De lo irreal en el arte. De los planes estatales a la inteligencia artificial

Tres exposiciones o certámenes, tres cuestionamientos militantes. Disquisiciones alrededor de lo cierto (o de lo que queremos que lo sea, substituto digital de la verdad, siempre tan multiforme y elusiva), traiciones quizás a ese remedo de juramento hipocrático que creíamos habían efectuado nuestros creadores más comprometidos con el ahora… afluyente desbordado de lo contemporáneo.

No son loas a la falsedad o al troleo como deporte en red (social): la labor del artista, por lo menos desde hace un par de siglos hasta esta parte, se ha sustentado en el alimento de la duda. Nos engañan, sí. Y la denuncia de ese engaño es el acto más político que hoy por hoy (todavía) se le permite.

En La ciudad en disputa. Experimentos colectivos en torno a la vivienda social en el sur de Europa (1949-1976) -pudo verse en La Virreina de Barcelona hasta hace unos días-, lo irreal parte de lo institucional, casi diría que de la voluble voluntad estatal.

Italia, principios de los años 50. Bajo el paraguas democristiano, de arquitectos humanistas y de un puñado -por qué no- de hombres buenos, el país se lanza a construir para los que menos tienen. El utópico bien común tiene su manifestación más directa en la vivienda de protección oficial, en ese pacto social de urgencia entre ciudadanos supervivientes de la Segunda Guerra Mundial y las nuevas manifestaciones del viejo poder, de la caridad (quizás hasta bien entendida) y lo comunitario.

Como señala alguna de las piezas elaboradas para las entonces imperdibles bienales de arquitectura, junto a los monstruos de hormigón armado erigidos durante la dictadura mussoliniana se empiezan a elevar de manera compulsiva… otros tantos mazacotes idénticos a rebufo de planes de rescate amparados por los EEUU.

Y es en ese escenario “excitante y transformador” (palabros fetiche para todo cambio de régimen en proceso de legitimización) en el que algunos se pliegan a los requisitos de sus patrones, mientras que otros… pues otros como que no.

Entre los primeros -con discurso sentimental, miserabilismo efectista y título populista- un cortometraje-anunciación firmado por Damiano Damiani: Case per il popolo (1953). Minimalista, directo y tan manipulador como brillante e ilusionante. La protagonista es una quintaesenciada niña de extrarradio, habitante indefensa de la prolongación -en formato chabola- de la ciudad. Al amparo de las políticas sociales la veremos abandonar la precariedad de las construcciones efímeras a base de materiales sobrantes y las calles sin asfaltar por… por la modernidad, por el Mundo Feliz del barrio por y para obreros (ahora ya “necesarios” y no “necesitados”), levantado a marchas forzadas (en Barcelona sobran los ejemplos, contubernios datados más o menos por la misma época).

La Italia al rescate de la infancia robada. Si los padres debieron de rendirle pleitesía al Duce, sus desamparados lebreles merecen los espacios abiertos, los paradigmas higienistas, el ladrillo colorido y el olor a nuevo.

El portento, a manera de perversión neorrealista, concluye con la niña extasiada accionando la palanca del agua corriente. Rostro resplandeciente, milagro vaticanil sin guión de Cesare Zavattini.

¿Era esta una exposición alrededor de lo irreal o quizás de la ingenuidad devenida arquitectura? En aquella Europa todavía convaleciente (en lo físico, no digo ya en lo moral), el realismo no era una opción: la ilusión y el optimismo inmoderado a modo de vacuna suministrada indiscriminadamente.

Pero no todos le hicieron la ola a esta avanzadilla neoliberal con anzuelo misericordioso. En Ignoti alla città (1958), Cecilia Mangini -arropada por la voz en off del mismísimo Pier Paolo Pasolini- no se deja deslumbrar por la historia oficial. Las afueras (en todos los sentidos) romanas son la cantera inagotable de una marginalidad orgullosa, no desde la mirada paternalista de autores snobs, sino desde el convencimiento a priori de que cualquier transformación, cualquier “salto adelante” se hará a costa de su territorio, de ese espacio embarrado regido por sus propias leyes. No hay tregua buenista: en los márgenes no se espera a la invasión de la mala conciencia capitalina.

