Primavera Sound: música para “revenants”

El Fórum de las Culturas fue, para quienes no lo experimentaron, un intento entre frankensteniano y faraónico, entre pijo y enciclopédico, de aunar cultura y diversión, movimientos asociativos y discursos políticos y, sobretodo, de arropar / dar carta de residencia / camuflar una gran estrategia urbanístico inmobiliaria en el Lejano Este Barcelonés. De aquel evento de 2004 podemos recordar un par de notables exposiciones sobre urbanismo y ecología, la fantasmal presencia de algunos guerreros de Xian, algún destacado espectáculo de calle y un puñado de grandes conciertos, hoy desvanecidos en el tiempo. Queda, mucho más sólido, un barrio en el que sólo unos pocos pueden vivir y que se miran con temor los vecinos del otro lado de la nueva Diagonal. Queda un par de jardines y un Shopping Center que llenan aquellos que antaño tuvieran sus barracas en aquellos territorios. Y queda, sobretodo, como una inmensa cicatriz, un extraño espacio híbrido, un no lugar de calles de cemento, miradores que no dan a ninguna parte, espigones que no protegen playa alguna, un auditorio infrautilizado y un parking para yates de lujo frente a uno de los barrios más degradados de la zona metropolitana.

El Fórum de las Culturas es, básicamente, un espacio de espectros. Un reducto de fantasías no realizadas, de actos basados en proyectos no empezados. Y, tal vez simbólicamente, se llena una vez al año, como si los fantasmas de hace una década tomaran sus espacios en una ceremonia de la confusión. Una vez al año, durante tres noches, cientos de miles de espíritus buscan en estos espacios inertes una razón de ser, algo que justifique su existencia. Llegan a cientos, a miles, en bandadas, en olas, arrastrados desde más allá de nuestros confines, vestidos con ropas dignas de un nuevo Fórum de las Culturas. Y rinden pleitesía a sones heterogéneos, mezclados, bastardos…

El pasado viernes el sol cubría Barcelona. Pero no calentaba. Una espesa niebla se deslizaba sobre la sierra litoral, ocultando el horizonte, amenazando con liberar abominaciones de todo tipo, y fue cercando el espacio del Fórum. Entre la niebla y el mar las frías avenidas empezaron a dominar a sus habitantes. Como en un Brigadoon fantasmal, la música empezó a sonar, para que sus habitantes cobraran vida, para que una vez al año se sintieran a sí mismos. Y se podían escuchar voces que imitaban con precisión tono y timbre de cantautores americanos de hace medio siglo, rockeros malditos cuya locura les impide cantar sus propias bellas melodías, desconcertadas bandas africanas que ponen banda sonora a las ensoñaciones de directores de cine y directores de cine embrujados por agónicos sonidos de distorsionadas guitarras,… Y al final de la noche, a la luz de una luna glacial, embutidos en chaquetas y capuchas, en capas y sombreros, viejos que pretenden ser jóvenes y jóvenes que pretenden ser viejos pretendiendo ser jóvenes, danzan juntos las rimas de un grupo que se desvaneció una década atrás…

Unas horas breves. Unas horas de recuerdo de otras épocas. De alucinación colectiva o de goce de los espejismos. Más tarde, a la luz del día, todo desaparece. Todo, excepto la melancolía por lo que fue y por lo que no fue. Todo, excepto los espacios de cemento y las plazas vacías.

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