Craft Film Festival, 3ª edición
En el manifiesto publicado en su página web, los fundadores del Craft Film Festival declaran su apoyo a lo que ellos llaman “cine artesanal”, un cine realizado en los márgenes de la industria, frecuentemente autoproducido y al que a menudo le resulta difícil encontrar distribución. A pesar de que –al menos en ciudades como Barcelona– el número de festivales crece exponencialmente cada año, al crecer también el número de producciones realizadas, muchas veces resulta difícil ver ciertas películas. Las salas de cine convencionales son cada vez más escasas y su ausencia se suple con festivales y eventos anuales que convierten la posibilidad de ver según qué películas en un acontecimiento único. Según la web de Catalunya Film Festivals, más de una treintena de festivales han tenido lugar desde marzo del año pasado en Barcelona. Desde pequeños festivales como el Moritz Feed Dog, el Festival de cine Judío, el BCN Sports Film Festival, el FIRE! o el propio Craft, hasta festivales de mayor envergadura y duración como el D’A, el Mecal, la Alternativa, el Americana, el In-Edit o el Docs Barcelona. Cine de autor, cortometrajes, animación, documentales, cine indie norteamericano… toda esta gran diversidad de producciones demuestra que el cine no ha muerto, en contra de lo que dicen apocalípticos cineastas como Martin Scorsese o Peter Greenaway, sino que goza de una gran vitalidad. No tanto la industria, claro, que ha de encontrar la manera de reinventarse tras todos los cambios que están implicando tanto el asentamiento del cine digital como la proliferación de plataformas VOD y los cambios en las costumbres de los espectadores. Podríamos decir entonces, que el nuevo reto de un director nobel no es tanto conseguir realizar su película como lograr visibilidad y que su obra destaque entre la avalancha de producciones que inundan las salas cada mes.
Pero centremos nuestra atención en el Craft Film Festival, que ha decidido este año cambiar de sede (las dos primeras ediciones se realizaron en los Cines Girona) y se ha trasladado a la Nau Bostik, espacio autogestionado de creación artística ubicado en La Sagrera que durante tres días (29, 30 y 31 de marzo), ha acogido en sus salas no solo proyecciones, sino también charlas y conciertos varios. A continuación os destacamos tres de las películas proyectadas en el festival, propuestas que, a pesar de la buena acogida que están teniendo en festivales de todo el mundo, difícilmente podremos ver en salas comerciales.
Sócrates (Alexandre Moratto, Brasil, 2019)
El debut en el largometraje de Alexandre Moratto (producido nada menos que por Fernando Meirelles) cuenta las vicisitudes de Sócrates, un adolescente de 15 años que, tras la repentina e inesperada muerte de su madre, ha de aprender a sobrevivir en un barrio marginal de São Paulo, enfrentándose además a las disyuntivas propias de un joven que asume su homosexualidad en una situación extrema (penurias económicas, padre agresivo, sociedad homofóbica…). En Sócrates, la sobriedad de la puesta en escena tal vez nos recuerde que se trata de una producción de bajo presupuesto, sí, pero la intensidad de las interpretaciones y la calidad del guion nos demuestran que menos es más, y que una pequeña película coming-of-age de tan solo setenta minutos puede contar una gran historia, a veces con más pericia y concisión que cualquier ambiciosa superproducción.
Extreme Number (Irina Arms, Alemania, 2019)
La opera prima de la directora alemana Irina Arms parte de un hecho real e introduce en gran parte de su metraje material de archivo de los años 90, diluyendo así las fronteras entre ficción y documental para reflexionar sobre un tema tan desafortunadamente actual como es el terrorismo. Extreme number narra la historia de un joven refugiado checheno al que le diagnostican tuberculosis al llegar a Berlín en el año 2004. Allí será ayudado por una traductora que evitará su encarcelamiento, pero las circunstancias provocarán un desenlace inesperado ya que acabará por unirse a un grupo terrorista que le hará un encargo que marcará su destino. Los flashbacks que salpican la narración corresponden a documentación real grabada por un rebelde checheno a finales de los años 90 y plantean una reflexión sobre las raíces de la violencia, abriendo una serie de interrogantes que pretenden indagar en las posibles motivaciones de un terrorista y planteando un tipo de thriller menos previsible, más abierto y reflexivo que los que se estrenan habitualmente en salas comerciales.
Le vrai film est ailleurs (Mark John Ostrowski, España, 2019)
“La verdadera película está en otra parte”: tras este sugerente título se encuentra la que quizás sea la película más poética de todo el festival. Elaborada a base de conversaciones y silencios y estructurada tan solo en torno a tres únicos personajes, la obra de Ostrowski –al igual que la de Irina Arms– habita en los límites entre documental y ficción, haciendo suyo ese espacio limítrofe que en los últimos años ha ido ganando terreno indefectiblemente. La película de Ostrowski describe con desarmante sencillez la relación entre Sofía y Pablo, una joven pareja, y Javier, el padre de Pablo. Renunciando a utilizar la clásica narrativa que contempla planteamiento, nudo y desenlace, el director elabora un film intimista y observacional en el que las conversaciones se suceden, tal vez sin una finalidad aparente, pero logrando dejar una huella imborrable. Mediante una serie de reposadas secuencias en blanco y negro, conoceremos las inseguridades de Sofía y la sabiduría de Javier, percibiremos la afinidad entre ambos, sabremos de la ausencia de Pablo y notaremos la humedad en el ambiente, esa que transforma a Sofía en un ser anfibio y perjudica indefectiblemente la salud de Javier. Preguntándonos, después de todo, dónde está esa otra parte a la que el título alude. Tal vez, en los pequeños resquicios, casi imperceptibles, que hay entre fotogramas.