La Mangini -desaparecida hace un par de años, pionera genuina y ejemplo de compromiso sin concesiones- rueda un Accattone (1961) de 10 minutos, un documental sin maquillar. El resultado fue, por supuesto, la censura inmediata con un argumentario hipócrita: “por incitar a la delincuencia”.

¿Es el arte insoportable para los que mandan el único modo de oponerse al inminente monopolio de lo irreal? En el año 2009 la Medalla del Presidente de la República italiana premiaba a Mangini “por haber transmitido a las generaciones futuras, a través de su actividad de cineasta documentalista, algunas de las más bellas imágenes de la Italia de los 50 y 60”. Medio siglo desde Ignoti alla città… el arte solo termina siendo tolerable cuando el tiempo apacigua cualquier ansia revolucionaria, mayormente por deceso o invalidez de sus actores principales.

En el centro cívico de Sant Andreu, también en la ciudad condal y hasta el próximo 26 de julio de 2023, puede verse la exposición itinerante Intertextuals, compendio sin voluntad exhaustiva de los últimos 12 años de estupor de la artista-(des)ilusionista Marla Jacarilla.

Aquí no hablamos de irrealidades sino de (re)elaboraciones de la cochina realidad. Lugares no necesariamente seguros, caleidoscopios donde la elucubración, el homenaje y la autobiografía se fusionan en un todo incierto. O, nuevamente, tan cierto como uno quiera que sea.

La improbable veracidad de la historia que estoy narrando (2013) parte de una casualidad impostada, leit motiv del arte construido alrededor de la incertidumbre. Un escritor polaco, un retrato evocador y el pistoletazo de salida para otro cuestionamiento, otra revisitación de una infancia tan improbable y difusa como la propia.

Llegados a este punto, ¿qué nos impide remodelar el mundo y adaptarlo al tamaño de nuestros sueños, de nuestras intuiciones, de nuestros prejuicios? Cartografía y falacias de un lugar cualquiera (2011) propone un plano desde lo alto (lo “alto” puede ser no más de medio metro sobre el nivel del suelo), uno de esos barridos tan cinematográficos como banalizados desde la aparición de los drones.  

El texto de un escritor (pero no cualquiera para la Jacarilla: su recurrente Georges Peret) puede guiarnos en un viaje por la mesosfera, atentos a los accidentes geográficos que vayan surgiendo a nuestro paso. Es así como esa superficie moteada, ese embaldosado reasentado y dañado se transforma en otro mapa del mundo… para quienes se decidan a mirar con los ojos adecuados, por supuesto.

Por último, acabamos en el Lumínic de Sant Cugat, un festival de fotografía al que os podréis asomar hasta el próximo 16 de julio. De las muchas propuestas de este año, hubo una que llamó poderosamente nuestra atención por lo estimulante (para el creador) y lo escalofriante (para el espectador).

Realidades sintéticas: una exploración fotográfica de la inteligencia artificial y la manipulación digital es más un repaso al “estado del arte” que una exposición al uso. Casi una galería de curiosidades, porque más allá de la broma infinita de que un ente incorpóreo se halle ya en condiciones de ganar un prestigioso certamen fotográfico (lo de “incorpóreo” tampoco es cierto: la intención y la maldad la puso el todavía inevitable ser humano), lo que da verdadero vértigo son estas instantáneas que van más allá del deepfake. Esas en las que somos rematadamente conscientes del engaño… pero incapaces de detectarlo en toda su extensión.

Ese abismo -que ya no parece tan lejano, pero si cada vez más insondable- en el que solo podrá escribirse de lo irreal en el arte sin ser capaces de discernirlo. Impregnados todos de ese halo de humanidad impostada de replicante sabelotodo, de recauchutado cibernético. Y donde el quién es quién ya no importará porque estaremos demasiado entretenidos tratando de aclarar… qué es qué.

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