Jarmusch, años ochenta

“Nada es original. Roba de cualquier lado que resuene con inspiración o que impulse tu imaginación. Devora películas viejas, películas nuevas, música, libros, pinturas, fotografías, poemas, sueños, conversaciones aleatorias, arquitectura, puentes, señales de tránsito, árboles, nubes, masas de agua, luces y sombras (…) La autenticidad es incalculable; la originalidad es inexistente. Y no te molestes en ocultar tu robo, celébralo si tienes ganas” Jim Jarmusch

En el profético plano final de Permanent vacation, Manhattan restaba al fondo de la estela dejada por un transbordador que parecía alejarse de los rascacielos con cierta reticencia, rondado por gaviotas que planeaban en pos de algún regalo inesperado. La machacona banda sonora –un aquelarre de carillones por momentos insufrible- era contrapunteada por el fraseo principal de Somewhere over the rainbow. Jarmusch, en 1980, hacía emigrar (¿huir?) a su protagonista cuasi adolescente a la vieja Europa donde él mismo tendría que acabar recalando, tres décadas después, para lograr financiar sus proyectos.

Cuatro fueron las películas rodadas en la década de los ochenta por el cineasta de Ohio. Permanent vacation (1980), Stranger than paradise (1984), Down by law (1986) y Mystery train (1989). Una etapa formativa que se caracterizó por el económico rodaje en interiores, la generosa presencia de músicos metidos a actores y la constante reivindicación del lobo solitario, de la independencia como aquél valor absoluto manejado por alguno de sus mentores (Nicholas Ray, sin ir más lejos) y otros muchos de sus contemporáneos que acabarían pasando por almas gemelas (Aki Kaurismäki).

Sin embargo Permanent vacation, su ópera prima, poco permitiría adivinar sobre su incuestionable talento, ampliamente desarrollado en Down by law, Dead Man o la reciente Sólo los amantes sobreviven. Es una cinta mediocre, pobremente interpretada y con un guión ampuloso y chirriante. Logra cualquier cosa menos ser lo que pretende: una manifestación contracultural. Al protagonista –un mocoso afectado que se pasea por las calles de una Nueva York bombardeada y poblada de orates- se le hace parafrasear a James Dean o decir cosas tan inéditas y hondas como que “todos estamos solos”, mientras no cesa de repetir que lo suyo es vivir al día, que desprecia cualquier tipo de seguridad.

pv

Comparte apartamento con una sufridora anclada a la ventana del cubículo, como una de aquellas mujeres ausentes de los cuadros de Edward Hopper. Pero a él lo que le gusta es patear, perderse por las ruinas resultantes de una guerra que no sabemos si ha acabado y tener encuentros reveladores en cineclubs donde proyectan spaghetti westerns de Sergio Leone. Permanent vacation era un amago de su cine –no llega a ensayo general- y aún así ya se palpa cierta sensación de abandono (¿la inminencia de un desastre llamado a modificar de manera irreversible las relaciones humanas?)

Los primeros fotogramas de Jim Jarmusch incluyen a un hombre tocando el saxofón en una esquina de Nueva York ante la aparente indiferencia de una multitud que se desplaza mecánicamente, sin reparar apenas en él. Uno de tantos artistas del hambre que poblarán sus historias, salpicadas de extranjeros que no pretenden encajar y mujeres que se cuelan de hombres alelados.

Extraños en el paraíso (Stranger than paradise, 1984) es otra obra con personajes maniatados, con miedo a salir ahí fuera. Con miedo hasta de hablar su propio idioma, abrazando “lo americano” como un todo intangible. Una mala vida –por mucho que uno tenga que aparentar que le va bien- que aflora sin maquillaje posible cuando un familiar lejano se persona en la tierra prometida.

Llegamos así al mejor título de la década: Bajo el peso de la ley (Down by law, 1986). Un extraño punto de encuentro que reunió a un incipiente –y muy hilarante- Roberto Benigni, a uno de los cinematógrafos vivos más venerados (Robby Müller, que comparte olimpo con Vittorio Storaro tras la reciente desaparición de Gordon Willis) y una ayudante de dirección dispuesta a absorber el oficio como una esponja: Claire Denis.

down-by-law-1986-02-g

El resultado es una comedia con regusto amargo –uno de los géneros predilectos de su director-; un presunto drama carcelario convertido en huída existencialista. Nueva Orleans, dos falsos culpables (Tom Waits y John Lurie, víctimas de sendas celadas) y un homicida confeso (Roberto Benigni, un tipo con una extraordinario puntería a la hora de lanzar bolas de billar). Down by law es un jalón inolvidable en su filmografía desde sus mismísimos títulos de crédito a base de travellings laterales por el centro y las afueras de la ciudad, dejándose arrastrar río abajo o en las márgenes de un cementerio, veinte años antes de quedar atestado por el Katrina.

Müller consolidaría un prestigio que le llevaría a trabajar lejos del monopolizador de Wim Wenders, con Barbet Schroeder (El borracho), Lars von Trier (Rompiendo las olas y Bailar en la oscuridad) y en dos de las obras mayores del propio Jarmusch (Dead man y Ghost Dog: el camino del samurai); la Denis nutriría (todavía más si cabe) su imaginario noir y Benigni compartiría reparto con su futura mujer, Nicoletta Braschi. Un ’win win’ en toda regla.

La década terminó para Jarmusch con un pasaje a Menphis, que no es la India pero puede resultar igual de exótica para un habitante de Yokohama. Fue la primera película en la que no aparecía el polifacético John Lurie, que sí que compuso varios temas para la banda sonora. Un tren misterioso que dejaba o recogía a sus pasajeros (unos japoneses en plena peregrinación mitómana, mujeres en plena crisis personal –por ruptura o deceso del susodicho-, tres tipos con una mala noche por delante), yendo todos a coincidir en un hotelucho de mala muerte regentado por una pareja impertérrita e inasequible al desaliento. Una madrugada desafortunada con Blue moon sonando en la emisora local, un despertar esperanzador e, inopinadamente… el sonido de un disparo. No le hacía falta mucho más a su director para hacer de Mystery Train una agradable aventura por una ciudad en deconstrucción, con todos los símbolos de las glorias pasadas –haber sido la cuna de Elvis, contar con uno de los estudios de grabación más míticos- amenazando derrumbe.

Mystery_Train_2

La ironía rezumaba en el rostro recurrente de ‘el Rey’, substituto del crucifijo en todas y cada una de las habitaciones. O en la frase recurrente que parece servir para medir la “calidad” de una pernocta (“vaya pocilga, ¡pero si no tiene ni televisor!”). Sin olvidar a esa italiana –Nicoletta, otra vez- tratando de repatriar los restos mortales de su marido, buscando un lugar tranquilo donde terminar de leer su libro y tropezando una y otra vez con gente que le da conversación para acabar pidiéndole dinero (esa sensación de mercadeo emocional que tiene al principio todo recién aterrizado en los EEUU).

La galería de héroes del primer Jarmusch está compuesta por niños-hombre con un elevado concepto de sí mismos (Permanent vacation), exiliados incapaces de enfrentarse a su innegable fracaso (Extraños en el paraíso), presos a la fuga que acabarán enamorándose o delinquiendo en otro Estado (Bajo el peso de la ley) y náufragos empeñados en revivir el mito y los neones del sueño –aquí duermevela- americano (Mystery train).

Cuatro películas imprescindibles para entender el estilo y las intenciones de un raro emérito y canoso que acaba de entregarnos un romance vampírico genuinamente fatal.

You may also like