Diez cosas que haré en el D’A 2019

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Vale, ahí va lo principal: el D’A ya ha arrancado y durará hasta el 5 de mayo, la sede principal -¡con cuatro pantallas!- queda radicada en los “otros” Aribau (R.I.P. Aribau Club), muchísimas secciones, 86 largometrajes, más jurados que en un episodio de The Good Wife y más premios -en especias y con pasta gansa- que en un campeonato de petanca. De momento, en la inauguración ya pudimos constatar que Louis Garrel da asco de lo guapo que es, sí, pero es que además tiene madera de showman. Vaya familia, oiga. Sólo les falta… ¿concursar en Supervivientes?

¿Que qué ver? Amigos, ese es vuestro problema y este año, creedme, vuelve a ser un pedazo de problema. Si tenéis algo de criterio os buscaréis la vida (https://dafilmfestival.com/es/). De lo contrario, aquí nos tenéis a nosotros dispuestos a ejercer nuestra prerrogativa digital: realizar juicios apriorísticos de casi todo. Así que allá vamos, a pelo: decálogo de intenciones para esta novena entrega del festival de festivales de Barcelona.

1.- Amar / odiar a Hong Sang-soo. Un festival es un sitio donde gente que presume de estar bien informada se dedica a perpetuar sus fobias. Y por eso, antes de verlas, ya te dicen lo que puedes esperar de tal película o tal autor. ¿Cómo es posible? Pues porque lo han leído por ahí / tienen un amigo que la vio en Locarno / el cartel de la película les resulta revelador o -y esta es mi preferida- no les gustan los directores de cierto país con apellido compuesto.

Sang-soo, obsesivo compulsivo, nos trae este año una dupla: Grass y Hotel by the river. Muy premiadas, muy temidas. Así que la tendremos a costa del coreano, porque nos gusta y porque nos divierte. Y porque a unos les encantará el eterno retorno, los monólogos etílicos y la metafísica de lo cotidiano. Y otros odiarán el déjà vu inane y las repeticiones que quieren ser epifanías a pie de playa. ¿Vas a irte sin unirte al akelarre?

2.- Hacer cola en la Filmoteca para devolver unas gafas 3D. Que sí, que el invento no es patrimonio exclusivo de James Cameron. Casi una década después de su enésima presentación en sociedad, las tres dimensiones continúan tratando de obtener reconocimiento arty, aunque sea difícil sustraerse a la sensación generalizada de gran bluff (ok, los mismos que se ponen a rajar sin freno caen de hinojos si la frivolidad la firma Godard. Y lo sabes).

Si en 2016 nos rendimos ante una de las óperas primas más apabullantes de la década (Kaili Blues, por supuesto), ahora es el turno de la segunda de Bi Gan: Largo viaje hacia la noche. Estilizada, narcótica, con otro plano secuencia maratoniano y en 3D al 50%. Un must total.

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3.- Pasarme el primero de mayo viendo una película de cuatro horas. Es una tradición, compañera, compañero y compañón. ¿Costumbre pequeñoburguesa y heteropatriarcal? A buen seguro. Pero no nos juzguéis: somos víctimas del sistema… bueno, de los hacedores de la parrilla del D’A, empeñados en contraprogramar la lucha obrera con cintas-convoy que te permiten identificar nuevos músculos atrofiados de tu región sacra (hacia el minuto 200, aproximadamente).

4.- Lav Diaz, musical y en blanco y negro… esto es bien. El hombre que susurraba cosas obscenas a los montadores vuelve a demostrarnos que aunque necesite el doble de tiempo que los demás, también es el doble de bueno que la mayoría. Season of the Devil promete momentos resplandecientes, cabezadas inconfesables y sensaciones sublimes salpicadas de abundantes consultas al reloj. Lo que viene siendo un Lav Diaz, vamos.

5.- Echarme unas risas con Butterflies y Coincoin et Les Z’inhumains. Porque no vamos a ir a los Aribau sólo a “de sufrir”, oiga usted. En estos diez días hay espacio para la animación, la ciencia-ficción, el ensayo y… sí, la comedia. Turca y francesa, concretamente la segunda temporada de El pequeño Quinquín (¿quién ha olvidado la escena del entierro?) firmada por Bruno Dumont, con un reparto que vuelve a parecer sacado de un cuadro de El Bosco.

6.- Ejercitar la cinefilia con la Cold Lands de Iratxe Fresneda. Atención al argumento: un ejercicio de arqueología cinematográfica que explora desde el territorio Bergman a las ruinas de decorados de superproducciones hollywoodenses. No sé a vosotros, pero a mí me basta.

7.- Maldecir a los franceses por gustarse tanto. El desembarco galo de este año vuelve a ser de órdago, incluida la retrospectiva a Christophe Honoré. El cine más rompedor volverá a presentarse envuelto en la tricolor: Paul Sanchez est Revenu! (Patricia Mazuy, 2018), Los hermanos Sisters (Jacques Audiard, 2018), Bêtes Blondes (Alexia Walther y Maxime Matray, 2018), Sophia Antipolis (Virgil Vernier, 2018) o L’île au Tresor (Guillaume Brac, 2018).

8.- Que vivan las distancias cortas. Que ya está bien de tanta peliculita con voluntad de peplum junta-telediarios. El cine puede alcanzar cotas de genialidad en 10, 15 o treinta minutos. Y para muestra, los 28 cortometrajes y mediometrajes del Impulso Colectivo de este año. Dejaos sorprender en sesiones heterogéneas y libérrimas.

9.- Convencernos de manera fehaciente de que el mundo se va a la mierda (y eso sin saber los resultados de las elecciones). Para ello nos bastará con ver el documental Anthropocene: the Human Epoch, un tratado sobre la iniquidad humana a vista de pájaro. La capacidad depredadora de la plaga más exitosa del planeta presentada como un himno hiperesteticista de locura y destrucción.

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10.- Por sus obras los conoceréis. ¿Qué ha sido de ese director que tanto te ponía a principios de siglo? ¿Y cuándo vuelve a filmar menganito, el mismo que te dejó flipando hace n ediciones con aquella del niño lobotomizado que cantaba coplas de Antonio Molina? Pues no lo sé, pero sí que sé de unos cuántos que difícilmente os decepcionarán: ¿acaso pueden haber hecho algo malo la Rita Azevedo de La venganza de una mujer (2012), el Joachim Lafosse de À perdre le raison (2012), el Andés Duque de Oleg y las raras artes (2016), el Ben Wheatley de High-Rise (2015) o el Peter Strickland de The Duke of Burgundy (2014)? Sí, todos ellos traen nueva película a este D’A 2019.

No, no es un festival para gente inteligente (la prueba fehaciente es que yo lo frecuento). Dejémoslo en un espacio para redescubrir y regodearse en la diferencia, toda una anomalía en estos tiempos de sistematización algorítimica. Y que si lo que queréis es más de lo mismo, tampoco pasa nada… siempre os quedan los Verdi y su romería de películas casi tan buenas como los libros en los que se inspiran.

Casi, casi.

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