos que existen una Vieja Tierra -lo sabremos gracias a la voz en off del propio Zulanski-, pero que lo que se impone es ir a ese extraño lugar donde Dioses y hombres se confunden.
Marek es el nuevo náufrago espacial, venido de no se sabe dónde y alunizado vaya usted a saber en qué lugar. ¿Su misión? Buscar a aquellos humanos igual de perdidos que él mismo.
En realidad lo tiene fácil, porque le andan esperando. Los Hermanos de la Espera, adoradores de aquél misterio original encarnado por el astronauta conocido por el nombre de Jerzy, han creado una religión que como todo culto… pues aguarda el milagro. Y él, joven y ufano, va a ser el Salvador, le guste o no. El que los liberará de aquellos bichos alados y furibundos que descubrieron en mala hora surcando el mar equivocado.
Las generaciones post-humanas han sido fecundadas por sus opresores alados y el camino de la liberación es sangriento y endogámico. Los liberará Marek ‘el Elegido’ y un sumo sacerdote que no parece más que una degeneración de aquellos actores de antaño, convencido de sus dones “de interpretación” y emergiendo de las catacumbas en la que se refugiaron durante siglos, superando adversidades tales como “sectas de suicidas y flagelantes, poetas e iconoclastas”.
La llegada del libertador, empero, seguirá un esquema bien conocido, incluyendo el martirologio. ¿Estamos condenados a caer en la autarquía y el fanatismo religioso tanto en este mundo como en el situado más allá de la galaxia conocida?
La sensación que transmite el estilo de filmación adoptado -cámara subjetiva, cercanía a los protagonistas, constantes travellings circulares- es ciertamente agobiante. El espectador se ve forzado a bajar a pie de playa con los protagonistas y acompañarles en una odisea metafísica que más que al cine de Tarkovski remite a la también recientemente redescubierta Qué dificil es ser un Dios (Alekséi Yúrievich Guerman, 2013). Ambas tenían como maestros de ceremonias a personajes megalómanos, con la fuerza de voluntad suficiente como para destruir mundos.
La película está repleta de monólogos grandilocuentes, de angustiosas declaraciones a cámara en las que se pueden escuchar frases como “cuando un hombre nace, el padre le otorga semillas de todas las posibilidades” (esteee… ¡guau!). “El alma no reside en el cerebro, sino en la Forma”. O “aquí todo es como en la Tierra. El mismo caos, la misma ausencia de verdad”. O mis dos favoritas: “al final, toda reacción a la fisiología es el fascismo del alma” y “los indefensos son fuertes, los buenos son malos, la belleza está en los gusanos” (no sé qué te has tomado pero no me importaría probarlo, bro).
Fuera bromas: Sobre el globo de plata es una experiencia cinéfila extraordinaria. De acuerdo que funciona a trompicones, interrumpida cada poco por esas lagunas de metraje donde se verbaliza lo que debió de filmarse. Y no os voy a engañar: por momentos os desesperará tanta diatriba elevada, tanto tormento del alma, tanto manifiesto parlado. Incluso es más que probable que os perdáis por alguno de sus vericuetos, de sus caminos asfaltados en dos direcciones. Pero de pronto, eclosionará una nueva escena poderosa narrada en primera persona: un encuentro amoroso, una batalla perdida de antemano, una pasión según san Zulawski. Y pensaréis: “demonios, el cine era esto”.
Rodar a la desesperada, contra el presente.
Muy buen post. Coincido por completo en todo lo que escribes, en especial en el último parrafo. No es una gran película, no se disfruta mucho ni es divertida pero… Visualmente es muy valiosa. Y tiene algo que… Me ha hecho obsesionarme un poco. A la vista esta que si no no habría llegado a este post. Y eso que la vi hará ya varias semanas.
Vale acabo de ver que el post es del 20 de enero. Entiendo que has visto la película en Filmin a raíz del reciente estreno en la plataforma.
cine en estado puro, distinta como ninguna ,agobiante ,excesiva, original, ambicósa, y diferente a cualqúier fílm.
una experíencia cinematografica.
lugares naturales brillantes, y una camara protagonista siempre,testigo de que vivimos con escenarios y puestas de vestuarios espectaculares.