Pussy Riot: Riot Days en la Sala Apolo

El sábado pasado, mientras soportaba a las dos bandas teloneras (el aburrido folk-punk de New Day de la ex-Dover Amparo Llanos y el electro-guitarrismo trasnochado de Pop Killers), intentaba hacerme una idea de cómo iba a ser la actuación de Pussy Riot. Tenía claro que la mayoría de la gente que nos habíamos concentrado en el Apolo no estábamos allí por la música, sino por interés cultural, por activismo político o por morbo.
No había querido investigar sobre lo que hacía el colectivo Pussy Riot en esta gira, para no hacerme un spoiler a mí mismo. En mi mente se formaba una imagen borrosa en la que se fusionaba el ruido canalla de su famosa plegaria punk (que ejecutaron en la catedral del Cristo Salvador en el 2012, actuación que desató todo el escándalo) con la música de corte más electro-pop de sus últimas creaciones, como Make America great again o Police state.
Y entonces ocurrió esto…
Un grito rompió el silencio, seguido por una trompeta incisiva y unos teclados inquietantes. Ritualmente salieron al escenario los miembros del colectivo que están haciendo la gira de Riot Days. Primero dos, luego los otros dos. De las dos activistas más conocidas del colectivo Pussy Riot, Nadezhda Tolokonnikova y Maria Alyokhina, solo estaba la segunda.
En seguida comprendí que no iba a ser un concierto de punk, sino otra cosa. En el escenario había cuatro micros, unos teclados y un kit de batería minimalista. La estética era un poco más sobria que la imagen clásica de mallas de colores y pasamontañas que habían lucido en la iglesia.
Maria Alyokhina fue la encargada de empezar. Inició un discurso agitado e imparable, acompañada por los coros de sus compañeros. Detrás de ellos, una proyección de fotos y vídeos ilustraba lo que estaban diciendo. Afortunadamente, con subtítulos en castellano para comprenderlo todo.
La actuación entera siguió esa dinámica. Hubieron cambios de vestuario, bailes y algunas variaciones más, pero la constante de la noche fue que la estética y la música no eran más que un envoltorio, y que el foco estaba puesto en el mensaje. Un mensaje de protesta, de lucha, de reivindicación.
El espectáculo Riot Days no es tanto un concierto como una mezcla de performance, documental y acción política. Es un espectáculo que logra ser profundo sin dejar de ser ameno y divertido. El contenido se basa en el fenómeno Pussy Riot en general, en la situación rusa, en las consecuencias que tuvo la famosa actuación en la catedral y en los orígenes, la historia y el sentido del movimiento Pussy Riot. Un movimiento tan incisivo como necesario, que pone constantemente en tela de juicio el régimen de Putin con sus acciones, que suelen ir acompañadas de penas de cárcel.
Todo ello se explica con detalle en el libro de Tolokonnikova, que esta semana ha reseñado mi compañera Anabel. Podéis leerlo aquí.
El espectáculo resultó ser fascinante de principio a fin. Cuando los cuatro activistas desaparecieron del escenario, intercambié una mirada con varias personas de las primeras filas. Nadie sabía muy bien lo que acababa de ocurrir. Pero una sutil sonrisa se esbozaba en nuestros labios. Una sonrisa de comprensión.